Wednesday, September 18, 2019

Y COMENZAMOS EL CURSO ACADÉMICO 1953 – 1954, por Faustino Martínez (IX)



Al siguiente día nos enfrentamos con el comienzo de las clases. El odiado timbre nos despertó más temprano, a las siete de la mañana. Volví a acordarme de los de casa que echaba de menos imaginándome a mi padre y hermano por la mar y a mi madre cuidando de la mi hermanina. Mientras mi pensamiento volaba hasta mi casa, nuevamente me llegó el hedor de la orina que mi compañero de al lado no había podido controlar. Aquella nueva meada nocturna se superponía sobre la de la noche anterior. Aquel chico burgalés era todo llanto y desconsuelo. Los chicos que estábamos en la proximidad de su cama le mirábamos con compasión, aunque molestos por aquel olor que comenzaba a ser insoportable.

El madrugón me dejó aplanado durante el resto de la mañana. Siempre fui persona de rendir mucho en mi trabajo a partir de la tarde. Durante las mañanas se prolongaba en mí la somnolencia e iba entrando en reacción poco a poco. Así, muertos de sueño, descendimos hacia la capilla que nos esperaba como cada mañana para las oraciones y la Misa.

Volví a ver a compañeros míos que se dormían sentados en su banco reclinando su cuerpo sobre los que estábamos al lado. En medio de una atmósfera de silencio absoluto fuimos al comedor a desayunar. No desayuné tampoco porque aquello que se parecía a la leche me olía mal, sabía a cualquier cosa menos a leche y el pan estaba duro y pasado de días. Sin desayunar y sin poder hablar subimos al salón de estudios. Me senté en mi pupitre individual y me puse a preparar con cierta curiosidad y ansiedad la primera asignatura de aquella mañana. Nos daban una media hora previa para estudiar la asignatura que nos tocaba. Me preguntaba con cierto nerviosismo cómo sería el profesor que impartiría aquella clase.
Se puede uno imaginar la tensión que se iba acumulando entre nosotros, unos adolescentes con ganas de jugar y expansionarnos, sin poder hablar desde la noche anterior hasta las once y media de la mañana en que saldríamos al recreo a hacer la clase de gimnasia sueca en la cañada.

Durante todo el día siempre había algún padre dominico responsable de nuestro cuidado y vigilancia. Nunca estábamos solos. Había dos padres dominicos encargados de vigilar los estudios. Por lo que luego fui sabiendo, estos padres dominicos habían sido misioneros en Vietnam (Tonking o Indochina) y habían tenido que venir para España después de la derrota de los franceses en la Batalla de Diem Biem Fu y ante la ofensiva de las tropas comunistas de Ho Chi Minh en la zona norte de Vietnam. Ellos nunca habían sido profesores, sino simplemente misioneros en un territorio de misión muy difícil por su idioma y ambiente pagano. Al volver a España sus superiores les encomendaron la función de vigilancia y cuidado de los colegiales en las horas de estudio y en los recreos. Uno de aquellos misioneros que ahora nos cuidaban y vigilaban se llamaba el Padre Francisco Zurdo, natural de un pueblo de Zamora. Había pasado toda su vida en Vietnam y no había vuelto a España desde que se había marchado a misiones. Era un hombre corpulento y serio que siempre compaginaba su vigilancia paseando entre las filas de pupitres con la lectura de su breviario de salmos y oraciones. Imponía mucho respeto por lo que no nos atrevíamos ni a pedir una goma al vecino del pupitre de al lado.

Otro padre dominico que nos resultaba entrañable, muy cercano, asequible y familiar era el Padre Félix Salvador Pinto. También había pasado toda su vida de misionero en Vietnam. Nos expresaba su afecto con su experiencia y cercanía. Nos daba mucha confianza, tanto es así que algunos colegiales abusaban de ella. Jugaba con nosotros al futbol en los campos más alejados de la cañada. Intentaba imponernos silencio en las largas tardes de estudio en el salón. Y no siempre lo lograba. Le adorábamos y queríamos como a un padre pues nos arropaba con su cariño y también con su capa en los días de frio por los pinares durante los “paseos largos”.

Sería el responsable del control de las duchas adosadas a las galerías a las que bajaríamos en grupos, cada domingo, expuestos al descontrol del agua caliente, casi hirviendo, que el Padre Félix no lograba armonizar con el agua fría. Las sesiones de grupos, bajo la ducha, terminaba siempre en medio de gritos y alaridos de adolescentes que experimentábamos bajo las duchas el agua casi hirviendo pasando al frio siberiano del agua que no lograba controlar con las llaves reguladoras. Otros frailes dominicos, antiguos misioneros y expulsados de China, que habían pasado por las cárceles de Mao Tse Tung, eran el Padre Amador de Celis que se turnaría para darnos Ciencias Naturales con el Padre Carlos Vara.

Yo no conocía a ningún fraile, tan solo de vista y ellos tampoco me conocían a mí. A la media hora se abrió la puerta del pasillo que comunicaba el salón de estudios con las aulas. Al abrirse la puerta aparecieron un grupo de aquellos padres dominicos que nos esperaban para llevar a cada sección a su aula correspondiente.

La primera clase era de Geografía y nos la iba a impartir el Padre José María Reyero. Este padre dominico era muy jovial, cariñoso y lleno de vitalidad contagiosa, muy optimista y sociable con todos nosotros que rápidamente capturó nuestra simpatía. Se interesaba por nuestro estado de ánimo y de dónde éramos animándonos si nos observaba decaídos. Su puesto era importante en el Colegio pues realizaba las funciones de Jefe de Estudios. Tenía una vastísima formación humanística. Había terminado sus estudios en Estados Unidos y en la Colonia Británica de Hong kong (China) coincidiendo con los años de la guerra civil española. En esos años, para evitarles la persecución y muerte a la que podían ser expuestos por su condición de estudiantes para frailes dominicos, los superiores le habían enviado con los de su curso fuera de España. Pasados los días nos contaría cómo contempló, desde la ventana de su habitación en el Convento de Hong Kong, donde estaban alojados los estudiantes dominicos allí desplazados, la batalla naval de Hong Kong entre la flota japonesa y la británica.  Vivió la victoria de los japoneses y la ocupación de aquella importantísima ciudad asiática.

El Padre Reyero dominaba perfectamente el idioma inglés y estaba al tanto de todas las noticias nacionales e internacionales de las que nos informaba y comunicaba diariamente en sus clases. Por él nos iríamos enterando e interesando por la situación internacional del momento en plena “Guerra fría” entre los norteamericanos y los rusos. El Padre Reyero logró entusiasmarnos y tenernos al día. En los recreos le abordábamos y nos continuaba comentando sus vivencias por Estados Unidos y por Hong Kong.

La primera clase fue interesante, aunque me llamó la atención que el local que nos servía de aula estaba escalonado para el alumnado y veíamos a nuestro profesor desde más altura que la que él ocupaba en la parte inferior de la misma. Nos pusimos en orden correlativo y muy apretujados en asientos corridos con unas tarimas también corridas donde podíamos escribir.

El Padre Reyero traía consigo siempre la esfera y mapas que desplegaba ante nosotros. Tenía mucha facilidad de palabra, propia de quien domina muy bien todo cuanto tiene que decir. La pedagogía que utilizaba era de clase magistral, expositiva, salpicada de vez en cuando por preguntas que nos hacía. Si alguien no la sabía, preguntaba al siguiente. Y si éste no la sabía…preguntaba al siguiente hasta que alguien la respondía adecuadamente. Se producía entonces una curiosa forma de competencia. El alumno que había respondido acertadamente ascendía de puesto en aquella clase escalonada. Esta dinámica de competencia hacía que hubiese mucho movimiento de puestos en el aula, subiendo y bajando de puestos entre los alumnos.

En aquella primera clase y en las siguientes de aquel día me di cuenta de que allí había chicos muy bien preparados e inteligentes. Los había también con muchas deficiencias, quizás debidas a la edad, a la deficiente formación previa que traían de sus escuelas rurales o al estado anímico en que se encontraban y que no les permitía estar centrados nada más que en el problema de su soledad y malestar.

Las personas mayores, los profesores suelen ignorar frecuentemente que un alumno, si tiene un problema o está afectado emocionalmente, la zona focal de su atención no son las explicaciones de la clase, sino su problema, por lo que la atención y el rendimiento escolar descienden. Creo que ésta circunstancia era una de las claves de por qué algunos críos no rendían, no respondían, no sabían...y terminarían siendo devueltos a sus casas. Estos chicos eran lógicamente superados y relegados a los últimos puestos de la clase produciéndose con todos una auténtica selección natural de lo que los frailes consideraban “mejores”. ¡Qué error… pues un chico no dice verdad en esos años… y cuántos hubieran sido “mejores” que los otros, pasado el tiempo! ¡Cuántas “vocaciones“ se perdieron así…!. Pero eso es otro tema, contemplado ahora, pasados los años.

Esta posición humillante no era solo teórica sino físicamente comprobable, pues todos veíamos quien estaba en los primeros puestos y quiénes en los últimos puestos de clase. Recibimos clase de latín siendo nuestro profesor el Padre Abelardo Panizo, de matemáticas el Padre Regino Borregón, de Lengua el Padre Juan González, de Gimnasia el Padre Regino, de Dibujo vendría un maestro nacional desde Medina del Campo a impartirlo.

Me di cuenta, aquellos primeros días, que allí estaban chicos de toda España, que habían sido “seleccionados” por los maestros nacionales y por el Padre Florencio Muñoz, Promotor de “Vocaciones” entre la chavalería más destacada de las escuelas de media España. Por tanto en mi clase había chicos que “chispeaban”  (así nos dijeron que se llamaban a los más destacados), tanto o más que yo. Debo decir que a mí también me situaron como uno de los que más “chispeaban” en la clase y solía estar entre los mejores. En mi clase había alumnos muy buenos intelectualmente, con gran capacidad memorística, habilidades matemáticas, humanísticas, etc.

Recuerdo a los más destacados: allí estaba en mi clase Juan José Luengo, un chico abulense todo un fenómeno en cualquier asignatura. Pasados los años terminaría siendo Inspector de Educación en los Estados Unidos y gran amigo mío. A mi lado estaba Timoteo Merino de un pueblo del norte de Palencia que sería, pasados los años, un famoso misionero en Nicaragua y en el Amazonas, gran teólogo dominico y Maestro de Novicios en Hong Kong y amigo mío.

También destacaba el chico de Colunga del que he hablado, Pepe Brau, que pasados los años sería un oficial de la Guardia Civil. No puedo dejar de citar a dos chicos que eran de Laredo (Cantabria): Santos Fernández Revolbo y su primo José Andrés. Estos dos primos tenían otro en el curso superior, llamado José María Marsella Revolbo. Pasados los años, Santos sería un gran profesor de Instituto e influyente político en Cantabria siendo alcalde de Laredo durante muchos años. Su primo Jose María Marsella sería Catedrático de Francés en un Instituto de la capital cántabra.

También “chispeaban” otros chicos como Leoncio García, de un pueblo de Ávila y que terminaría siendo Maestro Nacional y residente en Córdoba con quien, pasados los años, nos encontraríamos allí como dos antiguos “hermanos” de adolescencia compartida.  Los chicos de Ávila formaban un grupo compacto de amigos al conocerse y ser del mismo pueblo. Recuerdo a otro chico de Ávila al que llamábamos Vázquez que terminaría siendo Catedrático de Historia de la Universidad de Madrid. En este grupo de abulenses recuerdo con mucho cariño a Tomás Sánchez, jovial, muy responsable y muy maduro para su edad que terminaría siendo un destacado funcionario del Ministerio de Hacienda. En este grupo de abulenses recuerdo a Máximo Casillas, a Lastra, a Encinar y a Desiderio. Entre los gallegos recuerdo a Carlos Sarmiento Prieto que terminaría siendo un alto dirigente ejecutivo de una multinacional de automóviles en Madrid, viviendo en la actualidad en Alcalá de Henares y a otro chico, todo bondad, paciencia y sencillez, Ricardo López, que sería muy amigo mío en aquellos años y a quien terminé perdiendo la pista.

En matemáticas teníamos en nuestra sección a un chico que era todo un fenómeno y que se llamaba Juan Maria Borde Lecona, natural de Bilbao y que, pasados los años, sería una eminencia en ingeniería dentro de la multinacional de Michelin en Valladolid y por el extranjero, hoy jubilado y buen amigo mío.

Los vascos, incluido nuestro querido Garciaerena que estaba aprendiendo español, formaban un grupo de chavales muy majos, responsables y buenos compañeros. Recuerdo a otro muy bien preparado al que llamábamos Alberdi, hijo de uno de los jefes de la Empresa Cerrajera de Mondragón en Guipúzcoa y a otro al que llamábamos Canales.

En nuestra clase había bastante uniformidad de alumnos que “chispeaban”. Unas veces unos, otras veces otros destacaban en las diversas asignaturas. No se quedaba atrás mi amigo Juan Luis, el hijo del Juez de Colunga, que pasados los años sería un excelente abogado y funcionario del Estado. Por apellidarnos iguales, Martínez García, yo estaba al lado de otro fenómeno de alumno. Era Jesús Manuel Martínez, natural de Moreda, asturiano como yo y ya era una eminencia como estudiante. Sabía de todo y todo se le daba bien. Tanto es así que le ascendieron de curso. Con el tiempo terminaría siendo un afamado escritor y funcionario en Bruselas como traductor oficial, por su dominio de varios idiomas. Primo de Jesús Manuel era Tomás Martínez un chico noble, muy cordial, inteligente y muy buena persona que terminaría siendo capitán de la marina mercante navegando por todos los mares del mundo. De Moreda era también Emilio Fernández Gómez, “Titi”, que pasados los cursos, nos daría mil vueltas jugando al ping– pong y muy “mañoso” jugando al futbol terminando siendo un profesor muy querido en un prestigioso Instituto de Oviedo.

Formaban un grupo de adolescentes entrañables los burgaleses y palentinos: Recuerdo a un chico vivaracho, que jugaba al futbol fenomenal, muy buen compañero, listo, inteligente, llamado Amador de Bustos que terminaría siendo un gran profesional en Madrid y que lideraba al grupo de palentinos y burgaleses entre los que recuerdo con cariño a Calixto Franco, a Demetrio García, a Antolín, a José García, a José María Bermejo, Carlos Montenegro. En este grupo estaba el que sería, pasados los años, un gran misionero en Japón, el Padre Florentino Casado, muerto prematuramente.

El grupo de los leoneses era también muy numeroso. Recuerdo al grupo del Bierzo, de Cacabelos: Antonio Martínez, al que por su parecido le llamábamos “Kubala”, un chico extraordinario, muy inteligente y excepcional compañero que terminaría siendo un exitoso director de banco. Entre ellos estaban Carballo, con unas dotes especiales para la música, José Antonio Vigara que terminaría siendo un funcionario en la Administración norteamericana. Había un chico menudo en estatura pero que terminaría siendo muy “grande” intelectual y profesionalmente según avanzarían los cursos: era Antonio Luciano López Encina, prestigioso teólogo, profesor y abogado en Valencia.

Entre los bercianos recuerdo a otro subgrupo liderado por un tal Balboa, que terminarían escapando del Colegio andando en una fría madrugada y atrapados por la Guardia Civil cerca de Tordesillas. Destacaba entre los leoneses Marcos Mallavibarrena  por sus cualidades deportivas que le harían, pasado los cursos, un fuera de serie capaz de poder jugar al futbol en cualquier equipo de Primera División y que terminaría siendo un reconocido profesor de instituto en Oviedo. Marcos lideraba el grupo de los leoneses entre los que recuerdo a Alejandro Valbuena, que sería admirado misionero en Chile, a Pedro Luis García, a Felipe Escanciano Sánchez, a Alfredo Díez y a Graciano Reyero que se incorporaría a nuestro curso y que sería, pasados los años, un buen empleado de banca.

Otro chico muy sencillo y bueno que terminaría siendo un gran misionero en Japón y rector de la Universidad de Santa Catalina en Nishinomiya (Japón) era Jovino San Miguel, que según pasarían los cursos iba creciendo en estatura intelectual y valía como persona. El grupo de los zamoranos estaba liderado por Raúl siempre acompañado de los del Valle del Tera. Recuerdo a un amigo excepcional con el que toqué en muchos “paseos largos” la armónica, natural de Benavente al que llamábamos Yordén, y que terminaría siendo también un excelente director de banco, muerto prematuramente. 

Recuerdo con una ternura especial a un chico conquense llamado Aureliano de la Fuente Camino, que llegaría a ser un admirado misionero en Venezuela, al lado de otro leonés llamado José Manuel Asenjo Cuesta,  también misionero en Venezuela. Entre los burgaleses destacaban los de Roa que, pasados los años, terminarían siendo dominicos: el Padre Adalberto Izquierdo, famoso predicador al lado del Padre Julián Cabestrero.

Entre los vallisoletanos se hizo muy popular Santiago Fuertes Agúndez, un chico jovial, rubio, de ojos azules, simpático, emprendedor y que sobresalía jugando al frontón y sobre todo por ser un gran compañero amigo de todos, al igual que el que sería otro insigne misionero en Chile, el Padre Santervás. Entre los salmantinos estaba un gran compañero natural de Alaraz, llamado Salvador Albarrán que terminaría siendo un gran profesional en Madrid. Había otro chico lleno de vitalidad y entusiasta de la literatura y del dibujo, natural de Zamarramala (Segovia) llamado Juan Postigo, que nos deslumbraba con su habilidad para la pintura y su capacidad para crear y escribir obras de teatro. Entre los asturianos destacaba un chico muy listo y de fuerte personalidad al que todos apreciábamos mucho llamado Manuel Suárez, que sabía de todo y muy ligado a la Renfe por la profesión de su padre.

De los 150 adolescentes que formamos aquel curso de 1953-1954, los últimos de la colegiatura de La Mejorada, sólo terminarían siendo Dominicos nueve compañeros.


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LA MEJORADA: TOMANDO POSESIÓN (VIII)
MI PRIMER DÍA EN EL COLEGIO DE LA MEJORADA (VI)





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