Sunday, October 27, 2019

DEPORTES Y ACTIVIDADES LÚDICAS (1 de 2), por Rufino García Álvarez

P. Pablo Sánchez Fuentes, Onomástica del P. Agripino Franco, 28 mayo 1965

Las instalaciones deportivas del Colegio eran magníficas. Estaban diseñadas para poder dar satisfacción a quinientos alumnos. Por lo tanto eran amplias y variadas. La mayoría al aire libre pero también disponíamos de juegos de mesa y mesas de pingpong en las galerías interiores para los días lluviosos.

Este tipo de entretenimientos se llevaban a cabo en horas posteriores a la comida o los días que el tiempo impedía salir al exterior, como los días lluviosos o muy fríos. Bueno, tenían que ser de temperaturas extremas o con nieve, porque si no la práctica de deporte en el exterior era obligada.

En la galería inmensa que ocupaba los bajos de las respectivas alas del colegio había muchas mesas para poder practicar juegos de cartas, ajedrez, dominó, parchís, damas, etc. Se organizaban muchas partidas de todo tipo de especialidades. Había que dejar entrar a otros compañeros o contrincantes cuando se perdía y así se podían solazar todos con los diversos juegos de mesa.

Algunas veces se sentaban a jugar con nosotros los frailes. Uno de los más campechanos y que más compartían los juegos de cartas con nosotros era el P. Salvador o P. Zumba, como le llamábamos. Era muy vocinglero y radiaba el juego aunque no se pudiese hablar como en el tute. Recuerdo un día que estaba jugando y en medio de la partida de tute falla las espadas y acto seguido canta veinte en espadas y sale con el rey en la siguiente baza. Cuando le dicen que eso es renuncio se niega a aceptar el tema y dice que no pueden hacerle eso a él, puesto que si no le quitaban las veinte en espadas.

-          Cómo no voy a fallar las espadas si tengo las veinte solas y si no me las quitáis. Tenéis poca deportividad. Así no se puede jugar con vosotros. Me largo. 

Después de varios forcejeos dialécticos cede y comenta que lo había hecho para ver si estábamos atentos al juego. Después se echó unas risotadas acabó la partida y se fue a dar la lata a otra mesa. Era muy comunicativo y afable.

Algunas veces también participaba el P. Alberto, sobre todo en el juego de ajedrez, pero no era acogido con tanto fervor y camaradería.

Uno de los juegos más solicitados era el ping-pong. Había varias mesas en la galería pero la demanda era superior a la oferta. Sin embargo había una regla no escrita de que quien pusiese de su propiedad la pelota de pimpón tenía la posibilidad de entrar a jugar cada cinco partidas si era eliminado. Así que los propietarios de las pelotas generalmente eran los que mejor jugaban porque tenían muchas opciones de jugar, mientras el resto sólo podía jugar alguna partida en toda la tarde. Los gritos y voces eran de una algarabía extraordinaria. Pensad en unas doscientas voces hablando o gritando en una galería cerrada y que retumbaba y reverberaba. A veces el P. Alberto tenía que hacer sonar el silbado para llamar al orden y bajar el tono del vocerío.

Otros alumnos si no querían o no les apetecía jugar a estos juegos buscaban compañeros afines para poder pasear y charlar recorriendo a lo largo de la galería durante vueltas y vueltas hasta que finalizaba el período de recreo.

Desde luego no todas las sesiones de juegos de mesa se saldaban de una manera pacífica. Había trifulcas, voces, gritos y hasta alguna mesa y cartas por los aires. Dependía de los contrincantes y de su buen saber ganar o perder. Alguna vez hubo algún tortazo que otro. Dependiendo de cómo discurriese el tono de la pelea y de la fluidez de la información o chivatazo hacia arriba la fiesta no acababa sin sanciones.

El deporte en el Colegio tenía varias finalidades. Una de ellas era, lógicamente, el desarrollo corporal, físico y mental. La salud tan importante en unos chicos que empezaban la adolescencia. Eran una gran válvula de escape también para descansar de los estudios y para cansarse con fuerte actividad física que nos obligase a descansar por las noches.

La otra finalidad, no explícita, pero sí conocida y reconocida por los responsables, era la sublimación de la libido. Cuanto más cansados estuviésemos los chicos menos pensaríamos en el sexo. A veces teníamos sesiones larguísimas de deporte o paseos largos que nos dejaban medio derrengados. Pero con esos años, entre doce y diecisiete, teníamos energía para todo.

Lo que más me impresionó a mí cuando llegué al Colegio fueron las magnitudes. La grandeza de todo. Mis referencias eran mi casa del pueblo, mi escuela y la iglesia de mi pueblo, Moreda. En mi aldea por no tener, no teníamos ni luz eléctrica, así que como para pensar en campos de fútbol reglamentarios. Yo no había chutado en mi vida un balón de reglamento, un balón de fútbol. Jamás había pisado un campo de fútbol. Qué decir de balonmano, balonvolea, baloncesto o balontiro de los que no había oído hablar jamás.

No recuerdo y ni tengo noticias de la cara que puse, pero supongo que tendría la mandíbula descolgada varias semanas hasta que conseguí colocar las órbitas de mis ojos en su sitio para mirar todo lo que se presentaba ante mí. El cambio fue brutal. Los primeros días yo ni me atrevía a dar una patada a un balón.

Los primeros meses tuve que aprender las reglas de juego de cada una de las actividades deportivas. Después intentar jugar a algo con aquellos balones y en aquellos campos. Además, tenía que evitar las risas, chanzas y burlas de los avispados chicos de ciudad que campaban por estos juegos y actividades a sus anchas. Eran los expertos. Tenían más desparpajo y se notaba en sus reacciones y hasta en su vestimenta.

Al paso de los meses ya fuimos cogiendo el tranquillo a estas actividades lúdicas. De hecho era obligatorio apuntarse en los diferentes equipos y jugar liguillas de varios equipos en los que se conjugaban todos los deportes. Era una manera de distribuir a los alumnos para que no colapsasen los campos de fútbol y además se practicaban otros deportes y se mejoraban otras destrezas con los juegos de balonmano, vóley, tiro, baloncesto.

Los alumnos más decididos o que habían jugado a estos deportes anteriormente se constituían en capitanes y por sorteo iban configurando la elección de los componentes de sus equipos. Otra cosa que sorprendía eran los nombres de los equipos. No sé a quién se le ocurrían los mismos pero no remedaban a grandes equipos de la liga sino a constelaciones como Ganimedes, Osiris, Osa Mayor, Estrella Polar, Mercurio, etc.

Por las tardes, en las horas de recreo, con un calendario expuesto en los tablones de anuncios cada chico se dirigía al campo adecuado para iniciar la competición. Estaba todo muy organizado y reglamentado, hasta los árbitros. Unas veces eran los mismos frailes y otras un alumno más veterano que no tuviera competición en aquellos momentos.

Había sus trifulcas y discusiones sobre el arbitraje, como casi siempre que hay que juzgar cualquier actividad humana, pero lo cierto es que se procuraba que el deporte fuese una actividad formativa más y se procuraba educar y razonar para conseguir ciertos valores de honradez, compañerismo, deportividad, etc., pero cuando el resultado era muy ajustado costaba muchísimo ser tan generoso con el adversario.

Los resultados de los diversos partidos se anotaban en el tablón y después se hacía una clasificación global con todas las disciplinas deportivas para la adjudicación del campeonato. Lo que no resultaba muy deportivo ni edificante era la elección de algunos componentes de los equipos. Cuando quedaban los menos dotados para el deporte como elegibles, la verdad es que se hacían comentarios bastante crueles y despectivos. Vi a más de un compañero llorar de vergüenza porque nadie quería elegirlo para su equipo. Algunos capitanes llegaban a proponer jugar con uno menos antes que incluir en su equipo al citado chico. Ya había bulling en esa época, aunque con otro nombre.

Hacia el final del curso cuando ya se conocían las habilidades deportivas de la mayoría de los alumnos se configuraba una selección de curso y había un partido de enfrentamiento con el curso superior. Se hablaba de ello durante semanas. Se lanzaban miradas y bravuconadas entre los componentes de la selección. Se luchaba para ser titular de esa selección porque era un gran mérito y los demás alumnos admiraban a los deportistas aventajados mucho más que a los empollones.

De todas formas el partido más esperado siempre era el de segundo contra tercero. Los Menores contra el curso inferior de los Mayores. El partido se celebraba en un campo intermedio del Patio de los Mayores y la competitividad era exacerbada porque ya se tenían ganas del año anterior y la revancha después de pasar al otro lado, ¿Mayores?, era tremenda. Muy pocas veces entraba en la selección de Los Menores alguien que no estuviese en segundo, pero cuando algún jugador de primero era muy excepcional lo alineaban como sorpresa y refuerzo.

El arbitraje siempre era muy polémico. Habitualmente se decantaban por los mayores. El principio de autoridad y veteranía era muy alimentado por los frailes. Hubo ocasiones en que la superioridad balompédica de los pequeños era tan notoria que hubo que arreglar el tema a base de penaltis para que al menos Los Mayores consiguieran el empate.

Un partido muy sonado y reñido fue el disputado por mi curso, en segundo, contra el superior, ya en tercero. En ambos cursos había un jugador excepcional. Nosotros contábamos con San Emeterio, que se había incorporado aquel año directamente a segundo desde la calle. Ellos tenían a Valdés, asturiano de fino regate y goleador. Por cierto, este último, con el tiempo y ya siendo religioso destinado en Filipinas, llegó a jugar con la selección de ese país.

El partido no fue muy bueno, pero la expectación creada fue mucha. A los pocos minutos de empezar el encuentro se vieron las caras ambos contendientes con un balón dividido. Ambos fueron a por él con todas sus fuerzas y chutaron con tanta rabia que ambos salieron lesionados y renqueantes, pero como en aquella época no había sustituciones de jugadores prácticamente no tocaron balón y el partido fue un fiasco.

Otros acontecimientos muy esperados por los quinientos alumnos eran los enfrentamientos con los Colegios de los alrededores. Había varios encuentros con Colegios de los Franciscanos, Agustinos, Jesuitas, La Pequeña Obra, etc., que simulaban los encuentros de los grandes derbis de la liga profesional. Se jugaban en el campo más grande del colegio y al partido no faltaba casi nadie para animar a la muchachada. Hasta los frailes menos deportistas estaban en la banda animando con su presencia. La selección era mayoritariamente de alumnos de quinto curso con esporádicas incrustaciones de cuarto y alguna excepcionalidad de tercero.

Esta rivalidad no solía aplicarse con tanto ímpetu en otras modalidades deportivas pero sí que hubo algún partido de baloncesto o balonmano, aunque no despertaban la misma admiración.

Personalmente fui adquiriendo ciertas habilidades en el manejo del balón y con la rapidez de carrera que siempre tuve fui consiguiendo escalar posibilidades en que fuese seleccionado para el combinado del curso. A finales de primero estaba entre los reservas; en segundo actué varias veces de titular. No en el partido del siglo. Y ya en tercero fui casi siempre titular, no tanto por mis excelentes recursos técnicos como porque también había habido una criba de alumnos que dejaban el colegio por diferentes razones y la competencia era menor.

Todas las mañanas lectivas teníamos media hora de gimnasia. Todos en pantalón corto y camiseta de tirantes organizados en secciones nos distribuíamos por los diferentes espacios en los campos de deportes para realizar nuestras tablas de gimnasia. Como monitores venían alumnos de los cursos de quinto de bachillerato para los alumnos de primero y segundo. 

Muchos días esta actividad era un infierno. Con las heladas y la niebla que nos dispensaba el Pisuerga durante todo el invierno, la tiritera era general y la crianza de sabañones iba en progresión geométrica tanto en número como en volumen. Recuerdo que uno de mis monitores en el primer año fue Merry, Mariano Fernández, que en estos años es uno de los ex_alumnos que nos reunimos periódicamente en Barcelona para seguir manteniendo nuestra amistad.

En los últimos cursos se contrató como profesor de gimnasia a un militar de aviación, con la graduación de comandante. Para realizar ciertos ejercicios o carreras nos enseñaba algunas canciones con la jerga militar que creo que no conocían los frailes. Este comandante fue quien nos enseñó a jugar a Waterpolo. Actividad que realizábamos sólo en verano y en poquísimas ocasiones porque al no ser conocido por los frailes no era alentado.

En verano era muy apreciado el darse algún chapuzón en la piscina, pero no solía ser una actividad habitual por varios motivos. No tenía una purificación muy acendrada por lo que a los pocos días de su llenado con agua limpia se enturbiaba y se producía un limo que se desplazaba poco a poco hacia la parte honda de la misma. Sus paredes y fondo eran de cemento lo que nos llevaba a un trabajo de limpieza harto difícil y complicado. La limpieza era una actividad de los alumnos que con cepillos de púas de hierro íbamos frotando todo su perímetro y expulsando lo rascado hacia el desagüe. Vaya batiburrillo que se originaba. No era para menos porque el baño de quinientos alumnos que arrastraban en sus pies suciedad y las hojas de los árboles y la hierba generaban bastante magma.

El relleno de la piscina se hacía con agua de un pozo artesiano que había al pie de la piscina, junto a la chopera del Padre Cosgaya y parecía que salía en cubitos. Tardaba varios días en templarse. Esto acortaba los días de disfrute, pero lo que más acortaba ese placer era la facilidad con que te castigaban por cualquier nimiedad para no bañarte. Disfrutaban con ello, además en los meses veraniegos nos marchábamos de vacaciones a casa con lo que la piscina era un lujo de poco uso para los alumnos.

De todas maneras en la piscina aprendimos a nadar los que no sabíamos pero sin monitores ni instructores. Los compañeros nos iban indicando y a base de ensayos y traguitos de agua fuimos manteniendo la flotación en unos niveles aceptables. El estilo era un objetivo muy difícilmente alcanzable.

En el curso superior al mío había un chico llamado Carlos Martín que era un fenómeno un tanto extraño. Era de capital, Burgos, pero en algunos comportamientos era más cándido y retrasado que los de pueblo.

Jugaba relativamente bien a fútbol pero en la piscina era una nulidad. Una tarde casi se ahoga por hacer caso a un compañero socarrón. Le comentaron que no importaba si no flotaba porque al colocar el pie en el fondo de la piscina podía caminar tranquilamente y avanzar hacia donde no cubriese. No había problema con la respiración porque debajo del agua también se podía respirar. Después de varios titubeos se lanzó al agua y por poco perece en el intento. Hubo que sacarle con los pulmones encharcados porque se creyó a pies juntillas que podía respirar como los peces debajo del agua. Hubo bronca de la buena por parte de los frailes, sobre todo del P. Pablo, responsable de deportes, pero Carlos quedó marcado por tiempo. Más adelante le obligaron a aprender a nadar y lo consiguió con dificultad y muchas pesadillas. Huía siempre que podía de los alrededores de la piscina.

En la piscina también se organizaban juegos con plataformas sobre flotadores de ruedas de coche y había que pasar de unas a otras sin caer al agua. Juegos similares he visto con posterioridad en la televisión en programas de entretenimiento y competición entre concursantes.

También era muy típico el palo de cucaña encerado o con grasa para hacer resbalar a los concursantes. En la piscina el palo se colocaba en horizontal con el premio en la punta pero la caída era siempre hacia el agua de la piscina. Estas actividades más elitistas sólo se realizaban en la festividad de Santo Tomás de Aquino.

Otros deportes como el vóley y el balón tiro eran menos apetecibles para los alumnos pero teníamos que hacer rotaciones por todos ellos. En vóley casi siempre estábamos más pendientes de lo que hacían en otros campos de deportes que en nuestro juego. Recuerdo una vez en invierno que yo estaba embelesado mirando hacia el campo de fútbol y un mate del  equipo contrario hizo que la pelota viniera a estrellarse violentamente contra mi oreja. Con el frío que hacía y lo desprevenido que me encontró creí que se me había caído el colegio encima. Qué rato más doloroso y frustrante pasé. Todos se reían a carcajadas, menos mi capitán por haber perdido el punto, pero a mí tampoco me hizo ni pizca de gracia. Lo bueno fue al cabo de un ratito. Pasado el susto y el dolor, la reacción calórica fue de tal manera que parecía que tenía una hoguera en la oreja. Posteriormente se transmitió al resto del cuerpo y conseguí animarme y jugar con esmero y acierto.

Voy a explicar el juego de balón tiro porque hoy en día no es muy habitual y casi nadie lo conoce. El campo de juego es un paralelogramo de unos 10 metros dividido por la mitad. Los equipos se reparten en cada una de esa mitad. El balón, semejante a un balón de fútbol, se sortea y quien gana tiene la opción de tirar contra los componentes del otro equipo. Si toca a un jugador y no puede sujetar el balón sin que éste caiga al suelo es eliminado. Entonces pasa a colocarse detrás de los jugadores del otro equipo fuera de la raya del campo. Gana quien elimina a todos los jugadores del equipo contario. Para conseguirlo hay varias estrategias. Una de ellas, en lugar de tirar directamente a dar a los jugadores contrarios en pasar el balón a los eliminados para que ellos puedan golpear desde atrás a sus adversarios. Para eso hay que jugar rápido y evitar que sea interceptado por los que aún están en juego. Lo complicado es eliminar cuando quedan pocos jugadores, ya que el espacio para sortear el balón es mayor y no tropiezan con el resto de compañeros porque ya han sido eliminados. Para esquivar el balón no podías pisar ninguna de las rayas que delimitan el campo ni salir de él.

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