Thursday, September 20, 2018

DE NUEVO EN ÁVILA: 1963-1968 (VII), por Juan José Luengo

Santo Tomás, Ávila (Imagen: Luciano López)

Llegamos a Ávila para comenzar la Telogía después del descanso del verano en La Mejorada. Ocupamos el nuevo pabellón que estaba en construcción tres años antes cuando hicimos el Preu en Ávila. El número en el curso había disminuido porque varios compañeros se habían quedado en el camino.

Ya indiqué que antes de ir a San Pedro Mártir se habían salido Balbino Arias, Juan Manuel del Pozo, Baltasar Carrascal, José Luis Burguet, José María Bermejo, José Antonio de Cea y Juan Luis Martínez. Durante los años de Filosofía se salieron y no llegaron a Ávila Amador de Bustos, Calixto Franco, Miguel Gavela, Andrés Galán, Alberto García, Manuel Gómez, José Hernández, Ricardo López, José María Martínez, Salustiano Moreta y Juan Postigo. Evidentemente, a este grupo hay que añadir el fallecido Lázaro Fuentes.

Hagamos una pausa para recordar que desde el verano de 1957, al final de cuarto en Arcas Reales, no habíamos visitado a nuestras familias. ¡Seis largos años que se extenderían varios años más hasta la ordenación! Como nos dijeron más de una vez, había que renunciar a todo y abandonar todo (incluida la familia) para conseguir el Reino de los Cielos.  En este aspecto, unos fueron más afortunados que otros.  Quienes eran de Ávila y sus alrededores, como yo, tenían familia cerca que podían hacer una visita con cierta frecuencia y sin gran dificultad. Lo mismo se puede decir de quienes eran de Madrid, como José María Ibáñez.  Para quienes eran de Palencia, Valladolid, Burgos y, por supuesto, Galicia, Asturias y el País Vasco esto era harina de otro costal.

Antes de entrar de lleno en la narración de la crónica no quiero dejar sin hacer algún comentario sobre uno de los “rumores” que oímos durante estos años. Me refiero al “incidente” del Obispo corrupto y depravado de aquel entonces y a cómo el Gobierno, siempre “protector” de la Iglesia, no permitió que se publicara nada sobre el caso en los periódicos de la época.  La “historia” que corrió de boca en boca…decía, usando el estilo de los cuentos infantiles que leímos cuando pequeños.. Érase una vez un Obispo español “disoluto” y “lujurioso” que frecuentaba, entre otros, los prostíbulos de París y Barcelona. Un informe policial “reservadísimo” indica que en Barcelona era un “pupilo frecuente con el nombre de Don Manolo” y todas las prostitutas conocían “su jerarquía eclesiástica”. Nada menos que el hispanista inglés Paul Preston hace mención de este caso en su biografía de Franco. 

Se trataba del Obispo de Calahorra-Logroño. Como muchos otros, yo creí que había sido Monseñor Abilio del Campo Bárcena (Obispo de 1956 a 1979). No fue así. Era el obispo anterior a él, Monseñor Fidel García Martínez (Obispo desde 1921). No, tampoco fue él. ¡¡Todo fue un un montaje del Gobierno, con “dobles del Obispo”, para acabar con un prelado incómodo para el régimen franquista por su oposición al nazismo!! Todo estuvo tan bien “montado” que el mismo Obispo Fidel llegó a  decir “me lo voy a acabar creyendo hasta yo”. De todos modos, renunció a la sede episcopal a los 72 años cansado de tanta calumnia. Vivió unos 20 años más muriendo en 1973 a los 93 años.

La historia nos dice que Don Fidel, nacido en 1880 en un pequeño pueblo de León, fue un Obispo brillante. Si no se hubiese opuesto al plan con tanta vehemencia, hubiera sucedido al cardenal Segura en la sede primada de Toledo en 1931.

Entonces, ¿qué pasó? En 1937, desafiando la orden de Franco a todos los obispos españoles, publicó en el boletín diocesano la encíclica Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación) en la que Pío XI condena severamente al nazismo.  Años más tarde, se atrevió a publicar una larga y vibrante Instrucción pastoral sobre algunos errores modernos, entre otros el comunismo y el nazismo, y en defensa de “la libertad y la dignidad del hombre frente al Estado”.

Un libro reciente sobre su caso lo titulan los autores con toda justicia, Conspiración contra el Obispo de Calahorra. Denuncia y crónica de una canallada.

Bueno, me alargué más de lo esperado, pero lo escrito, escrito está.

Volvamos a nuestra llegada a Ávila.  Era prior del convento el P. Francisco Zurdo, quien, en La Mejorada, había sido prefecto de disciplina y profesor de latín.

El maestro de Estudiantes que nos esperaba era el P. Adolfo García, maestro de Estudiantes de Teología el año anterior. El P. Adolfo era una persona bien preparada con su doctorado en Teologia y quien, entre otras cosas, había sido Provincial de la Provincia de Colombia. Al mismo tiempo, tenía una personalidad de hombre asustadizo que engendraba más nerviosismo que confianza. Era su socio el P. Pelegrín Blázquez.

Al llegar a Ávila dejamos de ser los “mayores” como estábamos acostumbrados por muchos años.  Allí estaban como padres jóvenes, recién ordenados sacerdotes y completando el último año de teología, aquellos “aspirantes” que estaban en 5º cuando nosotros estábamos en 2º en el curso de 1954-55 cuando se abrió el colegio de Arcas Reales. Algunos de los nombres: Esteban Uña, Domingo Marcos, Magín Gómez, José Bravo, José Martínez de los Llanos, Antonio Gónzalez, Niceto Blázquez, Juan José Uncilla, Pedro Luis González….

Del curso siguiente (4º de teología), estaban allí Gumersindo González, Restituto González, Cirilo Santiago, Serafín Monasterio, Manuel Mateos, Abilio Vicente, Gonzalo Rodríguez, Isidro Rubio…

Finalmente, del curso anterior al nuestro habían regresado de Francia Manuel Reyes Mate, Jesús Manuel Martínez  y Marcos Ramón Ruiz. De este curso seguían en Granada José Luis Ajates, Dionisio Jiménez y Rafael Sanz.

Santo Tomás, antigua residencia de estudiantes
Naturalmente también nos encontramos con un grupo grande de padres, la mayoría serían profesores nuestros durante los cinco años de teología. Esta es la lista de los que recuerdo como profesores: PP. Miguel Crescente González (profesor también en el Seminario Diocesano de Ávila), Marcelino Sánchez, Salustiano Reyero, Cahn (vietnamita y profesor de hebreo el primer año), Claudio García, también Regente de Estudios, Felicísimo Miguel, Luis López de las Heras, Pedro San Segundo, Pelegrín Blázquez, Godofredo González, Augusto Antolínez, José Montero, Fernando Chamorro, Aristónico Montero, P. Valderrama.

Había otros padres como el P. Pablo Arcas(sacristán), Quirino Andrés(síndico), Faustino Rodríguez, Félix Calle, Cristóbal Alonso, Gaspar Moreno, Isaac Liquete, Efrén Villacorta, P. Vicente, Jesús Luis Hernández quienes, entre otros ministerios, tenían varias capellanías en la ciudad y eran los confesores de los estudiantes.

Tampoco quiero olvidar al grupo grande de hermanos cooperadores que sirvieron a la comunidad con distinción y dedicación. Fray Antonio Cáceres, Dionisio Bañares, Julián Domínguez, Pío González, Teodoro Moreno, José Franco Sastre, Valerio Miguel, Agapito Díaz, Jesús Antolínez (luego ordenado sacerdote), Emeterio Abia, Julián Romeral y Manuel Miguel Velasco.

El P. Canh regresaría a Vietman el año siguiente, donde, con el resto de los dominicos vietnamitas, pasaría a ser parte de la nueva provincia que la Orden estableció allí en 1967 con el nombre de Regina Martyrum. Este fue el resultado de la excelente labor de nuestra provincia en Vietman, donde los españoles llegaron en 1676.

Comenzamos el curso académico a finales de septiembre y esta es la lista de las asignaturas del primer año (1963-64). Las nombro en latín porque así aparecen en los récords que conservo: Introductio in S. Scripturam, Apologetica, Ecclesiologia, Historia Ecclesiae, Patrologia, Archeologia sacra, Institutiones liturgicae, Lingua hebraica, Lingua graeca bilblica, Textus selecti, Eloquentia sacra, Musica sacra y De spiritualitate dominicana.

Algo interesante sucedió desde el primer día de las clases de teología. El latín dejó de ser tan importante y, no cabe duda, que el Concilio que se estaban celebrando tuvo algo que ver con este cambio, sutil al principio y más obvio con el paso del tiempo.

Al mismo tiempo que comenzamos el curso académico, el 29 de septiembre de 1963, se iniciaba la segunda sesión del Concilio. El Papa Pablo VI nombró cuatro moderadores para lograr que el Concilio se desarrollara con mayor efectividad y para evitar que se repitieran los “choques” ideológicos de la primera sesión.     

Estos fueron los cuatro cardenales nombrados moderadores: Lercaro, Suenens, Lienart y Agagianian.  La historia nos dice que todo funcionó con más suavidad y harmonía. Antes de terminar esta sesión el 4 de diciembre, se aprobaron dos documentos. Uno menor, sobre los Medios de Comunicación Social y otro de suma importancia e impacto, la Constitución sobre la Liturgia.

Hoy día nadie puede dudar que la Constitución sobre la Liturgia fue el documento de mayor transcendencia e impacto del Concilio. Otros serán más profundos como Lumen Gentium (sobre la iglesia), Verbum Dei (sobre la revelación) y Gaudium et Spes (sobre la iglesia en el mundo moderno), pero no afectaron a tanta gente o sus efectos no fueron tan evidentes. ¡La reforma de la Liturgia es algo que todos los católicos llegaron a experimentar y vivir en carne propia! Domingo tras domingo, los fieles vieron cómo, entre otros cambios, la liturgia dejaba de celebrarse en latín para celebrarse en su lengua materna.
                                                                                      
Continuó la costumbre de comer en silencio mientras escuchábamos la lectura de algún libro educativo e interesante.   Recuerdo en especial el de Marie-Joseph Lagrange, O.P, El Evangelio de Jesucristo. En aquel entonces no éramos conscientes de la importancia que el P. Lagrange había tenido en el desarrollo de la exégesis moderna dentro de la Iglesia Católica. Como fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén a finales del siglo XIX, comenzó a abrir nuevos caminos e introducir nuevas técnicas de investigación en este campo de estudio. Sufrió en carne propìa la “furia” del ataque al modernismo. Hombre de tanta fe como erudición no aceptó el silencio como solución a esos ataques. Hombre de tanta obediencia como sabiduría se mantuvo fiel hasta el último momento sin dar marcha atrás.  El P. Lagrange es, sin duda alguna, una de las grandes lumbreras de la orden de todos los tiempos y, por ello, merece nuestro agradecimiento y admiración.

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Texto original de Juan José Luengo García "Breve Crónica de un curso 1953-1968)escrito en verano 2009. Para las otras entradas:

Capítulo 1 (La Mejorada)

Capítulo 2 (Arcas Reales)

Capítulo 3 (Ocaña)



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