P. Pablo Sánchez Fuentes, Onomástica del P. Agripino Franco, 28 mayo 1965 |
Las instalaciones deportivas del Colegio eran
magníficas. Estaban diseñadas para poder dar satisfacción a quinientos alumnos.
Por lo tanto eran amplias y variadas. La mayoría al aire libre pero también
disponíamos de juegos de mesa y mesas de pingpong en las galerías interiores
para los días lluviosos.
Este tipo de entretenimientos se llevaban a cabo en
horas posteriores a la comida o los días que el tiempo impedía salir al
exterior, como los días lluviosos o muy fríos. Bueno, tenían que ser de
temperaturas extremas o con nieve, porque si no la práctica de deporte en el
exterior era obligada.
En la galería inmensa que ocupaba los bajos de las
respectivas alas del colegio había muchas mesas para poder practicar juegos de
cartas, ajedrez, dominó, parchís, damas, etc. Se organizaban muchas partidas de
todo tipo de especialidades. Había que dejar entrar a otros compañeros o
contrincantes cuando se perdía y así se podían solazar todos con los diversos
juegos de mesa.
Algunas veces se sentaban a jugar con nosotros los
frailes. Uno de los más campechanos y que más compartían los juegos de cartas
con nosotros era el P. Salvador o P. Zumba, como le llamábamos. Era muy
vocinglero y radiaba el juego aunque no se pudiese hablar como en el tute.
Recuerdo un día que estaba jugando y en medio de la partida de tute falla las
espadas y acto seguido canta veinte en espadas y sale con el rey en la
siguiente baza. Cuando le dicen que eso es renuncio se niega a
aceptar el tema y dice que no pueden hacerle eso a él, puesto que si no le
quitaban las veinte en espadas.
-
Cómo no voy a fallar las
espadas si tengo las veinte solas y si no me las quitáis. Tenéis poca
deportividad. Así no se puede jugar con vosotros. Me largo.
Después de varios forcejeos dialécticos cede y
comenta que lo había hecho para ver si estábamos atentos al juego. Después se
echó unas risotadas acabó la partida y se fue a dar la lata a otra mesa. Era
muy comunicativo y afable.
Algunas veces también participaba el P. Alberto,
sobre todo en el juego de ajedrez, pero no era acogido con tanto fervor y
camaradería.
Uno de los juegos más solicitados era el ping-pong.
Había varias mesas en la galería pero la demanda era superior a la oferta. Sin
embargo había una regla no escrita de que quien pusiese de su propiedad la pelota
de pimpón tenía la posibilidad de entrar a jugar cada cinco partidas si era
eliminado. Así que los propietarios de las pelotas generalmente eran los que
mejor jugaban porque tenían muchas opciones de jugar, mientras el resto sólo
podía jugar alguna partida en toda la tarde. Los gritos y voces eran de una
algarabía extraordinaria. Pensad en unas doscientas voces hablando o gritando
en una galería cerrada y que retumbaba y reverberaba. A veces el P. Alberto
tenía que hacer sonar el silbado para llamar al orden y bajar el tono del
vocerío.
Otros alumnos si no querían o no les apetecía jugar
a estos juegos buscaban compañeros afines para poder pasear y charlar
recorriendo a lo largo de la galería durante vueltas y vueltas hasta que
finalizaba el período de recreo.
Desde luego no todas las sesiones de juegos de mesa
se saldaban de una manera pacífica. Había trifulcas, voces, gritos y hasta
alguna mesa y cartas por los aires. Dependía de los contrincantes y de su buen
saber ganar o perder. Alguna vez hubo algún tortazo que otro. Dependiendo de
cómo discurriese el tono de la pelea y de la fluidez de la información o
chivatazo hacia arriba la fiesta no acababa sin sanciones.
El deporte en el Colegio tenía varias finalidades.
Una de ellas era, lógicamente, el desarrollo corporal, físico y mental. La
salud tan importante en unos chicos que empezaban la adolescencia. Eran una
gran válvula de escape también para descansar de los estudios y para cansarse
con fuerte actividad física que nos obligase a descansar por las noches.
La otra finalidad, no explícita, pero sí conocida y
reconocida por los responsables, era la sublimación de la libido. Cuanto más
cansados estuviésemos los chicos menos pensaríamos en el sexo. A veces teníamos
sesiones larguísimas de deporte o paseos largos que nos dejaban medio
derrengados. Pero con esos años, entre doce y diecisiete, teníamos energía para
todo.
Lo que más me impresionó a mí cuando llegué al
Colegio fueron las magnitudes. La grandeza de todo. Mis referencias eran mi
casa del pueblo, mi escuela y la iglesia de mi pueblo, Moreda. En mi aldea por
no tener, no teníamos ni luz eléctrica, así que como para pensar en campos de
fútbol reglamentarios. Yo no había chutado en mi vida un balón de reglamento,
un balón de fútbol. Jamás había pisado un campo de fútbol. Qué decir de
balonmano, balonvolea, baloncesto o balontiro de los que no había oído hablar
jamás.
No recuerdo y ni tengo noticias de la cara que
puse, pero supongo que tendría la mandíbula descolgada varias semanas hasta que
conseguí colocar las órbitas de mis ojos en su sitio para mirar todo lo que se
presentaba ante mí. El cambio fue brutal. Los primeros días yo ni me atrevía a
dar una patada a un balón.
Los primeros meses tuve que aprender las reglas de
juego de cada una de las actividades deportivas. Después intentar jugar a algo
con aquellos balones y en aquellos campos. Además, tenía que evitar las risas,
chanzas y burlas de los avispados chicos de ciudad que campaban por estos
juegos y actividades a sus anchas. Eran los expertos. Tenían más desparpajo y
se notaba en sus reacciones y hasta en su vestimenta.
Al paso de los meses ya fuimos cogiendo el
tranquillo a estas actividades lúdicas. De hecho era obligatorio apuntarse en
los diferentes equipos y jugar liguillas de varios equipos en los que se
conjugaban todos los deportes. Era una manera de distribuir a los alumnos para
que no colapsasen los campos de fútbol y además se practicaban otros deportes y
se mejoraban otras destrezas con los juegos de balonmano, vóley, tiro, baloncesto.
Los alumnos más decididos o que habían jugado a
estos deportes anteriormente se constituían en capitanes y por sorteo iban
configurando la elección de los componentes de sus equipos. Otra cosa que
sorprendía eran los nombres de los equipos. No sé a quién se le ocurrían los
mismos pero no remedaban a grandes equipos de la liga sino a constelaciones
como Ganimedes, Osiris, Osa Mayor, Estrella Polar, Mercurio, etc.
Por las tardes, en las horas de recreo, con un
calendario expuesto en los tablones de anuncios cada chico se dirigía al campo
adecuado para iniciar la competición. Estaba todo muy organizado y
reglamentado, hasta los árbitros. Unas veces eran los mismos frailes y otras un
alumno más veterano que no tuviera competición en aquellos momentos.
Había sus trifulcas y discusiones sobre el
arbitraje, como casi siempre que hay que juzgar cualquier actividad humana,
pero lo cierto es que se procuraba que el deporte fuese una actividad formativa
más y se procuraba educar y razonar para conseguir ciertos valores de honradez,
compañerismo, deportividad, etc., pero cuando el resultado era muy ajustado
costaba muchísimo ser tan generoso con el adversario.
Los resultados de los diversos partidos se anotaban
en el tablón y después se hacía una clasificación global con todas las
disciplinas deportivas para la adjudicación del campeonato. Lo que no resultaba
muy deportivo ni edificante era la elección de algunos componentes de los
equipos. Cuando quedaban los menos dotados para el deporte como elegibles, la
verdad es que se hacían comentarios bastante crueles y despectivos. Vi a más de
un compañero llorar de vergüenza porque nadie quería elegirlo para su equipo.
Algunos capitanes llegaban a proponer jugar con uno menos antes que incluir en
su equipo al citado chico. Ya había bulling en esa época, aunque con otro
nombre.
Hacia el final del curso cuando ya se conocían las
habilidades deportivas de la mayoría de los alumnos se configuraba una
selección de curso y había un partido de enfrentamiento con el curso superior.
Se hablaba de ello durante semanas. Se lanzaban miradas y bravuconadas entre
los componentes de la selección. Se luchaba para ser titular de esa selección
porque era un gran mérito y los demás alumnos admiraban a los deportistas
aventajados mucho más que a los empollones.
De todas formas el partido más esperado siempre era
el de segundo contra tercero. Los Menores contra el curso inferior de los
Mayores. El partido se celebraba en un campo intermedio del Patio de los
Mayores y la competitividad era exacerbada porque ya se tenían ganas del año
anterior y la revancha después de pasar al otro lado, ¿Mayores?, era tremenda.
Muy pocas veces entraba en la selección de Los Menores alguien que no estuviese
en segundo, pero cuando algún jugador de primero era muy excepcional lo
alineaban como sorpresa y refuerzo.
El arbitraje siempre era muy polémico.
Habitualmente se decantaban por los mayores. El principio de autoridad y
veteranía era muy alimentado por los frailes. Hubo ocasiones en que la superioridad
balompédica de los pequeños era tan notoria que hubo que arreglar el tema a
base de penaltis para que al menos Los Mayores consiguieran el empate.
Un partido muy sonado y reñido fue el disputado por
mi curso, en segundo, contra el superior, ya en tercero. En ambos cursos había
un jugador excepcional. Nosotros contábamos con San Emeterio, que se había
incorporado aquel año directamente a segundo desde la calle. Ellos tenían a
Valdés, asturiano de fino regate y goleador. Por cierto, este último, con el
tiempo y ya siendo religioso destinado en Filipinas, llegó a jugar con la
selección de ese país.
El partido no fue muy bueno, pero la expectación
creada fue mucha. A los pocos minutos de empezar el encuentro se vieron las
caras ambos contendientes con un balón dividido. Ambos fueron a por él con
todas sus fuerzas y chutaron con tanta rabia que ambos salieron lesionados y
renqueantes, pero como en aquella época no había sustituciones de jugadores
prácticamente no tocaron balón y el partido fue un fiasco.
Otros acontecimientos muy esperados por los
quinientos alumnos eran los enfrentamientos con los Colegios de los
alrededores. Había varios encuentros con Colegios de los Franciscanos,
Agustinos, Jesuitas, La Pequeña Obra, etc., que simulaban los encuentros de los
grandes derbis de la liga profesional. Se jugaban en el campo más grande del
colegio y al partido no faltaba casi nadie para animar a la muchachada. Hasta
los frailes menos deportistas estaban en la banda animando con su presencia. La
selección era mayoritariamente de alumnos de quinto curso con esporádicas
incrustaciones de cuarto y alguna excepcionalidad de tercero.
Esta rivalidad no solía aplicarse con tanto ímpetu
en otras modalidades deportivas pero sí que hubo algún partido de baloncesto o balonmano,
aunque no despertaban la misma admiración.
Personalmente fui adquiriendo ciertas habilidades
en el manejo del balón y con la rapidez de carrera que siempre tuve fui
consiguiendo escalar posibilidades en que fuese seleccionado para el combinado
del curso. A finales de primero estaba entre los reservas; en segundo actué
varias veces de titular. No en el partido del siglo. Y ya en tercero fui casi
siempre titular, no tanto por mis excelentes recursos técnicos como porque
también había habido una criba de alumnos que dejaban el colegio por diferentes
razones y la competencia era menor.
Todas las mañanas lectivas teníamos media hora de
gimnasia. Todos en pantalón corto y camiseta de tirantes organizados en
secciones nos distribuíamos por los diferentes espacios en los campos de
deportes para realizar nuestras tablas de gimnasia. Como monitores venían
alumnos de los cursos de quinto de bachillerato para los alumnos de primero y
segundo.
Muchos días esta actividad era un infierno. Con las
heladas y la niebla que nos dispensaba el Pisuerga durante todo el invierno, la
tiritera era general y la crianza de sabañones iba en progresión geométrica
tanto en número como en volumen. Recuerdo que uno de mis monitores en el primer
año fue Merry, Mariano Fernández, que en estos años es uno de los ex_alumnos
que nos reunimos periódicamente en Barcelona para seguir manteniendo nuestra
amistad.
En los últimos cursos se contrató como profesor de
gimnasia a un militar de aviación, con la graduación de comandante. Para realizar
ciertos ejercicios o carreras nos enseñaba algunas canciones con la jerga
militar que creo que no conocían los frailes. Este comandante fue quien nos
enseñó a jugar a Waterpolo. Actividad que realizábamos sólo en verano y en
poquísimas ocasiones porque al no ser conocido por los frailes no era alentado.
En verano era muy apreciado el darse algún chapuzón
en la piscina, pero no solía ser una actividad habitual por varios motivos. No
tenía una purificación muy acendrada por lo que a los pocos días de su llenado
con agua limpia se enturbiaba y se producía un limo que se desplazaba poco a
poco hacia la parte honda de la misma. Sus paredes y fondo eran de cemento lo
que nos llevaba a un trabajo de limpieza harto difícil y complicado. La
limpieza era una actividad de los alumnos que con cepillos de púas de hierro
íbamos frotando todo su perímetro y expulsando lo rascado hacia el desagüe.
Vaya batiburrillo que se originaba. No era para menos porque el baño de
quinientos alumnos que arrastraban en sus pies suciedad y las hojas de los
árboles y la hierba generaban bastante magma.
El relleno de la piscina se hacía con agua de un
pozo artesiano que había al pie de la piscina, junto a la chopera del Padre
Cosgaya y parecía que salía en cubitos. Tardaba varios días en templarse. Esto
acortaba los días de disfrute, pero lo que más acortaba ese placer era la
facilidad con que te castigaban por cualquier nimiedad para no bañarte.
Disfrutaban con ello, además en los meses veraniegos nos marchábamos de
vacaciones a casa con lo que la piscina era un lujo de poco uso para los
alumnos.
De todas maneras en la piscina aprendimos a nadar
los que no sabíamos pero sin monitores ni instructores. Los compañeros nos iban
indicando y a base de ensayos y traguitos de agua fuimos manteniendo la
flotación en unos niveles aceptables. El estilo era un objetivo muy
difícilmente alcanzable.
En el curso superior al mío había un chico llamado
Carlos Martín que era un fenómeno un tanto extraño. Era de capital, Burgos,
pero en algunos comportamientos era más cándido y retrasado que los de pueblo.
Jugaba relativamente bien a fútbol pero en la
piscina era una nulidad. Una tarde casi se ahoga por hacer caso a un compañero
socarrón. Le comentaron que no importaba si no flotaba porque al colocar el pie
en el fondo de la piscina podía caminar tranquilamente y avanzar hacia donde no
cubriese. No había problema con la respiración porque debajo del agua también
se podía respirar. Después de varios titubeos se lanzó al agua y por poco
perece en el intento. Hubo que sacarle con los pulmones encharcados porque se
creyó a pies juntillas que podía respirar como los peces debajo del agua. Hubo
bronca de la buena por parte de los frailes, sobre todo del P. Pablo,
responsable de deportes, pero Carlos quedó marcado por tiempo. Más adelante le
obligaron a aprender a nadar y lo consiguió con dificultad y muchas pesadillas.
Huía siempre que podía de los alrededores de la piscina.
En la piscina también se organizaban juegos con
plataformas sobre flotadores de ruedas de coche y había que pasar de unas a
otras sin caer al agua. Juegos similares he visto con posterioridad en la
televisión en programas de entretenimiento y competición entre concursantes.
También era muy típico el palo de cucaña encerado o
con grasa para hacer resbalar a los concursantes. En la piscina el palo se
colocaba en horizontal con el premio en la punta pero la caída era siempre
hacia el agua de la piscina. Estas actividades más elitistas sólo se realizaban
en la festividad de Santo Tomás de Aquino.
Otros deportes como el vóley y el balón tiro eran
menos apetecibles para los alumnos pero teníamos que hacer rotaciones por todos
ellos. En vóley casi siempre estábamos más pendientes de lo que hacían en otros
campos de deportes que en nuestro juego. Recuerdo una vez en invierno que yo
estaba embelesado mirando hacia el campo de fútbol y un mate del equipo contrario hizo que la pelota viniera a
estrellarse violentamente contra mi oreja. Con el frío que hacía y lo desprevenido
que me encontró creí que se me había caído el colegio encima. Qué rato más
doloroso y frustrante pasé. Todos se reían a carcajadas, menos mi capitán por
haber perdido el punto, pero a mí tampoco me hizo ni pizca de gracia. Lo bueno
fue al cabo de un ratito. Pasado el susto y el dolor, la reacción calórica fue
de tal manera que parecía que tenía una hoguera en la oreja. Posteriormente se
transmitió al resto del cuerpo y conseguí animarme y jugar con esmero y
acierto.
Voy a explicar el juego de balón tiro porque hoy en
día no es muy habitual y casi nadie lo conoce. El campo de juego es un
paralelogramo de unos 10 metros dividido por la mitad. Los equipos se reparten
en cada una de esa mitad. El balón, semejante a un balón de fútbol, se sortea y
quien gana tiene la opción de tirar contra los componentes del otro equipo. Si
toca a un jugador y no puede sujetar el balón sin que éste caiga al suelo es
eliminado. Entonces pasa a colocarse detrás de los jugadores del otro equipo
fuera de la raya del campo. Gana quien elimina a todos los jugadores del equipo
contario. Para conseguirlo hay varias estrategias. Una de ellas, en lugar de
tirar directamente a dar a los jugadores contrarios en pasar el balón a los
eliminados para que ellos puedan golpear desde atrás a sus adversarios. Para
eso hay que jugar rápido y evitar que sea interceptado por los que aún están en
juego. Lo complicado es eliminar cuando quedan pocos jugadores, ya que el
espacio para sortear el balón es mayor y no tropiezan con el resto de
compañeros porque ya han sido eliminados. Para esquivar el balón no podías
pisar ninguna de las rayas que delimitan el campo ni salir de él.
--------------- DE LA SERIE "DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS"
DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS (I)
DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS (II)
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DESMEMORIADAS MEMORIAS DOMINICANAS (IV)
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