EL COLEGIO
La denominación oficial del Colegio era Colegio de
Nuestra Señora del Rosario de Arcas Reales. Nosotros siempre le denominaríamos
Arcas Reales. El nombre provenía de un barrio a las afuera de Valladolid, donde
antiguamente cuentan que venía algunos veranos a pasar unos días el Rey Felipe
II. Había una fuente unos quinientos metros antes de llegar a la entrada del
Colegio que celebraba aquella efeméride o al menos eso nos decían que quería
decir la inscripción que había en el frontispicio de la citada fuente.
El Colegio tenía una arquitectura colosal, obra del
arquitecto Miguel Fisac, personaje muy vinculado a la construcción de obras de
carácter religioso, quizás por sus nexos personales con la religión católica ya
que se comentaba que fue una persona muy cercana al Opus Dei.
Independientemente de las razones por las que le
otorgaran la construcción del Colegio lo cierto es que éste tenía una
distribución muy equitativa, era luminoso, espacioso, con grandes ventanales y
con unos diseños adecuados al número de alumnos que tenían su residencia y a
las peculiaridades de su dedicación: estudio, deporte y tranquilidad.
El centro del edificio estaba ocupado por una
iglesia enorme con un ábside y un frontal hechos de granito con una altura
excepcional que servía de faro y guía para el resto del edificio. En lo alto de
este ábside, en su parte exterior, había una enorme estatua del fundador de la
Orden de Predicadores (Dominicos) a los pies de la Virgen (Nuestra Señora del
Rosario). Por dentro la iglesia era totalmente diáfana, rectilínea en sus
paredes laterales que parecían converger hacia el altar mayor al que unas
cristaleras laterales le iluminaban de una manera preciosa y precisa.
En los laterales de la iglesia había pequeños
altares en sus respectivas capillas que eran igualmente ascéticos, sin
iconografía, semejante en su construcción a la nave central de la iglesia. No
había pues distracciones posibles puesto que la óptica y perspectiva de la
construcción era inevitable hacia el altar mayor.
Las paredes eran de ladrillo visto y sólo se verían
unos pequeños símbolos que indicaban las estaciones del viacrucis. Al fondo una
pequeña cristalera hecha con cemento blanco y pedazos de cristales de colores
que recreaban figuras geométricas semejantes a un calidoscopio fijo. Sobre el
fondo había un pequeño coro donde estaba instalado un armonio para acompañar
las sesiones religiosas con música, si era necesario. Los bancos divididos en
dos columnas con un pasillo central amplio y dos laterales permitían el acceso
de todos los asistentes sin problemas de tiempo y espacio.
En la parte delantera de la iglesia se sentaban los
alumnos de los dos primeros cursos. Después de un pequeño espacio se sentaban
los cursos superiores por orden de antigüedad y en los bancos finales los
frailes, que tenían una visión perfecta de todo el alumnado.
El altar estaba situado en alto y también era muy
ascético, sólo el ara y un atril con los correspondientes candelabros para
sostener las velas según el período eclesiástico que se tratase.
Sostenido desde el techo hasta el suelo por una
serie de barrotes finos y dorados colgaba un crucifijo enorme, que suponía el
único icono de toda la iglesia.
A ambos lados de la iglesia se habían construido de
forma totalmente simétrica diversos pabellones, totalmente rectangulares, de
uno o dos pisos para albergar las actividades escolares y dormitorios.
También había un claustro que servía de entrada al
edificio y encadenaba los dos refectorios o comedores y la zona de residencia
de los frailes con ciertas dependencias como la enfermería, las cocinas, el
lavadero, etc.
Todo ello estaba rodeado por una extensión de
terrenos dedicados en parte a campos de deportes (fútbol, balonmano, vóley,
piscina, salas de pianos) como de cultivo y vaquerías. También había un teatro
en un edificio separado donde se llevaban a cabo actividades culturales de
representación de pequeñas obras de teatro, sesiones literarias, y, una vez al
mes, películas, escogidas por su moral y contenidos adecuados a nuestro espíritu
y según los tiempos que corrían.
ORGANIZACIÓN
Realmente la organización de la actividad del
Colegio era compleja y espartana. Eso lo veo ahora, con ojos de persona mayor
que ha vivido y trabajado en grandes corporaciones, pero entonces no tenía
noción de lo que suponía poner en orden aquel enorme volumen de personas y
actividades.
El Colegio tenía una capacidad de absorción de 500
alumnos aproximadamente. Todos en régimen de internado, lo que conllevaba
múltiples gestiones para organizar a tanto personal durante unos nueve meses
aproximadamente al año. La logística requería esfuerzo y dedicación.
La primera división que se hacía con los alumnos
era por cursos. Los menores, primero y segundo de bachillerato, estaban en un
ala del Colegio y tenían un Prefecto de Disciplina. En mi curso tuvimos durante
los primeros años al Padre Agripino Franco.
Cada uno de los cursos se dividía en Secciones, por
orden alfabético de los alumnos, en un número aproximado de 40 alumnos por
Sección que así mismo eran los componentes de cada una de las aulas de clase.
La misma estructura mantenían los de segundo de
bachillerato. Ambos cursos en convivencia y con una cierta rivalidad a nivel
deportivo, intelectual y de autoafirmación constituíamos lo que se denominaba:
LOS MENORES.
Semejante organización se llevaba a cabo con los
mayores, cursos de tercero a quinto de bachillerato. No cursábamos sexto y
reválida superior según los planes de estudio vigentes entonces porque nos
enviaban al Noviciado al finalizar quinto de bachiller y después se suplía este
déficit cuando cursábamos Preuniversitario, al finalizar el Noviciado e iniciar
la vida religiosa con los votos simples.
Estos tres cursos superiores constituían lo que se
denominaban LOS MAYORES. Tenía su ala aparte, su Tutor o Prefecto de
Disciplina, que durante los años que estuve en Arcas Reales siempre estuvo
ostentado este cargo por el Padre Alberto, de quien hablaré largo y tendido en
estas líneas.
Teníamos prohibido el vernos y juntarnos con los
Mayores. Es más, había alumnos que tenían hermanos o primos en cursos
superiores y para verse tenían que solicitar permiso y los domingos pasaban los
familiares directos mayores al pabellón de los menores para ver a sus hermanos
y sólo a sus hermanos. Dejaban, a veces, con un fraile de testigo, saludar a
algunos alumnos que eran de su pueblo o conocidos. La visita no llegaba a la
hora de duración, salvo que viniesen los padres o familiares muy directos, que
entonces les permitían todo el tiempo que quisieran y hasta salir del Colegio durante
el día.
Para conseguir que todo este entramado funcionase a
la perfección sólo se lograba con una virtud: LA DISCIPLINA. Ésta era
abrumadora, tirana y metódica. Tenía como recurso para su implantación otra
virtud: LA OBEDIENCIA. Vaya si funcionaban. Solas o acompañadas pero trufadas
continuamente de castigos para cualquier infracción o virtual infracción. Los
juicios de faltas eran sumarísimos y sin posibilidad de defensa la mayoría de
las veces. Se aplicaba inmediatamente el castigo. Era el modelo de educación
religiosa al uso y más dentro de un sistema totalmente autoritario como el
sistema político que imperaba por aquella época en nuestro país.
El Colegio tenía un Director, que al mismo tiempo
era el Superior de la Comunidad de Religiosos que participaban en el desarrollo
de las actividades lectivas, espirituales, de gestión y captación de vocaciones
para sucesivos cursos.
El Director se cambiaba cada ciertos años según los
estatutos de la Orden y era elegido por sufragio de los frailes, con el mismo u
otro candidato. Después era confirmado por el Vicario Provincial y
posteriormente por el Provincial de la Orden que se encontraba en Manila
(Filipinas). Este cargo llevaba la representación académica ante el Ministerio
de Educación para el reconocimiento de los estudios reglados, por lo que
contaba también con un Secretario de Actas para las Evaluaciones pertinentes o
exámenes como de denominaban en aquella época.
El Profesorado que teníamos eran Frailes que
pasaban temporalmente por Arcas Reales, que venían de otras actividades,
especialmente misiones en Asia o en Sudamérica, y para descansar y cargar pilas
se dedicaban durante unos años a dar clases a los alumnos de bachillerato.
De aquí se derivaban ciertas dificultades en las
cualidades docentes de algunos de ellos. Les asignaban la impartición de
materias que estaban libres y muchas veces no tenían los conocimientos técnicos
ni pedagógicos adecuados para su impartición. Esto generaba rechazos,
incomprensiones y pérdidas de tiempo y conocimientos en los alumnos que nos
incapacitaron para estudiar ciertas especialidades por falta de formación
básica.
Además de los Frailes Sacerdotes había otros
frailes que no cantaban misa, no eran sacerdotes, pero que tomaban los hábitos
y los votos y servían y ayudaban en las tareas de logística y organización del
Colegio. Eran los Hermanos Legos, aunque se desterró esta terminología por
considerarse despectiva. Muchos de ellos eran más apreciados por los alumnos
que algunos de los Frailes/Sacerdotes.
Para las tareas auxiliares de lavandería, cocina,
agricultura, vaquería, etc. tenían contratados personal seglar que eran
coordinados por Hermanas o por los Hermanos Legos para poder realizar
eficazmente todos estos menesteres tan amplios y necesarios en un colectivo tan
numeroso.
A grandes trazos ésta podría ser la organización
del Colegio durante los cinco años que pasé en Arcas Reales. Ahora pasaré a
describir mis andanzas, estudios y anécdotas y de algunos compañeros de curso o
de otros cursos que irán entrelazándose con el devenir del tiempo.
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