Alcobendas: Galería del Estudiantado |
Previo al
estudio de la teología había un curso de Teología Fundamental como base al
estudio propiamente teológico. Un curso que trata de hacer el camino expedito a
las tesis religiosas, un curso de desbroce de obstáculos para
realizar el trabajo de armonizar la razón y la fe, y conciliar dos realidades
contradictorias dentro del hombre. Ciencia sólo en sentido amplio. Todo aparece
bien delimitado en el ámbito de la racionalidad y las exigencias de la fe. La Teología
es un castillo que se levanta sobre el débil basamento de supuestas verdades
reveladas. Es la irrupción de lo sobrenatural sobre el mundo humano y la oferta
del mito como respuesta al enigma de la indigencia humana. Se parte de la
supuesta misión divina del hijo del carpintero de Nazaret. Todo lo demás es
tirar del hilo. Las cosas, sin embargo, no son tan claras. La historia habla de
muchos profetas y visionarios con sus mensajes divinos, de muchas teorías
morales sobre las inquietudes humanas de todos los tiempos, de muchos paraísos
ultraterrenos, de muchos libros sagrados. A pesar de sus verdades el misterio
de la vida y los eternos interrogantes siguen presentes en el mundo sin que una
creencia se pueda imponer con ventaja sobre las demás. La sombra de la duda se
asienta con justicia al fondo de toda inquietud reflexiva y libre del hombre
que asume la responsabilidad de construir su destino humano sobre supuestos
religiosos.
La
religión es un fenómeno enclavado en la limitación humana. El hombre consciente
de sus escasas posibilidades y sus largas ambiciones se aferra como el náufrago
en el mar de la existencia, a los botes salvavidas humana
que se transfiere a mundos de felicidad transhumanos, tan
consoladores, tan utópicos, tan inciertos, Un salto en el vacío desde las propias aspiraciones
a unas realidades supuestas, un salto dramático desde lo que debiera ser a lo
que realmente es. En las infinitas dimensiones del espacio y del tiempo,
en el largo proceso evolutivo del hombre, en el concierto del de todos los
seres vivos, el poder mitificador del hombre crea el bálsamo
consolador de todas las religiones. Los enigmas de la vida humana
siguen, el proceso biológico se desarrolla incontenible, y el silencio de los
dioses se prolonga a través de los siglos en el movimiento cíclico
del universo.
En
mi larga aventura religiosa nunca pude evitar una profunda y lejana sensación
de moverme en una tierra escurridiza y andar al borde de un precipicio que
podía tragarme en cualquier momento. Cierto que las religiones proliferan en
todos los tiempos, en todas las geografías. No existe pueblo que no tenga su
propia historia religiosa ni sus propios dioses protectores. Después de todo,
el problema pertenece a las creencias libres que el hombre recibe de su medio
cultural de forma inconsciente la mayoría de las veces. La teología es un
castillo asentado sobre arena que se derrumba en la resaca insistente de la
ciencia nueva que iba ofreciendo al hombre su verdadera dimensión humana,
dentro de sus límites terrenales, sin mitos de ningún tipo, sin sucedáneos a
sus sufrimientos, sin falsificaciones terapéuticas y adormecedoras. Tan
legítimo es entregarse a la adoración de sus dioses como rebelarse contra
ellos. Se trata de una decisión personal y completamente libre de ámbito de las
creencias, lejos de la evidencia objetiva y sin motivaciones reales donde nadie
tiene el derecho de intervenir para condenar o glorificar la conducta de
los demás. Tal vez convenga cerrar, a veces, los ojos para evitar
el dolor de la realidad perturbadora y disfrutar, al d forma temporal, la
deliciosa e ilusa felicidad de los sueños.
Estudié
la teología en Madrid, en un convento nuevo recién construido con una
arquitectura funcional, de ladrillo rojo a la vista en las afueras de la
capital de España. Trabajo costó a muchos frailes arrancarse de sus fríos
claustros de piedra gótica para aceptar el escaso aislamiento mundano
que ofrecen unas modernas paredes de ladrillo y cristal, amplios y luminosos
espacios abiertos, y muchas puertas siempre abiertas para entrar y salir.
Recogimiento, silencio, penumbra, oscuridad, ascetismo voluntarioso, negación.
Allí nada. Aquello rompía todos los cánones de los viejos conventos
tradicionales. Era en Alcobendas, con su extraña torre retorcida de hierro y
sus luminosos ambientes monacales, sus arboledas de chopos, sus campos
deportivos, sus amplias zonas verdes. Por aquel tiempo se estableció un
intercambio de estudiantes extranjeros. Una diáspora. Naturalmente todo se
hacía por selección de personal con criterios religiosos e intelectuales de los
jefes. Yo permanecí en la propia tierra. Compartí la convivencia con
estudiantes llegados de afuera, Alemania, Filipinas, Holanda, donde habían ido
a parar algunos de nuestros compañeros.
Las
enseñanzas teológicas eran verdades prefabricadas y redondas. Se daba todo
hecho. Poco había que opinar sobre los temas. Presentaban los dogmas con
premisas y corolarios, apoyados en la infalible veracidad de una divinidad que
manifiesta su voluntad a los hombres. Esto es el supuesto. La credulidad
humana y la razón dirigida hacen todo lo demás. Se aceptan los principios
sin mucha reflexión, trátese de la religión que se trate budistas,
cristianos, judíos, cristianos, árabes, A partir dc aquí, hacer
deducciones, esforzarse en confirmar lo que ya se tiene asumido porque
es la infalible voluntad de Dios. La certeza se basa en la infalible autoridad del
principio revelador absolutamente veraz. Los conceptos de los laboratorios
escolásticos, trabajar como esclavos al servicio de esas verdades para
hacerlas razonables. Pero eso no evita la desconfianza implícita de
aventurarse a roturar caminos nuevos y diferentes, un gran respeto a la
tradición que no ofrece ninguna garantía de verdad y una reverencial sumisión a
la autoridad de unos maestros que no la merecen.
Lejos ya
(le la disciplina religiosa empecé a escribir, con esfuerzo, notas
arrancadas de mis personales vivencias y fruto espontáneo de mi propia
reflexión, sin citas deformadas de autores reconocidos, tan falibles como las
mías. Me costó evitar la sensación de cometer algún
delito dc presunción y abuso de mi libertad individual al atreverme a
reflexionar por mi cuenta. En una ocasión, en clase, presenté un trabajo sobre
la felicidad humana. Me alejaba de la terminología tradicional y dejaba correr
las riendas de la imaginación con cierta libertad, "Infla, infla, cuanta
palabrería", fue el comentario del profesor de moral, anciano e
inteligente, que a pesar de todo reconoció el mérito de mi ensayo con una buena
nota. El hábito de las cosas hechas y de los caminos andados han dejado huellas
en mi comportamiento futuro. Hasta hoy duran sus secuelas, En mis
colaboraciones en los periódicos me ha costado mucho habituarme a expresar mis
pensamientos fuera del cauce mental establecido por la enseñanza
académica.
Se
publicaba la revista "Oriente" con la colaboración de los estudiantes
de teología. Allí hice algunos ensayos, Se imprimía con todas las de la
ley y se intercambiaba otras revistas de otros centros de
estudio. También aquellos años una revista "Agora" para el
consumo y escrita a máquina. Su nombre ya refleja el deseo de libertad y
apertura que tratábamos de ofrecer a nuestras les opiniones dentro de los
límites que la censura a nuestras opiniones. La censura se ejercía, con celo y
rigor en distintos planos, desde la limitación dogmática, desde los supuestos
de las escuelas propias, desde el respeto maestros indiscutibles de cada orden
religiosa, desde el respeto a las tradiciones, hasta los
comportamientos particulares e insignificantes. Desde los peligros
doctrinas les hasta la forma de andar, la forma de mirar, de redactar una carta
familiar. Todo podía ser susceptible de sospecha. Esa censura, en realidad es
prevención y defensa de la ortodoxia, inhibición del instinto creativo, invitación
a la pereza y desconfianza hacia las novedades. Llegamos, incluso, a publicar
una muestra de prensa subversiva, "La Muela", pequeña revista que
circulaba en completa clandestinidad, al margen de toda censura. Una válvula de
escape a las represiones que se cubrían de apariencias y buenas razones; pero
ahí estaban presentes y a veces se manifestaban. Yo merecí ser uno de sus
lectores. Se evitaba que los escrúpulos de conciencia pudieran delatar a los
promotores. Por eso se seleccionaba a los lectores. En un descuido de
algún lector, fue sorprendida un día y naturalmente hasta ahí llegó su edición
y la clandestinidad editorial.
A
pesar de todo, yo permanecía fiel a los principios. L actividad reflexiva me
gustaba, la enseñanza me gustaba, e apostolado me gustaba, el calor del trato
humano me gustaba, la cultura de los pueblos, las formas de comunicación d los
pueblos, sus costumbres. Me gustaba el estudio, las disputas teológicas,
los círculos escolásticos, los debates conceptuales, la disciplina lógica del
pensamiento, Era una gimnasia mental de ideas que obliga a la precisión y al
autoanálisis. Apoyar todo el peso teológico sobre aquellos férreos silogismos
encadenados desde el asentimiento religioso a los más alejados corolarios era
un riesgo demasiado grande y un atentado a la racionalidad humana y
por Io tanto un elemento deshumanizador. Pero tenía sus encantos,
Muchos hombres más sabios, más inteligentes, más reflexivos que yo, habían
vivido esas mismas experiencias en circunstancias parecidas a las mías. Yo
podía caminar con más o menos tranquilidad. O al menos, acallar de momento el
pertinaz remordimiento que rondaba al fondo de mis preocupaciones como un
dragón dormido que podía despertar en cualquier momento y entrar furioso en el
santuario de mis convicciones religiosas para echarlo todo por tierra.
La
moral era otro montaje, Se trataba de una moral exterior, la moral del premio y
del castigo. Complejos sistemas escritos por sabios moralistas célibes que
recogían todos los complejos monacales, sobre el matrimonio, sobre el sexo,
sobre el pecado. Moral casuística, igualitaria, normativa, imponente, ausente
al hombre. Poco tiene el hombre que hacer ante ella. O someterse como un
esclavo ante una fianza muy lejana, y acaso lograr así una relativa felicidad
terrena muy discutible, o tratar de recomponer la felicidad desde presupuestos
de mayor responsabilidad y mayor compromiso humano, También traté de salvar mi
yo de la tiranía de la imposición moral que ejerce el entorno social donde se
habita. No resulta fácil huir del servilismo de la censura colectiva. No es
fácil librarse de la censura de los demás, Ya no se trata de que estas normas
sociales sean buenas o malas, simplemente es costumbre, es rito y hay que
cumplirla sin aportación humana alguna. También los ritos, las liturgias,
"el que dirán", el juicio de los demás, la comodidad
de la rutina, se elemento degradante y rebaja la dignidad del ser humano.
La dignidad humana es una conquista personal, la libertad es una
conquista individual, la ética humana no puede estar fuera del hombre sino
en el desarrollo de la propia autenticidad. Tal vez la presencia de los
demás valores éticos externos influya en la formación de ese yo
interno distinto de todos que debe asumir la responsabilidad de
la felicidad humana dentro de los límites de la propia libertad. Ser juez
de uno mismo, ser uno mismo, es más duro que cumplir una moral externa o
dejarse llevar por la ética social, y más humano. Impone sacrificio, impone
tributos fuertes, Incluso tiempo. Yo tardé en superar estas etapas; pero en el
torbellino de los azares de mi vida estoy satisfecho del componente ético que
dirige mi vida, que es, a fin de cuentas, la mejor garantía de mi
felicidad.
Ya
en mis años de formación presentía las desfiguraciones de muchos temas morales.
Mis insolentes preguntas sobre algunos temas escabrosos me costaron la
expulsión de clase de teología algunas veces y algún suspenso en
"moribus" que, en vez de una reprobación a mis conocimientos, venía a
ser una venganza personal del profesor a mi incipiente rebeldía. No podía ser
muy lúcida una moral matrimonial elaborada dentro de las celdas de monasterios
de hombres célibes desconocedores de la vida matrimonial e incluso situados en
una posición anormal de vivir frente al uso moral de las relaciones sexuales,
no podía se lúcida una visión negativa de las realidades humanas como allí
se enseñaba. No podría resolverse el problema del celibato de los sacerdotes
mientras el tema estuviera dentro del poder decisorio de ancianos octogenarios
que ya nada tienen que ganar o perder en la reforma de los viejos valores de la
castidad y del celibato obligatorio.
CAPÍTULOS ANTERIORES
TIERRAS DE CASTILLA LA VIEJA (I)
SANTA MARÍA DE NIEVA (II)
UN AÑO POR TIERRAS MANCHEGAS (III)
LA HORA DE LA FILOSOFÏA (IV)
*** Publicado con la amable autorización de autor: CLAUSTRO dentro y fuera, Arsenio González Cereijo (DEP), Cultiva Comunicación SL Madrid 2009 [El texto corresponde a una sección del capítulo II titulado "La Aventura religiosa"] El libro está dedicado "A mi familia. A mis amigos. A los que, como yo, han sido crédulos, ingenuos, soñadores y han pretendido, en vano, cambiar el camino del tiempo y la ruta de las estrellas. Mi otra familia"