Saturday, November 23, 2019

DEPORTES Y ACTIVIDADES LÚDICAS (2 de 2), por Rufino García Álvarez


Aquí surgían las discusiones sobre las normas de juego, si te tocaba el balón o no, si habías pisado, si habías cogió el balón antes de caer al suelo, etc., bueno, como casi en todos los juegos que tienen reglas está la interpretación y el juicio sobre su idoneidad y cumplimiento.

En este juego, que a veces parecía muy blandengue y de salón, he visto golpes y lesiones bastante aparatosas. Cuando tiraban a dar los chicos más desarrollados, lanzaban el balón con tanta fuerza que “embazaban” a uno si le daban en la boca del estómago, una cuarta más abajo o en la cara o la cabeza. Hubo varios disgustos por culpa de los forzudos que abusaban de su superioridad.

A partir de tercero se empezó a practicar el salto con pértiga. San Emeterio, alumno de nuestro curso que se incorporó en segundo al Colegio, fue quien habló de esta disciplina al Padre Pablo. Los primeros saltos los hicimos con una pértiga de bambú. Era peligroso porque no teníamos instalaciones adecuadas. Fijábamos la pértiga en el suelo para saltar y para caer lo hacíamos sobre un pequeño hueco que habían rellenado con algo de arena. Los batacazos eran morrocotudos. La pértiga muchas veces resbalaba en su punto de apoyo, la técnica era muy mala para acomodar el cuerpo y el aterrizaje era bastante duro, aunque cayeses sobre la arena. Excepto San Emeterio que rozaba saltos por los 3 metros, el resto apenas sobrepasábamos los dos metros y algunos centímetros.

Estando en cuarto de bachiller una mañana nos encontrábamos en el campo de balonmano más alejado del colegio, casi donde empezaban las tierras de cultivo, Quino López, Manuel Vázquez y yo. Los tres éramos muy amigos. Estábamos charlando cuando a lo lejos vimos un palo largo y de un grosor similar a la pértiga. Decidimos entrenarnos con él saltando la portería de balonmano. Quino que era muy impulsivo nos quitó la falsa pértiga y corrió como una exhalación para hacer el primer salto. También fue el último. El palo estaba bastante seco y cuando se encontraba a la altura del larguero de la portería se rompió en dos. En más trozos se rompió Quino. El brazo sobre el que cayó se fracturó en tres o cuatro partes. El golpe que se dio en todo el cuerpo y el cabezazo contra el suelo fueron de campeonato.

Al principio no reaccionamos porque fue todo tan rápido que no nos dimos casi cuenta de lo que pasó. Pero los gritos desgarradores de Quino nos hicieron reaccionar. Corrimos a avisar a los frailes y se llevaron de urgencias a Quino a Valladolid. Cuando vino llevaba escayolado medio cuerpo y el brazo en ángulo recto respecto al cuerpo. Pasó varios meses con ese traje de escayola, casi en verano, con gran incomodidad y picores tremendos. La recuperación fue larga y quedó con algunas secuelas. Las que padeció la pértiga, que fue castigada y retirada de las actividades deportivas.

Quino tenía un hermano mayor en el curso superior, Edelmiro, que siempre nos miró a Vázquez y a mí como los responsables del accidente de su hermano. No fue así. Nos podía haber pasado a cualquiera de nosotros pero su ímpetu e impaciencia nos salvó a nosotros de este grave accidente y con secuelas duraderas.
Ya en su día se hacían pinitos en el colegio en temas de atletismo. Lo cierto es que no se practicaba con asiduidad y con entrenamientos específicos. No teníamos monitores adecuados y el atletismo era considerado un deporte de orden menor.

No obstante sí que había competiciones en ciertas especialidades como el salto de altura, la pértiga (antes de su ostracismo), las carreras de relevos, los cien metros lisos y algunas otras menos reglamentarias como “el correr, desvestirse y vestirse”.

Todas estas competiciones se solían hacer con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino, que en aquella época se celebraba el siete de Marzo y no como ahora, que se ha trasladado a finales del mes de enero, concretamente el 28 del mes.

Estas competiciones eran muy esperadas y motivadas por la gran competencia que se generaba entre los cursos. Siempre se competía, además de individualmente, contra los representantes de los otros cursos. Todo esto era fomentado por los frailes e ignoro el porqué de esta competitividad tan exacerbada porque no servía para nada excepto para separar más a los alumnos.

Voy a comentar ahora la actividad deportiva de “correr, desvestirse y vestirse” ya que era una carrera original y no aceptada en competiciones oficiales. Consistía en recorrer el perímetro del campo grande de fútbol y en cada una de sus esquinas debería desprenderse el corredor de una pieza de ropa: camiseta, pantalón de deporte, pieza de chándal y zapatillas de deporte. Finalizado el recorrido total de las cuatro esquinas había que volver a realizar el trayecto volviendo a vestir o calzar los elementos desnudados y ganaba, lógicamente, quien llegaba primero a la meta totalmente vestido y con todo el atuendo abrochado.

Los corredores además de ser rápidos debían ser habilidosos en el menester de vestirse y desvestirse y de colocarse prendas y calzado de fácil apertura y cierre. Durante todo el trayecto eran muy jaleados por los alumnos. Esta prueba era una de las que tenía más aceptación, aparte el fútbol de enfrentamiento entre cursos y entre colegios.

Otra disciplina muy querida y valorada era el relevo de 4X4 de los cien metros. La disputa entre cursos en esta disciplina que exigía la entrega del testigo generaba entrenamientos durante semanas para evitar entregar el testigo fuera de límites o que se cayera al suelo.

Después de los diversos certámenes deportivos seguían varios días de animadas tertulias sobre los resultados obtenidos y las labores arbitrales. Algunas veces llegaban las dialécticas a más que palabras y voces. Se llegaba en algunas ocasiones a peleas o a venganzas más elaboradas para castigar a los presuntos tramposos o favorecidos por los árbitros, que casi siempre representaban a la autoridad, o sea, a los frailes.


Consideración aparte merecen otras actividades deportivas como eran los paseos de los jueves. Cada curso, acompañado de un fraile como mínimo, salía, si el tiempo lo permitía, a pasear a los alrededores del Colegio. Las caminatas se iban incrementando según la edad de los alumnos, es decir, según los cursos en que se estuviese encuadrado.
 
Recorríamos varios itinerarios entre los pinares de los alrededores y casi siempre por caminos forestales, entre campos de cereales, de cultivo de remolacha azucarera y en las orillas de las acequias de riego de algunos de estos campos.

En invierno los paseos eran duros por aquellos caminos largos y monótonos de unas tierras arenosas y a veces con matices de tierras de yeso o calizas. No obstante a los lejos se percibían los almendros encendidos con sus espléndidas flores blancas pretendiendo alargar la iluminación de las navidades.

En Primavera cambiaban los campos y los brotes verdes del trigo serían después trufados de motas innumerables de color rojo dando lugar a preciosas alfombras de amapolas.

Los agricultores nos temían. Parecíamos una plaga de langostas. Siempre que aparecía ante nosotros cualquier producto digno o proclive a ser engullido era asaltado por nosotros. No quedaba un almendro con fruto alguno. Muchas veces nos llevábamos la ingrata sorpresa de que las almendras abandonadas en el árbol eran amargas. Malos ratos pasamos hasta que conseguíamos alguna fuente donde beber para quitarnos el mal sabor de boca. También eran fruto de nuestros asaltos los carros con remolachas azucareras o las arrancábamos de las tierras, lo mismos que las mazorcas de maíz.

Para conseguir y guardar después nuestro botín nos teníamos que ingeniar de estrategias que nos dejaran invisibles ante el fraile que nos acompañaba, el agricultor y la revisión a la entrada del colegio porque muchas veces llegaron quejas de nuestro latrocinio en los campos. Puede parecer una cosa nimia, pero si consideramos las cuatro salidas al mes por los casi quinientos alumnos, aunque no se atreviesen más que un diez por ciento a aprovisionarse de maíz o remolacha, lo cierto es que había una escabechina de productos de las huertas.

Os preguntaréis que para qué queríamos las mazorcas de maíz o las remolachas. Simplemente como supervivencia alimenticia. Ya comentaré más adelante el tema de las comidas en todas sus vertientes. Además, también tenía un componente de aventura y juego, pero lo esencial era conseguir suplementos a nuestras comidas del colegio. Simplemente poneros en situación: Caminar unos cuatro o cinco kilómetros en el paseo de los jueves y llegar al colegio a merendar y ver, es un decir, un trocito de pan con una pastilla de chocolate. Era la desesperación de la desnutrición. Muchas veces nos acercábamos a las fuentes de la chopera del P. Cosgaya y poníamos el pan a remojo para que creciera un poco más. Nos parecía que así teníamos más merienda. La pastilla de chocolate era dividida en porciones pequeñísimas por nuestros afilados dientes para hacerla durar más. Yo creo que inventamos los bits en esos mordisquitos, pero como éramos tan modestos no llegamos a patentar el invento.

Algunos alumnos, los jardineros, eran dispensados de hacer los paseos de los jueves. Se dedicaban a hacer algunos trabajos de jardinería como podar rosales, recoger hojas, barrer aceras y caminos comunes, etc. También hacían algunos trabajillos de albañilería, mantenimiento y pequeñas tareas necesarias en el cuidado de las instalaciones del Colegio. Para estos jardineros, “los enchufados del P. Alberto” les llamábamos, la merienda de los jueves era un manjar. Casi siempre tenían media barra de pan generosamente llena de sardinas en lata o embutido.

Algunas veces se necesitaba más mano de obra, como cuando se excavaba alguna zanja o se necesitaba trasladar tierras de un lugar a otro y pedían voluntarios. Yo me apunté una vez con el ánimo de tener un día una buena merienda. Recuerdo que estuvimos acarreando gravilla de una chopera alejada en los límites del colegio, para hacer el drenaje del campo grande de fútbol. Vaya panzada a trabajar. Cavar, cargar las carretillas, transportar éstas hasta el campo grande y descargar y esparcir por las zanjas y volver. Así durante casi tres horas.

Cuando acabó la tarea mi sonrisa iba de oreja a oreja. Al fin un jueves podría saciar mi estómago. Cuando Solís y Nicasio, a la sazón jardineros mayores, me dieron mi trozo de pan con la pastilla de chocolate pensé que se me caía el colegio encima. De reojo vi al P. Alberto, a lo lejos, con una sonrisa de conejo que me dolió más que el no haber conseguido mi bocadillo de sardinas. Algunos alumnos no le caíamos bien. Sobre todo si visitabas a menudo la mesa del medio en el comedor. Pero esto es como una pescadilla que se muerde la cola. Estábamos tantas veces castigados en la mesa del medio porque no le caíamos bien. Éramos los chivos expiatorios de casi todos los desaguisados en que no se encontraban culpables directos.

Esto me sirvió para no ofrecerme de voluntario para casi nada, puesto que vi que había favoritismos y, sobre todo, mucho sadismo en algunos frailes. No juzgaban por los hechos presentes, sino que tenían muy en cuenta el historial pero sólo para los castigos no para las recompensas.

Otras de las actividades esperadas con cierto optimismo eran las excursiones o asuetos. Se consideraba un asueto una salida al campo de todo un día. Por regla general eran desplazamientos un tanto lejanos. Se salía del colegio muy temprano puesto que la distancia a los lugares de acampada distaba entre diez y dieciocho kilómetros.

Se solían buscar lugares amplios, cerca de alguna laguna o río y con amplias explanadas para poder jugar a varias actividades y poder acampar para comer y charlas en grandes grupos. Estas salidas se organizaban para varios cursos al mismo tiempo. La logística de alimentación era llevada en furgonetas y generalmente se cocinaba en grandes cacerolas y fogatas que se hacían con la colaboración del cocinero y varios hermanos legos.

Estos días eran muy esperados porque rompían la monotonía de la actividad colegial y la sensación de libertad era muy grande. De hecho siempre se organizaban juegos y pequeñas calaveradas que después revivíamos durante días en la vuelta al colegio. Algunas eran saldadas con éxito, pero otras tenían la reconvención y el castigo pertinente si nos descubrían y los frailes consideraban que no eran adecuadas a nuestro espíritu y vocación.

En estas excursiones procurábamos organizarnos en grupos afines para gestionar nuestro entretenimiento. Una de las veces nuestro grupo, entre los que nos encontrábamos Rufino Vallejo, De la Torre, Eugenio Balbás, Jesús Vega, Gil, Fernando Arroyo y yo habíamos conseguido un puro y decidimos hacer la hombrada de fumarlo en grupo. No todos fumábamos ni nos gustaba el tabaco pero aquella oportunidad de infringir la norma nos parecía de lo más salvaje y libertario.

Recuerdo que nos alejamos unos centenares de metros del lugar de acampada y después de la comida nos fuimos a fumar el puro. Sentados en círculo nos íbamos pasando el puro después de la calada o chupada correspondiente y por riguroso turno iba pasando de mano en mano. Había ciertos intervalos de toses y carrasperas pero el puro se iba consumiendo acompañado de los comentarios jocosos de cada uno de nosotros. También de tanto en tanto el grito hacia Torre porque estaba adornado de unos colgantes mocos como velas que amenazaban la integridad del puro y su sanidad. Cada vez que le tocaba el turno se le gritaba y él daba el consabido sorbete haciendo subir sus velas hacia arriba y después de su calada pertinente lo pasaba al siguiente compañero.

Acabada la fumada gremial o comunitaria hubo más de un mareo y algún vómito, pero la hazaña ya se había realizado y nos sirvió de noticia durante varios días y de signos de admiración de otros grupos que no habían podido disfrutar de aquel placer (es un decir).

Las excursiones más notables y alejadas del colegio eran hacia Simancas, Villanubla, Laguna de Duero, El Pinar de Antequera. Las caminatas por los arenales de los pinares eran lentas, pesadas y muy cansinas. La ida era más jocosa y animosa pero la vuelta se hacía eterna y casi desoladora. Los alumnos se iban desperdigando en función del cansancio y algunos tenían que ser esperados para evitar que se perdieran. Era excesivo el kilometraje después de haber pasado todo el día triscando y jugando partidos de fútbol o a los juegos del pañuelo o al socatira.

De todas las excursiones, la más esperada y al mismo tiempo la más temida era la excursión a la base militar aérea de Villanubla. Eran casi veinte kilómetros de ida y otros tanto de vuelta. Encima había una rivalidad grande con los quintos que hacían la mili allí y siempre se organizaban partidos de fútbol y de balonmano. Los partidos eran duros y fuertes. Hubo alguna trifulca por el deseo de ganar de ambas partes con alguna lesión algo significativa.
 
También teníamos ocasión de visitar los hangares de los aviones y algunos alumnos podían entrar en algunos de los aviones militares para verlos por dentro, cazas y otros más antiguos como fokers.
También había más prestaciones en los servicios disponibles porque podíamos usar sus comedores, duchas para los jugadores de los partidos y los lavabos para todos. Además tenían grandes extensiones de terreno para poder pasear y perderte de la visión de los frailes. Podíamos charlar con los quintos que se mostraban encantados de poder escandalizarnos con su lenguaje, sus chistes y sus palabrotas que exageraban al saber que estábamos estudiando para curas, como decían ellos.

Se marcaron algunas tendencias o modas como a “lo choel”. Nadie sabía exactamente qué era eso pero uno de los soldados se había cortado el pelo muy corto y el flequillo lo tenía rapado al nivel del inicio de la frente. Parece ser que hizo furor entre algunos y después hubo una temporada que era el peinado y corte de pelo que se solicitaba en el colegio. Unos porque lo vieron en el cuartel, otros por imitar a los que se lo cortaban de esa manera.
El regreso era lento y cansino. Recuerdo que una vez salimos más tarde de lo previsto del cuartel de Villanubla por la prolongación del partido de fútbol y llegamos a Arcas Reales cerca de la once de la noche. Había un revuelo tremendo entre la Superioridad del Colegio. Llamaron la atención a quienes dirigieron la excursión y hubo un control exquisito hasta que contabilizaron a todos los alumnos para cerciorarse de que no faltaba ninguno.

Los días siguientes a estos asuetos tan largos eran muy tranquilos. Las agujetas hacían mella y las ampollas de los pies nos mantenían en un estado de letargo durante cierto tiempo para la práctica del deporte. Poco a poco íbamos recuperando la energía y actividad y empezábamos a soñar con la siguiente excursión.

En la festividad de Santo Tomás de Aquino recuerdo que algunos años se instalaron en la galería una serie de casetas con otro tipo de juegos que se utilizaron como escenarios competitivos para complementar los exteriores. Había que tirar unos botes con pelotas de trapo. También pusieron algunas dianas para jugar a los dardos. Pequeñas porterías para lograr meter el balón en el lanzamiento de un penalti y hasta una canasta de baloncesto para intentar lograr los correspondientes puntos según las reglas que se estableciesen.

Precisamente en la organización de estas casetas colaborábamos casi todos bajo las órdenes de los jardineros mayores y con la supervisión del P. Alberto. Tengo el recuerdo de una diferencia de opinión, si así se puede llamar, que tuve con el P. Alberto por una iniciativa en la reparación de un cajón de madera.

El P. Alberto se encontraba de buen humor y se puso en plan didáctico. Le propuso a Miguelón el dilema de arreglar el cajón como orden directa. Le dijo que no tenía repuestos de tablas sueltas de madera y sólo otros cajones. ¿Qué harías tú, Miguel?, le preguntó. Padre, si hay que solucionar el arreglo del cajón y no tenemos tablas de repuesto yo rompería uno de los cajones y aprovecharía una de las tablas para la reparación.

¿Veis?, nos dijo a los que estábamos allí colaborando, eso es tener iniciativa. Si hay que arreglarlo se arregla y por lo tanto se busca una solución.
Yo, como era un bocazas inoportuno, además de cierta tirria que siempre se tenía a los jardineros por el enchufe y privilegios que disfrutaban, sin encomendarme a nadie dije:

-Me parece una tontería esa solución. Yo quitaría el roto y pondría en su lugar uno de los cajones nuevos.

No había acabado mi frase cuando tenía la cara cruzada por un bofetón del P. Alberto. Eso no es lo que yo he pedido. He dicho reparar el cajón roto, no cambiarlo.

Insistí tozudamente en mi tesis que lo que importaba era solucionar la rotura del cajón de la manera más lógica, coherente y con menos trabajo.

El P. Alberto se dio cuenta de su metedura de pata pero no podía rectificar y aceptar la solución de un díscolo y además dejar en mal lugar a su protegido, por lo que sacó la teoría de que la solución era la de Miguel porque se había ceñido a OBEDECER. Oh, la obediencia. Qué palabra tan bonita y cuántas aberraciones se comenten encomendándose a ella.

Thursday, November 14, 2019

DONDE SE CONTINÚA LO QUE DEBE SER CONTINUADO Y OTRAS HISTORIAS NUEVAS DIGNAS DE SER CONTADAS, por Rafael Martínez Bernardo (VII)

Un breve recorrido por las instalaciones del colegio: todo el recinto estaba amurallado, sin fisuras, pero no daba la sensación de enclaustramiento por la extensión inmensa del mismo. En la “parte noble”, a la que teníamos acceso restringido, había tres maravillosos claustros: el pequeño claustro del Noviciado, el del Silencio, decorado con yugos y flechas de los RRCC, y el impresionante claustro de los Reyes, palacio de verano de los citados monarcas. Curiosidad: en el ala sur de este claustro se hallan las aulas, ya remodeladas, de la desaparecida Universidad de Santo Tomás de Ávila, establecida aquí a mediados del siglo XVI y clausurada en el siglo XIX, donde se graduaría Gaspar Melchor de Jovellanos. Los utilizábamos para pasar desde la iglesia hasta la residencia y quien más quien menos, tenemos en ellos alguna foto vestidos con el hábito blanco de los dominicos o posando de escorzo con alguna llamativa vestimenta que nos parecía que estaba de moda. Un pequeño huerto estaba a la derecha de la entrada, adornando la vista desde las habitaciones de la residencia. Pasando el comedor y subiendo por una pequeña escalinata se entraba en la residencia, pero continuando por el paseo se llegaba a un campo no cultivado, solo había unos pocos y viejos árboles y una piscina llena de algas que nunca se utilizó, inexplicablemente había tortugas; al lado estaba el campo de fútbol de tierra. Más adelante había una especie de tierra de nadie, “terra ignota”, que estaba fuera de la vista de los frailes y alguno, como el gallego Gustavo de un curso superior, aprovechaba para “reblandecer” el suelo y aliviar la caída en el famoso salto de la muralla.
Consistía este acto en una escalada inicial a la muralla de unos 3-4 metros de altura sirviéndose de las piedras de la misma; una vez conseguida la hazaña de la ascensión, el descenso a la calle era muy sencillo, valiéndose de los escalones de un poste metálico para los cables de la luz – afortunadamente bien aislado -. Lo peor era la operación inversa: el ascenso era fácil pero el descenso para la residencia era ligeramente arriesgado, sencillamente había que saltar a tierra en medio de la oscuridad y para ello el buen Gustavo cavaba la tierra al efecto. El último trance sucedía en el sótano lleno de trastos viejos: había que entrar por una ventana e iluminar los pasos con una cerilla hasta acceder al pasillo de las habitaciones, donde el corazón se serenaba; pero hete aquí que en una ocasión me quedé yo solo para la vuelta porque quise quedarme más tiempo donde estuviese a la sazón, salté bien, pero no tenía cómo iluminarme y tuve que ir a oscuras por el sótano con los brazos delante por si acaso, además recuerdo que era una noche ventosa y había muerto el P. Igelmo, yo me imaginaba su cadáver en la iglesia y con aquel rugir del viento llegué a la habitación levitando. En otro desafortunado percance el compañero Rufino quedó atascado en lo alto y los desalmados compañeros no le esperaron, fue pillado in situ y expulsado unos días. Las razones para el susodicho salto de la muralla no eran de sitio y asedio, sino para todo lo contrario, para escapar del asedio ya que solo nos dejaban salir hasta las 10 pm, por lo tanto, teníamos que ampliar ese horario contraviniendo las órdenes medievales. Las razones de las escapadas nocturnas no eran malignas: unas veces para salir al cine, la película más laureada era Romeo y Julieta, con repetidos visionados; otras veces era para ir a las famosas verbenas de los barrios cercanos y poder comenzar a practicar algún tímido baile y, las más de las veces, a ver qué era eso de ligar. En el campo de fútbol de Real Club de Ávila (ja) había baile con orquesta los domingos por la tarde y allí íbamos alguna vez Colino, Vega, Casas y yo; evocadoras eran las canciones del grupo “Los Albas”: Quién será la que me quiera a mí, Porque no engraso los ejes.
La música ejercía un gran atractivo en nosotros en aquellos años de adolescencia y juventud. Dentro de la inquietud cultural que siempre mostraron los frailes (sin ironía), una manifestación de la misma era el uso de una de las aulas de la planta baja para escuchar música, había un tocadiscos y varios discos (no recuerdo si eran del colegio o personales) que nos encantaba escuchar, eran discos de música moderna de la época y de la que éramos entusiastas escuchantes: Simon Says, Yummy Yummy, Sugar, First of May, Honey I love you, Adieu jolie Candy…; La Bambola, El río y Vuelvo a Granada.El gran profeta Lucinio, a quien le encantaba “un tal” Bob Dylan, nos introdujo en su música, y nunca comprendimos cómo le podían gustar aquellos “balidos”, poco a poco nos encantó por aquello de revolucionario, la canción resultó ser la aclamada Like a Rolling Stone. En las habitaciones también nos las arreglábamos para escuchar música, alguno de los “externos” que residían con nosotros nos traían los últimos lanzamientos atrevidos como J’e taime, moi non plus, que marcaría época y nos abría la mente a nuevos horizontes. Famosos eran los bailes en las habitaciones, primero con música de bailar “suelto”, pero luego había otras canciones con cuyo ritmo había que agarrarse a alguien y, como ese alguien resultaba ser de nuestro mismo género… pues teníamos que poner una almohada en medio, por aquello de que la carne de mancebo con mancebo no resultaba muy seductora.

En una de las salas de la entrada, junto a la carbonera, tenía su sede el llamado “club Santo Tomás”, formado por jóvenes de ambos sexos que no pertenecían a la residencia, pero se les cedían las instalaciones para sus reuniones; los domingos por la tarde hacían baile y nos invitaban a algunos del colegio, allí comenzábamos a aprender a movernos al compás de Venus (de Shocking Blue, de cuya tristemente desaparecida líder yo estaba prendado) y otras canciones modernas. Algún domingo en primavera iban de visita a pueblos cercanos en autobús, los frailes no nos dejaban ir con ellos, pero nos las arreglábamos para ir: un día no llegamos para la hora de la cena y yo fui directamente a la cama sin cenar, mis compañeros dijeron que estaba enfermo, el P. Virgilio no les creyó y fue inmediatamente a comprobarlo… y allí estaba yo con muy mal aspecto; me sacaron algo del comedor y así no desfallecí.

En las habitaciones estaba prohibido hacer reuniones en las horas de estudio, aunque la disciplina era más bien laxa y hacían la vista gorda, excepto cuando vigilaba el P. Félix, el de punzante mirada. No teníamos llave, con lo cual cualquiera podía acceder a ellas; cierto día había gran alboroto en una de ellas, puse un almohadón en mi brazo a modo de ancha y colgante manga de los dominicos, abrí la puerta despacio y enseñé solo el brazo, los parlanchines palidecieron durante unos instantes esperando ver la figura entera del susodicho vigilante… hasta que me vieron a mí y me persiguieron por pasillos; la venganza fue que otro día estaba yo duchándome y me quitaron toda la ropa y toalla, tuve que quitar la cortina del baño para envolverme y salir hasta mi habitación por aquello del escándalo público de hacer el paseíllo desnudo mostrando las partes pudendas.

El curso comenzaba a primeros de octubre, con lo cual siempre nos coincidía con las fiestas de Santa Teresa de Jesús, 15 de octubre. Disfrutábamos de varios días sin clase, nos dejaban salir hasta algo más tarde y de este modo nos divertíamos en la feria, nunca había visto cosa igual, los coches de choque, bailes en los barrios… y poco más, la verdad.

Estas eran algunas pequeñas distracciones dentro del ambiente general de estudio durante la semana. Las habitaciones eran sencillas pero confortables y pasábamos largas horas concentrados en el estudio, sobre todo para el difícil y comprometido año denominado Preu(niversitario). A veces cuando necesitábamos más horas, madrugábamos y en un pequeño infiernillo (toda la vida llamándole “infernillo” hasta que el corrector informático me advierte del error) poníamos agua a calentar para hacernos un café y así despejarnos; el café era de la marca Eco, era un placebo total: años más tarde descubrimos que el café no era tal café sino un conglomerado de cereales tostados. La reválida de sexto fue la segunda prueba seria que tuvimos que pasar en nuestra infinita serie de exámenes a lo largo de la vida (la primera fue la Reválida de cuarto en Valladolid). La hicimos en el propio instituto y en el momento en que recibimos las notas favorables, cumplimos la promesa que habíamos hecho: un grupo de compañeros alquilamos unas bicis y subimos al santuario de Nª Sra. de Sonsoles (donde creo recordar que había un caimán disecado en una urna).

Más trascendente fue sin duda la Selectividad, llamada entonces “Prueba de Madurez”; tuvimos que ir a examinarnos a la universidad de Salamanca: no recuerdo muy bien dónde nos alojamos, probablemente en alguna pensión barata, pero recuerdo que nos bañamos en el río Tormes, al lado del puente, y que fue muy triste la despedida entre nosotros porque sabíamos que a algún compañero querido no lo volveríamos a ver… hasta 50 años más tarde. Ahí estaba el autodenominado grupo de los “Ches”, cuya foto aún se conserva y cuyos ínclitos miembros éramos (aproximadamente): Rufino, Rampérez, Colino, Blanco, del Río, Generoso, Lucinio, Lamela, Casas, José López y quien suscribe. Cuando salieron publicadas las notas, Generoso y yo fuimos a buscar los libros de escolaridad que estaban alineados en el suelo de un aula e la universidad, sin mala intención los recogimos y nos fuimos: al poco tiempo recibimos una carta muy dura e insultante del P. Virgilio diciéndonos que no habíamos pagado por recogerlos, que toda la vida habíamos estado aprovechándonos de ellos, etc., no se me olvida el disgusto; cobraban por ir a recoger los libros.

El P. Virgilio instauró la tradición de los debates filosóficos a pequeña escala: se celebraban alrededor de una mesa en su habitación y trataban de temas filosóficos que estudiábamos en el instituto o de libros que leíamos con tal motivo; a veces continuábamos con la conversación por los paseos del convento. En general teníamos buenos profesores y había buen ambiente de estudio, aparte de la diversión o bromas que podíamos hacer. No recuerdo una preparación especial de cara a la Prueba de Madurez, pero algunos compañeros que se salieron antes de terminar o los expulsaron, habían terminado magisterio al mismo tiempo que nosotros nos presentábamos a la Prueba. En los últimos meses de nuestra estancia en el colegio el P. Virgilio nos entrevistó uno a uno temiéndose una desbandada general, como así sucedió; nos preguntó si teníamos intención de seguir en la Orden y tomar los hábitos en Ocaña o dirigir nuestra vida por otros derroteros; la mayoría elegimos esta última opción, y nos permitieron permanecer en el colegio hasta que acabase el curso, a sabiendas de que no seguiríamos; fue todo un detalle por parte de los frailes.

El tema religioso se relajó ostensiblemente respecto al bagaje que traíamos y cuyo peso soportamos en AR. Los domingos íbamos a misa en la magnífica iglesia del monasterio, nos posicionábamos justo al lado de la tumba del infante D. Juan, hijo de los Reyes Católicos y muerto “de exceso de amor” según Carlos I, aunque en realidad murió de tuberculosis, a la edad de 19 años:

El sepulcro del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, es un monumento funerario renacentista, realizado en mármol de Carrara, que se halla en lugar preferente y junto al altar mayor de la iglesia de Santo Tomás de la ciudad de Ávila, (España). Su autor es el italiano Domenico Fancelli. Fue saqueado por los franceses y sus restos están en paradero desconocido.

La iglesia en sí es una joya del gótico flamígero: el retablo mayor fue realizado por Pedro Berruguete en 1494 y el coro es espectacular con su sillería de nogal. Era todo un lujo asistir a misa en semejante lugar, aunque también había otras distracciones, porque la iglesia estaba abierta al público. Durante los días de la semana la misa se celebraba en una pequeña capilla situada en el primer piso – cerca del famoso museo de arte oriental - y todo era mucho más informal, hasta tal punto que la fe perdía progresivamente fuerza y no consistía solo en “creer en lo que no vimos”, teníamos muchas conversaciones sobre la existencia de Dios y los más avanzados comenzaban a cimentar un incipiente ateísmo. Cierto día, cierto compañero hizo una apuesta con ciertos condiscípulos diciendo que iba a comulgar sin confesarse ni arrepentirse, que todo aquello era un montaje, etc. etc. “a que voy”, dijo, e imprimiendo valor a su afirmación se puso en la fila y comulgó; el resto del grupo esperábamos que un rayo cayese en ese mismo instante y dividiese en dos al osado blasfemo… no llegó a tal, todavía seguimos esperando.

En la planta baja de la Residencia había varias salas de reuniones o aulas que daban a una amplia galería, punto de reunión cuando hacía mal tiempo; por ella paseábamos y cantábamos aquellas canciones de la época (recuerdo tonto, cantábamos “Esta noche hay una fiesta, de los Valldemosa”, las eurovisivas “Vivo cantando”, “Gwendoline” y otras). Una de las salas aledañas estaba destinada a la televisión que, aunque no la veíamos mucho, sí ayudaba a pasar los ratos libres; solo nos dejaban ver ciertos programas de música, cine, partidos de fútbol o durante las tardes del fin de semana, y era un castigo muy habitual quedarse sin verla durante cierto tiempo. Durante las tardes de los domingos solíamos ver: El hombre y la tierra, Viaje al fondo del mar, con aquel soniquete tan característico del submarino. Si el tiempo era adverso para salir, quedábamos en la habitación y gozábamos de plena libertad para leer, juegos de mesa, aprender a escribir a máquina - yo aprendí con la Olivetti verde del amigo José López -.

Otras tardes de los sábados o domingos practicábamos el deporte nacional: el paseo por el (mercado) Grande y el Chico a vueltas como jóvenes potrillos atados a una noria y asombrados más allá de todo asombro, sobre todo al principio con tanto contacto visual. El Grande era el más popular, era un paseo típico parecido al de todas las pequeñas ciudades; estaba flanqueado por la hermosa iglesia románica de San Pedro a un extremo, por las murallas a otra y por una arcada con ancha acera para el paseo. Todavía no estaba construido el horroroso y desproporcionado edificio moderno de Rafael Moneo. Una tarde a la semana algún compañero asistía a la sesión de baile que se celebraba en el cine Lagasca y entre nosotros se conocía por el nombre del “Tranca”, a saber por qué. Otra discoteca (entonces se llamaban clubs) famosa era “Los Caballeros”, alguna vez fuimos a bailar los nuevos ritmos y a admirar a quien bailaba mejor que nosotros, nos dejaban entrar a pesar de la edad. Era también costumbre en ciertos compañeros avanzados y avezados ir a tomar un vino especial en el bar llamado “Teodorillo”, también llamado “quitapenas”, vino de dudosa calidad y de rápida fluidez en su ascenso a la cabeza del tomante. Y algunos aún más avanzados y admirados por encima de toda admiración ya tenían novia, mientras el resto andábamos como pavos. Al lado de nuestra residencia estaba el colegio de la Milagrosa, femenino, y allá se dirigían nuestras miradas.

Un detalle curioso de la nueva situación de placidez en la que nos encontrábamos fue el hecho de que ya podíamos disfrutar de las vacaciones de Semana Santa con nuestras familias, pero nos dieron la posibilidad de quedarnos en el colegio en vez de ir a nuestras casas, y, ¡oh paradojas del destino!, ahora que pudimos no quisimos: un grupo preferimos quedarnos a saborear la soledad del colegio; soledad recompensada por el disfrute del tiempo libre para jugar, leer, dar paseos por la ciudad, ver la tele. Era famosa la colección de recortes de la última página de la revista AS, popular por sus “selecciones deportivas”; las tenía G. escondidas en su cajón, y allí buscamos lecturas e ilustración.

Yo tenía dieciséis años y era un total quinceañero, hablar con las chicas era todo un reto para algunos de nosotros, no había manera de borrar por completo el estigma de tantos años enclaustrados; como ya dije antes, estaban los más adelantados que tenían sus primeras novias y eran considerados semihéroes, la mayoría soñábamos con amores platónicos. La primavera en Ávila era el fin del período oscuro de un invierno largo y cruel cuando subíamos por las cuestas heladas camino del instituto y la brisa nos taladraba los huesos; por esa razón la Semana Santa suponía un alivio y un descanso en la lucha contra el frío, eran muy agradables y reconfortantes los paseos al lado del río Adaja bordeando las murallas. Durante el segundo curso nos fuimos haciendo hombrecitos y el grupo de los “Ches” vestíamos de un modo ligeramente hortera para la época actual (y también para aquella, me temo), pero nosotros estábamos orgullosos de ir llamando la atención: yo tenía un colgante de espejos y un polo blanco calado con círculos, un pantalón azul marino al que mi madre había cosido unos botones plateados y un ancho cinturón, camisa amarilla para el conjunto elegante… y a pasear por el Grande o bailar en el club Santo Tomás.

Hicimos varias excursiones a Madrid y una especial al observatorio de Robledo de Chavela; en Madrid fuimos al Teatro Español para ver El condenado por desconfiado de Tirso de Molina, y he aquí que vimos a una joven actriz de nuestra edad que tenía el papel de ángel, era Ana Belén. También descubrimos el Corte Inglés, no creo que comprásemos mucho, dado el alto nivel económico del que disfrutábamos. En otra ocasión el compañero Domingo y yo nos presentamos a un examen en Madrid porque había unas becas para pasar un año en Estados Unidos; fuimos en tren, como señores, pero nunca contactaron con nosotros para la soñada beca, dormimos en el colegio de los dominicos de Alcobendas, donde había un compañero mayor llamado Julián. Domingo había hecho amistad con un grupo de estudiantes de arquitectura que habían venido a pasar un fin de semana a Ávila animados por un capellán de la Escuela, fuimos a visitarlo en Madrid. Otra excursión fue a las cuevas del Águila en Arenas de San Pedro, de la que solo recuerdo el nombre y el hecho. En las excursiones solíamos cantar aquellas canciones de base literaria como Guantanamera o la de rima consonante de Carrascal.

Y de este modo y manera llegó el final de curso y el examen de Preu en Salamanca. Creo que fue un éxito para la mayoría de nosotros, hicimos una postrera foto del grupo de los Ches y nos despedimos previendo el fin, sin darnos cuenta de que iban a pasar unos cincuenta años para volver a vernos de nuevo. La vida y sus ironías… de vez en cuando en el futuro volveríamos a oír hablar de algún compañero o coincidirían nuestros destinos, sobre todo en la enseñanza, como Félix, José López, Ríos, Mariano, Colino… y un buen día una llamada de Rufino reavivó las neuronas adormiladas. Aquí estamos de nuevo reunidos hasta que disponga “la separadora de amigos, la destructora de las delicias”.


Comentario del compañero Domingo:
Aquí me reconozco mejor que en el relato de Arcas, sin que sepa decir con precisión por qué. Quizá porque vivimos más sueltos, más libres o con menos presión que en el colegio de Arcas, internado al fin, y el recuerdo sea más personal, propio de quien ha dejado la infancia y. de golpe y porrazo, se encuentra en la adolescencia abulense. No sé, quizá sea que este relato me suena más fresco y alegre, frente al otro más crudo. En cualquier caso, con uno y con otro, "no le podrán quitar el dolorido sentir", no me podrán quitar... el sentir de la melancolía por el paso del tiempo, ese "que ni vuelve ni tropieza".

Ávila fue para mi el estirón personal debido al instituto y sus profesores, que consiguieron el estirón cultural. La ganas de saber, la curiosidad insaciable fue más o menos dirigida por esos profesores para siempre: el griego de Adelaida y su pasión por las aventuras de los héroes (Jenofonte); el arte de aquella profesora, arte que nos llevaba a visitar la catedral identificando los estilos en el edificio, en los retablos y tras saludar al Tostado bajar al Teodorillo; la literatura, la poesía de Unamuno a Ávila recitada in situ, con la pasión, el ansia de inmortalidad del mismo Unamuno; las discusiones filosóficas sobre la existencia de Dios, etc. También recuerdo la visita maravillosa al laboratorio, el otro mundo de las ciencias, y coger el microtomo de mano, cortar una lámina de cebolla para ver sus células al microscopio. Qué maravilla, aún en mis ojos, y claro el estirón emocional del compañerismo, la aventura compartida del saber, de las escapadas, de la tapia-muralla, las chicas, los bailes en el club, etc. Vamos a dejarlo ahí. ¡Cuántos vectores vitales trazados!


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DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS (III)

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DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS (V) 


DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS (VI)
  

Sunday, November 3, 2019

BREVE CRÓNICA DE UN CURSO 1953-1968 (IX), por Juan José Luengo


Tercer año de Teología (1965-1966).

Dice el refrán que “tanto va el cántaro a la fuente que, por fin, se rompe”. Algo así sucedió con la relación del P. Maestro de Estudiantes con los estudiantes. Sin entrar en detalles digamos que hubo “malentendidos” y “desencuentros”. Tanto así que hubo un cambio de guardia y el P. Aristónico Montero se convirtió en el nuevo Maestro sustituyendo al P. Adolfo García. Pasó como en los equipos de deportes. Cuando hay problemas es más fácil despedir al entrenador que a los jugadores.

Como es natural, comenzamos en curso con nuevas expectativas y con una larga lista de asignaturas: Moralis practica, Exegesis Biblica V. Testamenti, Exegesis Biblica N. Testamenti, Liturgia sacramentalis, Institutiones Iuris Canonici, Exercitationes, Eloquentia sacra, Musica sacra y al final tuvimos el Examen ad Gradum Baccalaureatus.

La cuarta y última sesión del Concilio comenzó el 14 de septiembre. Fue la sesión más prolífica. Todos los documentos pendientes fueron aprobados durante la misma. Los más importantes fueron las constituciones sobre la revelación (Verbum Dei) y sobre la iglesia en el mundo moderno (Gaudium et Spes). Se aprobaron documentos sobre el ministerio de los obispos, la formación y ministerio de los sacerdotes, renovación de la vida religiosa, apostolado de los laicos, educación cristiana, relación con religiones no cristianas, actividad misionera de la iglesia.

Finalmente, el día antes de la clausura, se aprobó el documento sobre la libertad religiosa.

Así terminaba el Concilio el 8 de diciembre de 1965.  Luego comenzó el proceso de implementación de esos documentos.  En realidad, esa implementación cada uno de nosotros la vivió en diferentes lugares con más o menos intensidad.  Sobre el éxito de esa implementación, posiblemente hay tantas opiniones como cabezas.

Al comenzar este curso, quizá debido al cambio de Maestro de Estudiantes, teníamos más acceso a la televisión.  Se puso de moda el ver el programa Estudio 1 que era nuevo en la televisión de España. Quienes se quedaron en España disfrutarían de él por unos veinte años, quienes salimos de España sólo por dos o tres años. Estudio 1 era un programa dramático que consistía en la presentación de una obra de teatro. En él se representaron obras tanto clásicas como modernas, desde Calderón de la Barca, Lope de Vega, Tirso de Molina, José Zorrilla… hasta Carlos Arniches, Alejandro Casona, Alfonso Paso y Buero Vallejo.  Sin olvidar a Shakespeare, Moliere, Pirandello, Ibsen y Arthur Miller.

El programa contó siempre con un excelente plantel de actores y por el plató del programa pasaron los mejores intérpretes de la escena española. ¿Quién no recuerda a José Bódalo, Fernando Delgado, Jesús Puente, Carlos Larrañaga, Luis Prendes, Manuel Galiana y Manuel Dicenta entre los actores?         

¿O a las actrices Irene Gutiérrez Caba, María Luisa Merlo, Gemma Cuervo, María José Goyanes, Luisa Sala y Ana María Vidal? Y fueron muchos más.

Unos años más tarde, otro programa con muchos seguidores fue el titulado ¿Es usted el asesino? de Narciso Ibáñez Menta.

Fue durante este curso cuando nos ordenamos de diáconos y, durante el verano de 1966, los “mayores” del curso se ordenaron sacerdotes. Además de Roman Carter, se ordenaron Aureliano de la Fuente, Julián Cabestrero, Adalberto Izquierdo y Teodoro González.

Ya indiqué antes que el verano de 1965 fue el último que pasamos “juntos” como curso. El verano de 1966 lo pasamos dispersos en diferentes lugares. Pedro García, Teodoro Martín, Timoteo Merino, Antonio Sáez, Jovino San Miguel y yo fuimos enviados a Inglaterra a aprender inglés. Pedro García y yo nos quedamos en Oxford. Antonio Sáez y Teodoro Martín fueron a Cambridge. Timoteo Merino y Jovino San Miguel a otro de los conventos que los dominicos tenían en Inglaterra.

Otros connovicios, como José Antonio Vigara y Graciano Reyero asistieron a la Semana de Misionologia en la Universidad de Navarra (del Opus Dei).

Al terminar este curso había disminuido el número de los que quedaban dentro. Ya no estaban, además de los seis que fueron a Chile y quienes se habían salido antes, Alfredo Díez, Emilio Fernández, Agustín Requejo, José María Ibáñez, Salvador Albarrán, Marcos Mallavibarrena, Faustino Martínez, José García, Juan María Borde y Eduardo Vaquero.


Cuarto año de teología (1966-67)

Comenzamos un nuevo curso y la lista de asignaturas seguía siendo larga: Theologia dogmatica, Theologia moralis, Exegesis Biblica V. Testamenti, Exegesis Biblica N. Testamenti, Moralis practica, Institutiones Iuris Canonici, Theologia ascetica et mystica, Institutiones liturgicae, Historia dogmatum, Eloquentia sacra y Musica sacra.

Ya había terminado el concilio y existía un clima de “efervescencia” y “exuberancia” al ponerse en práctica las ideas aprobadas por él. No eran tiempos fáciles. Lo que era “lento” para los jóvenes, era demasiado “rápido” para los no tan jóvenes. 

El 14 de diciembre se celebró el referéndum para aprobar la Ley Orgánica propuesta por el gobierno. Votó el 88% de los votantes inscritos y de éstos el 98% votó “sí”. El entusiasmo fue grande y algunas crónicas de la época indican que en algunos precintos votó ¡el 120% de los votantes inscritos! La campaña a favor del “sí” estuvo bien montada por el entonces ministro de información Manuel Fraga Iribarne.                                                                                  
                                                                                                                      
Carteles y letreros mostraban a un Franco sonriente pidiendo el “sí” e indicando que el “no” era un voto a favor de Moscú.  En el internet se puede ver el video de Franco el día anterior al referéndum exhortando al pueblo a votar “sí”. En ese video, Franco nos recordaba cómo había dedicado su vida al “servicio de la patria” y cómo “seguía al lado del cañón como en sus años mozos”. Escuchando ahora la voz monótona y adormecedora de Franco es fácil entender porqué sus padres decidieron enviarle a la Academia Militar y no al Conservatorio de Música.

Quizá ya hemos olvidado que un solo “si” o un solo “no” incluía el decicidir si Franco debería seguir como Jefe del Estado hasta su muerte, si después de Franco debería implantarse la Monarquía, si los sindicatos deberían ser de tal o cual manera...y otras cosas más que ahora no recuerdo.  Pensé entonces y sigo pensando que este referéndum fue una tomadura de pelo y un insulto a la inteligencia del pueblo español. ¿Cómo se puede emitir solo un voto sobre temas y asuntos que necesariamente no están unidos?

Por ejemplo, uno podía estar a favor de que Franco siguiera en el poder…pero no que luego viniera la Monarquía (o a la inversa)… ¿cómo se podía expresar  esta dicotomía con un solo “si” o un solo “no”. De todos modos, el pasado fue como fue. Franco quedó satisfecho y pudo decir que todo “quedaba atado y bien atado”.

Quiero hacer constancia en esta crónica que hubo bastantes dominicos de Santo Tomás que votaron en contra del referéndum y cuando este hecho se hizo público no faltó quien se sintiera “ofendido” y “escandalizado”.

Llegada la Semana Santa muchos de nosotros hicimos nuestros primeros “pinitos” ministeriales ayudando en los oficios litúrgicos en diferentes parrroquias o conventos de monjas. A estas alturas, varios del curso ya habían sido ordenados sacerdotes, como indiqué antes, y el resto ya éramos diáconos.

Yo fui a Serranillos, un pueblo de la sierra abulense, donde era párroco Don Albino. Allí coincidí con Don Ricardo Blázquez, ordenado sacerdote un par de meses antes, quien también había ido a ayudar con la liturgia. Entre los dos dirigimos las procesiones de rigor, predicamos los sermones esperados y oficiamos la liturgia del triduo pascual. Yo ya había conocido a Ricardo en la Semana de Misionología de Burgos durante el verano de 1965. Este es el mismo Ricardo Blázquez, que después de hacer el doctorado de Teología en la Universidad Gregoriana llegaría a ser profesor y Decano del Departamento de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (1974-81). En 1988 fue nombrado Obispo auxiliar de Santiago de Compostela (cuando era Obispo titular el actual Cardenal Rouco Varela).  Fue Obispo de Palencia (1992-95), de Bilbao (1995-2010) y, finalmente, arzobispo de Valladolid desde marzo del 2010. Durante el trienio del 2005-2008 fue presidente de la Conferencia Episcopal Española.

Durante el año escolar continuamos viviendo con ansiedad los cambios que el Concilio hizo posibles. No faltaron los sobresaltos que interrumpieron la monotonía monacal.

Para celebrar la misa de cara al pueblo, se construyó una tarima en la iglesia. El plan no era del agrado de nuestro prior, el P. Manuel Ferrero, pero tuvo que tragarse la píldora.

 Para acelerar la transición de la liturgia al español, algunos estudiantes decidieron esconder los Graduales que usábamos para cantar partes de la misa en latín. Podría mencionar el nombre de los estudiantes que lo hicieron, pero no lo voy a hacer por aquello de que “se dice el pecado, pero no el pecador”. Esos Graduales no llegaron a aparecer durante el resto de nuestro estudiantado.

Luego vino el incidente más sonado. Vamos a llamarlo la “huelga de completas”.

Después de tantos años es difícil recordar todos los detalles con exactitud. Más o menos sucedió asi. Un grupo de estudiantes decidió quitarse el hábito durante el paseo largo semanal. Cogidos “in fragranti” por el Maestro de Estudiantes, el         P. Aristónico, fueron castigados a estar de rodillas durante la cena. A la hora de ir a Completas los estudiantes decidimos no ir al coro y nos fuimos a la celda. A la mañana siguiente después de maitines, el P. Aristónico pidió que los estudiantes nos quedásemos en el coro. Allí anunció que la noche anterior había llamado al P. Vicario (Francisco Villacorta) para presentar su renuncia como Maestro de Estudiantes y que la renuncia había sido aceptada. Con esa renuncia, el P. Pelegrín Blázquez, quien era el Socio, tomó las riendas del estudiantado.

Ese mismo día el P. Villacorta se presentó en Ávila para averiguar qué había pasado y quiénes eran los “cabecillas” (o cabezotas) de aquel tinglado. No pasó mayor cosa, aunque tuvimos que hacer unos días de ejercicios espirituales que fueron dirigidos por el P. Pedro San Segundo.
                                                                                                           
Terminado el curso, el 9 de Julio, se ordenaron sacerdotes los demás connovicios:  Santiago Fuertes, José Manuel Asenjo, Antonio Sáez, Teodoro Martín, Jovino San Miguel, José Luis Abad, Timoteo Merino, José Antonio Vigara, Pedro García, Felipe Escanciano, Florentino Casado, Jesús María Pitillas y Antonio Luciano López. La ordenación fue hecha por Monseñor Teodoro Labrador, O.P, Obispo misionero expulsado de China por los comunistas cuando llegaron al poder.

Hubo dos que decidieron no ordenarse y esperar un poco más: Graciano Reyero y yo.

Este año también se ordenaron en Chile José Luis Santervás y Alejandro Valbuena. El resto de los connovicios en Chile ya se habían salido. Primero Santos Fernández, Jesús Sánchez Sendino y Agustín Carricajo. Luego, en 1967, Tomás Sánchez y Teodoro del Pozo. Todos ellos, menos Agustín Carricajo, regresaron a España.

Como ya he mencionado antes, muchas cosas seguían igual y otras habían cambiado grandemente. Ya no había veranos en La Mejorada o en El Paular. Corrían otros vientos…Yo pasé ese verano en Monforte de Lemos (Lugo), con mi hermano Luis que estaba haciendo la filosofía en San Pedro Mártir, trabajando en la construcción de un pequeño pantano.¡Trabajamos en el turno de noche! Creo que el pantano se llamaba “Vilasauto” (o algo parecido).

El estudio de la filosofía y la teología nos preparó bien para manejar la hormigonera, la carretilla y la pala…Aquello del contemplare et contemplata aliis tradere… durante aquel verano nos ayudó a contemplar las estrellas en el oscuro cielo de Galicia.  ¡¡Toda una experiencia!! Yo hice el viaje a Galicia en el AVE de la época, o sea haciendo auto-stop.  Tengo que mencionar que fue Julián Vigara, hermano de José Antonio, quien nos consiguió ese trabajo usando sus conexiones laborales. Gracias, Julián, aunque sea más de medio siglo tarde.

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Texto original de Juan José Luengo García "Breve Crónica de un curso 1953-1968) escrito en verano 2009. Para las otras entradas:

Capítulo 1 (La Mejorada)
Capítulo 2 (Arcas Reales)
Capítulo 3 (Ocaña)
Capítulo 4 (Ávila
)

Capítulo 5.1 (San Pedro Mártir)
Capítulo 5.2 (San Pedro Mártir)
Capítulo 5.3 (San Pedro Mártir)
DE NUEVO EN ÁVILA: 1963-1968 (VII)

DE NUEVO EN ÁVILA: 1963-1968 (VIII)