Saturday, December 12, 2015

JUVENTUD EN EL CLAUSTRO, por Magín Borrajo (1 de 2)

Novicios en Ocaña, 1957 (Imagen: José Sergio de Cabo,"Panizo")
En 1954, a la edad de 17 años, motivado por el idealismo del sacerdocio, me enviaron a Ocaña, provincia de Toledo, para comenzar un año de discernimiento, llamado Noviciado.

Ocaña, en la Mancha, cerca de Noblejas y Aranjuez, era un pueblo con grandes eras, trigales, viñedos, campos de olivos y molinos de viento. Me recordaban a Don Quijote y Sancho Panza. La dualidad de los extremos. El idealismo y el materialismo.

En aquellos años me inspiraron la carrera sacerdotal y el idealismo misionero.
         
El edificio del Noviciado tenía tres pisos, dos de ellos con los dormitorios, una capilla y varias salas de reuniones. El tercer piso estaba sin dividir; era una sala enorme que usábamos para recreo cuando llovía. En este piso quedaban huellas de la Guerra Civil española y eran evidentes los agujeros de las balas.

El convento de Ocaña había sido ocupado por los rojos durante la guerra civil. Oí decir que usaron la iglesia como garaje para camiones. En este convento los rojos mataron a varios frailes dominicos.

Al lado del convento estaba el penal de Ocaña, una prisión de máxima seguridad en la que había encarcelados muchos presos políticos.

A las afueras del pueblo había un «paredón» donde se decía que durante y después de la guerra fusilaron presos.

Dentro del recinto del convento, separado por una valla, había un colegio de dominicos que estaba siendo remodelado para estudiantes externos, la mayoría hijos de funcionarios del gobierno que trabajaban en el penal.

Menciono esto porque, después de invertir tiempo y mucho dinero en remodelar el colegio, cuatro años más tarde el siguiente superior lo demolió, lo que causó muchas críticas en el pueblo de Ocaña.

He vivido 36 años con los frailes dominicos y tengo que decir que nunca fueron buenos economistas. Les faltaba experiencia del mundo, no sabían de negocios y se dejaban manipular y engañar por seglares más perspicaces y mejores negociantes.

Es posible que problemas similares ocurrieran en otras congregaciones e incluso en el Vaticano, donde últimamente se han dado a conocer algunos de sus desfalcos y la falta de transparencia.

El año de noviciado era un tiempo de reflexión y estudio sobre el ideal y la vida dominicana. Teníamos interminables horas de oración y meditación.

Todos los novicios éramos instruidos por el mismo maestro o director espiritual, encargado de moldearnos a su imagen y semejanza.
         
El propósito del noviciado era averiguar si, en verdad, oíamos la invitación de Dios y teníamos vocación de Dominico.
         
Ser sacerdote dominico, así decían, era un don especial de Dios que uno tenía que agradecer o una vocación a la que teníamos que responder generosamente.
         
Durante ese año leí la vida de muchos santos: Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina, Santa Teresita de Lisieux, María Goretti, San Juan de la Cruz, San Ignacio y sus Ejercicios Espirituales.
         
Periódicamente nos visitaban misioneros que nos hablaban con altruismo de sus labores y de la importancia de las misiones y del ministerio de Dios.
        
El año de noviciado era, como si dijéramos, un año de retiro espiritual.
         
No se permitía la visita de familiares, ni el contacto con seglares. Vivíamos completamente separados del resto de la sociedad.
         
Al terminar el noviciado, estaba plenamente convencido de que ser sacerdote era lo mejor del mundo y de que Dios me había llamado de un modo especial para proclamar su palabra, o anunciar su reino en los países de las misiones, o en cualquier parte del mundo, donde quisieran mis superiores.
         
Reflexionando sobre mi vida, pienso que mi convencimiento no se debía a una madurez emocional y espiritual, sino más bien a un adoctrinamiento por parte de los religiosos, víctimas también del tiempo y circunstancias en que habían sido educados.
         
En aquella época se ignoraban los problemas psicológicos.
         
Muchos de los candidatos al sacerdocio tapaban sus represiones, causa de tantos escándalos en los últimos años.
         
Afortunadamente, la jerarquía católica ha comenzado cambiar. En algunas diócesis y congregaciones ya hacen evaluaciones psicológicas a candidatos al sacerdocio.
         
Después del año de noviciado, sin considerar otras opciones, pensando que tomaba la mejor decisión de mi vida, hice alegremente los votos de pobreza, obediencia y castidad, requisitos para comenzar los ocho años de filosofía y teología, preparación necesaria para la ordenación de sacerdote dominico.
         
El voto de pobreza quería decir que uno nunca sería dueño de nada. Uno estaría siempre desprendido o desposeído de todo y limitaría sus necesidades al mínimo. Trabajaría incansablemente en cualquier ministerio asignado por sus superiores y ellos proveerían las necesidades básicas.
         
En esos primeros años recuerdo vestir pobremente. Heredábamos hábitos y ropa interior de otros religiosos, vivos o muertos, y debíamos usarla con humildad y agradecimiento. Se suponía que el voto de pobreza ayudaba a desprenderse de las cosas materiales y a crecer espiritualmente.
         
Durante treinta años con los dominicos conocí algunos religiosos desprendidos de lo material. Otros, en cambio, se apegaban a sus cosas personales y buscaban la amistad y beneficios de gente pudiente. Su estilo de vida se parecía más al de los ricos que al de los pobres.
         
El voto de pobreza sigue siendo un problema serio para la Iglesia y los sacerdotes católicos. Hablan frecuentemente de la preferencia de Dios por los pobres, pero muchos de los obispos y eclesiásticos no dan ejemplo con su vida, ni aman ni viven como los pobres.
         
El voto de castidad significaba una renuncia total a los placeres sexuales, tanto solo, como sería la masturbación, o con otras personas. Uno tenía que entregarse totalmente a Dios, quien no quería «corazones divididos».
         
El voto de castidad requería una entrega de holocausto, una sublimación total. Recuerdo al director espiritual decir «sed modestos, mantened los ojos bajos en presencia de mujeres, evitad mirarlas a los ojos y conversar con ellas».
         
La modestia es una buena cualidad, pero se presta a malos entendidos. Aclaro esto con una anécdota de un gurú budista y su joven discípulo. Caminando a la orilla de un riachuelo se encuentran a dos doncellas mirando el río. El gurú les pregunta a las jóvenes que qué hacen allí. Ellas contestan que quieren cruzar a la otra orilla pero les da miedo la corriente. De manera espontánea, el gurú pasa en sus brazos a cada una de ellas. Las jóvenes le agradecen su amabilidad y sin más comentarios el gurú y su discípulo siguen caminando. Al cabo de un rato, el discípulo rompe el silencio y pregunta: «Maestro, te he oído hablar de la modestia, sin embargo tú no tienes ningún inconveniente en pasar a estas jóvenes en tus brazos». El gurú le responde: «Sí, las tomé en mis brazos, las crucé a la otra orilla y todo terminó allí. Tú, en cambio, las tienes todavía en tu mente».
         
He conocido a sacerdotes alegres, bien integrados, que aceptaron el voto de castidad como uno de los consejos evangélicos. Crecieron emocionalmente y fueron capaces de sublevar la sexualidad y el amor por una mujer.
         
Conocí a otros sacerdotes descontentos, amargados, insensibles, con ideas peyorativas y degradantes sobre la mujer. Y a otros que violaban el voto.
         
La Iglesia Católica se resiste al cambio, a pesar de que casi cien mil sacerdotes han dejado de ejercer el sacerdocio para contraer matrimonio. No quiere enfrentarse a la realidad de miles de sacerdotes que siguen activamente en el ministerio y mantienen relaciones amorosas con mujeres.
         
Estos últimos años, los medios de comunicación y las Naciones Unidas han divulgado el escándalo de tantos sacerdotes reprimidos y pedófilos que nunca debían haber sido sacerdotes, ni han tenido la valentía de dejar el ministerio.
         
Han permanecido en el claustro o en sus parroquias cometiendo crímenes obscenos contra menores.
         
Tristemente, la jerarquía eclesiástica se ha mostrado insensible con las víctimas, se ha esforzado en proteger a los abusadores, en vez de a las víctimas hasta que los tribunales civiles le ha obligado a pagar billones de dólares.
         
La jerarquía católica no comprende la sexualidad humana. Está compuesta de hombres célibes, aunque muchos de ellos no lo son y ellos son los que legislan sobre la sexualidad y las parejas católicas.
         
Reflexionando sobre la sexualidad y la poca influencia que tiene la Iglesia sobre el mundo de hoy, el verano de 2014, caminando por las playas de Cambrils, observando el destape y comportamiento de la gente, me vino a la mente el gran humorista Francisco de Quevedo. Si él caminase por esas playas, quizás más liberado, no escribiría «Érase un hombre a una nariz pegado». Tal vez reservaría su humor para la infinidad de tetas, o quizás ni siquiera haría comentarios, porque las vería como algo normal, como debe ser, porque así son las mujeres, producto de la evolución, o como Dios las ha hecho, con tetas o pechos que todos hemos mamado o debimos haber mamado.
         
En fin, no me opongo a ciertas normas de conducta y decencia humana. Sí me opongo a los tabús, prejuicios y tapujos sobre la sexualidad, herencia de monjes y religiosos, reprimidos y mal integrados, que han impuesto y quieren seguir imponiendo sus prejuicios y creencias injustificadas.
         
El voto de obediencia consistía en someternos completamente a la voluntad de los superiores que mandaban en nombre de Dios.
         
Así como Jesús de Nazaret no vino a cumplir «su voluntad, sino la voluntad del Padre», del mismo modo los religiosos teníamos que renunciar a nosotros mismos y someternos ciegamente a la voluntad de los superiores.
         
Años más tarde, en Washington, defendí ante mi profesor de teología moral que la obediencia ciega era irracional e iba en contra de la dignidad humana.
         
Dios nos había dado la inteligencia para usarla y poder cuestionar a los superiores.
         
Sus mandatos no siempre eran en nombre de Dios. A veces, ni eran razonables, sino que ordenaban por capricho o por motivos personales.
      
A los 18 años veía la vocación al sacerdocio y la profesión de los votos como un ideal digno y altruista. Estaba completamente de acuerdo.
        
Años después, reflexionando sobre mi vida en el claustro, pienso que los maestros dominicos y los superiores, tal vez con buenas intenciones, me adoctrinaron. Me subieron, como si dijéramos, al pico de un monte y me empujaron lanzándome cuesta abajo. Corrí ciegamente porque no tenía frenos, ni opciones para contemplar otras alternativas.
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Por cortesía de Magín Borrajo, publicamos el capítulo III de su libro "BUSCANDO SER HUMANO", Palibrio, Bloomington 2014. Puedes adquirir el texto completo en Amazon o bien en esta página http://www.maginborrajo.com/

Saturday, December 5, 2015

ASÍ FUE MI VIDA (II): Santa María de Nieva y Arcas Reales (Memorias del P. Niceto Blázquez)*

El P. Niceto Blázquez, primero por la izquierda, escolar en Arcas
La llegada al colegio de Santa María de Nieva en la provincia de Segovia supuso un notable progreso para mí [Para su estancia en La Mejorada, pulsar en este enlace]. El sistema de educación masiva era el mismo pero había otros hombres y otros compañeros mayores en edad y experiencia. El hombre clave para mí fue el Rector del colegio, José González Cuesta, el cual había llegado de la Universidad de Santo Tomás de Manila para subsanar problemas que habían surgido con el Rector anterior. De este hombre recibí el trato personal y respetuoso que yo necesitaba.

Dos anécdotas pueden bastar para destacar este recuerdo positivo de él. Pocos días antes de comenzar el curso académico 1952/1953 se casaba en Madrid mi hermano Emiliano y obviamente me planteé la cuestión sobre solicitar el permiso correspondiente para desplazarme a la metrópoli con el fi n de asistir a la boda. El tiempo apremiaba y no estaba yo convencido de que el rector del colegio estuviera por la labor. En realidad yo estaba convencido de que mi propuesta iba a ser rechazada. Pero se me ocurrió comentar el asunto con un compañero de curso llamado Jesús Arróniz, con el cual jugaba yo partidas de pelota, y me animó a subir al despacho del Rector y plantearle la cuestión. Bueno, pensé para mis adentros, si me niega el permiso no me pilla de sorpresa y si me lo concede, me quedará la satisfacción de haber convertido mi ilusión en realidad.

Con estos pensamientos me dirigí a su despacho sin perder tiempo. Tan pronto el Rector se percató de mi presencia vino rápidamente a recibirme preguntándome cariñosamente si me ocurría algo y en qué me podía ayudar. Era mi primer encuentro a solas con él. Le expuse el motivo de mi visita en hora tan inoportuna e inmediatamente se interesó por mi familia y por mi hermano. Yo estaba felizmente sorprendido comparando los fríos e impersonales encuentros que habían tenido lugar durante los dos años precedentes con el Rector del colegio de La Mejorada. Escuchó mi petición como quien escucha respetuosamente a otro hombre, me hizo alguna pregunta aclaratoria y me contestó que le parecía muy razonable y conveniente que viajara a Madrid para asistir a la boda de mi hermano. Me sentí todo un hombre hecho y derecho dispuesto a dejarle en buen lugar por el trato y confianza que me había otorgado.

Otra anécdota fue la siguiente. Había un profesor decidido a suspenderme en una de las disciplinas académicas que impartía. Yo, convencido de que aparte la circunstancia académica, mi persona no le era grata, estaba dispuesto a expresarle a mi padre mi desánimo preparando el terreno para abandonar el colegio. El P. José González Cuesta, al conocer mi estado de ánimo, mantuvo conmigo una conversación entrañable durante la cual me persuadió con pocas palabras para que dejara pasar algún tiempo antes de tomar una decisión inesperada por mis padres. Yo seguí su consejo y acerté al tiempo que crecía en edad y experiencia de la vida a pasos agigantados.

La vuelta a Hoyocasero para las vacaciones de verano eran otro motivo importante de reflexión y maduración de mi personalidad con la ayuda moral del párroco D. Vitorio Herráez del que ya he hablado antes. Él fue mi verdadero guía y amigo durante aquel tiempo. En relación con las vacaciones estivales recuerdo otra anécdota muy significativa. Uno de los veranos recortaron drásticamente el tiempo de las vacaciones estivales con la familia. La iniciativa, según las informaciones recibidas, fue del Rector de La Mejorada, y el Rector de Santa María de Nieva, por solidaridad con su homólogo, tomó también la misma decisión.

En consecuencia, marchamos a casa en la primera semana de julio pero nos ordenaron regresar al colegio al cabo de un par de semanas. Por otra parte fue un verano castigado por una sequía devastadora y un calor extremo. La situación llegó a ser tan crítica que, de vuelta ya en el colegio, nos vimos obligados a racionar incluso el agua para beber. Cabía pensar que, dada la gravedad de la situación, nos dejarían volver a nuestras casas hasta el fi n del verano para paliar la situación. Pero esto no ocurrió. Nuestra exasperación llegó a tal extremo que llegamos a pensar en sabotear la poca agua de la que disponíamos derramándola o rompiendo los cántaros, a ver si así, forzados por la necesidad, nos dejaban marchar de nuevo a casa con nuestros padres. No saboteamos el agua y tuvimos que aguantar allí un verano terrible de calor e incomodidad. Eran aquellos tiempos recios a los que muchos de mis compañeros de camino sucumbieron.

Finalizado el curso 1953/54, disfruté de unas largas vacaciones con mis padres y comenzó para mi otra etapa importante de la vida. Se cerraron los colegios de La Mejorada y de Santa María de Nieva y se inauguró el bello, novedoso y espectacular colegio de Arcas Reales en la afueras de Valladolid. Cuando me incorporé en septiembre de 1954 se respiraba ya un ambiente de bonanza y modernidad reconfortante en comparación con el ambiente que habíamos dejado atrás. Por otra parte, durante ese verano todas mis experiencias de infancia fueron sometidas a prueba con el desarrollo biológico que acompaña a la edad. Entre otros fenómenos dignos de mención me parece oportuno destacar el del enamoramiento, que tantas desventuras y desencantos acarrea a las personas que caen fatalmente en sus redes.

Las cosas se sucedieron, en líneas generales, más o menos, así. Yo sentía por aquella época una admiración profunda por una joven. Era físicamente bella pero mi interés por su persona se había despertado por sus formas de conducta y un encanto propio de quienes no conocen el mal. Así las cosas, comprendí que estaba irrumpiendo en la órbita del enamoramiento y tenía que tomar una decisión nueva acerca de mi futuro, ya que esta situación emocional podía entrar en conflicto con la decisión que había tomado ya en razón de mis experiencias anteriores.

La opción que había tomado de buscar la verdad por encima de todo y antes que nada, después de las experiencias antes descritas, estaba en pleno vigor, pero la fuerza de la vida y las nuevas circunstancias pujaban llevándome hacia otros derroteros por la vía del enamoramiento. Confieso que la toma de posición ante esta nueva experiencia de vida no me resultó difícil. Yo me encontraba ante la posibilidad de continuar por el camino emprendido o de abandonarlo para crear una familia como hace la mayoría de la gente. Pero ¿qué garantías tenía yo de que en el futuro no me iba a arrepentir de haberme casado añorando la senda de la verdad que me había trazado como prioridad de mi vida? Entonces me hice el siguiente razonamiento. Si expreso mis sentimientos a esta amorosa muchacha y me caso, me obligo a ser coherente con ella hasta las últimas consecuencias. Pero, ¿qué ocurrirá si las cosas no nos van bien, como ocurre a tanta gente que se casó ilusionada? La cuestión de fondo era saber siquiera con certeza moral si yo había nacido antes que nada para crear una familia biológica o más bien para dedicarme prioritariamente a otras cosas que yo había descubierto antes.

Así las cosas, me pareció que lo más prudente era encontrar primero el sentido de la vida y después vivirla responsablemente en plenitud en lugar de lanzarme a la aventura del enamoramiento aparcando el uso de la razón que me llevaba por otros derroteros. Entendía que, si me casaba y me comportaba como persona responsable, no debía dar marcha atrás después sino que debía asumir responsablemente las consecuencias de tal decisión. Por el contrario, si dejaba aparcada la opción de casarme hasta estar seguro de que la otra opción era la acertada, nada estaba perdido porque tan pronto surgiera alguna dificultad seria que me impidiera seguir en la opción por la vida religiosa quedaba siempre la posibilidad abierta de reconsiderar la opción por el matrimonio. En cualquier caso esto requería un tiempo de prueba y, sobre todo, poner todos los medios para no ilusionar a la adorable muchacha declarándole mis sentimientos sin estar yo seguro de la solidez de los mismos.

Así las cosas opté por evitar cualquier tipo de encuentro con ella que pudiera desvelar mi estado de ánimo y seguí conociendo más a fondo el camino que ya había emprendido con vistas a optar por la vida religiosa. A medida que pasó el tiempo me fui convenciendo de que yo no había nacido para crear una familia sino para otros menesteres de los que me he ocupado feliz y contento a lo largo de mi vida. Por otra parte, como me cuidé mucho de no generar ninguna ilusión en la joven muchacha, tampoco mi decisión de marchar por otro camino pudo causar en ella ningún daño moral o desilusión. Esta determinación, que, insisto, el tiempo sancionó como la acertada y correcta, no hubiera sido posible sin el control previo de los sentimientos por parte de la razón. Así, al no implicarla a ella irresponsablemente en mis emociones pude optar con conocimiento y libertad por la senda que me había trazado la vida en un nivel mucho más profundo que el de los comunes sentimientos de enamoramiento sin causar daño a nadie.

En consecuencia, no dudé en pedir ingresar en la Orden de Predicadores, consciente de que iniciaba otra etapa importante de mi vida, de acuerdo con aquellas primeras experiencias de infancia preparándome para afrontar los obstáculos y dificultades que inevitablemente habrían de surgir después en el camino. Uno de esos obstáculos fue la pedagogía educativa en vigor. En el moderno y flamante colegio de Arcas Reales yo llegué a gozar de prestigio como estudiante cualificado pero eso no me importaba gran cosa.


Mi procesión iba por dentro y sólo Dios conocía mis dudas, luchas, debilidades humanas y equivocaciones. También allí encontré a profesores de baja calidad docente y pedagógica. La bestia negra era un fraile amargado, responsable de la disciplina general del colegio, y varios profesores laicos los cuales utilizaban la coacción moral sin excluir la violencia física. Esta circunstancia dio lugar a momentos de alta tensión entre profesores y estudiantes hasta el punto de que nos vimos obligados a defendernos de los malos tratos de algunos amenazando con el recurso a la violencia proporcionada. Pero esta es otra historia que se suma a las dificultades que hay que ir superando a lo largo de la vida para sacar lecciones prácticas y no fracasar en nuestros proyectos de vida fundamentales.

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* Por cortesía del autor, adelantamos el capítulo 2 de "Así fue mi vida", editado para este blog en tres partes. ASÍ FUE MI VIDA. Recuerdos y pensamientos. Tomo I. Niceto Blázquez, O.P. © 2015 Editorial: Liber Factory. Está prevista su publicación en unas semanas