Saturday, November 26, 2016

ÁVILA: 1959-1960 (Juan José Luengo)

Fraile en el Claustro de los Reyes, Santo Tomás
Llegamos al Convento de Santo Tomás el 22 de agosto. Allí nos esperaba el Padre Maestro de Estudiantes, Pedro González Tejero, y su socio el P. Ignacio Gutiérrez. Era prior el P. Isaac Liquete y Subprior el P. Vicente Martín.

También residía en el convento de Santo Tomás Monseñor Francisco Gómez (1887-1962), Obispo misionero (1932-1952) de Hai Phong (Vietnam). Monseñor Gómez era abulense y tío del P. Alberto Martín Gómez.

En circunstancias normales, al llegar a Ávila nos esperarían los demás “coristas” (que así, creo, llamaban a los estudiantes hasta entonces). Hubiésemos tenido delante de nosotros a todos los Filósofos y Teólogos.  Pero, nada era “normal” en nuestro caso y comenzamos solos.

Añadieron un año más a nuestra carrera y llamaron a ese curso “Preuniversitario”. Fue entonces, o quizá el año anterior, que el Estudiantado se afilió con la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Manila y nuestro diploma (licenciado) sería un titulo expedido por la Universidad como claramente consta en los Diplomas de muchos de nosotros.

El Estudiantado había sido trasladado de Ávila al nuevo Convento de San Pedro Mártir el año anterior (1958) y el P. Tejero fue allí el primer Maestro de Estudiantes. Antes, en Ávila, el Maestro de Estudiantes había sido el P. Luis López de las Heras.

Para mí, la llegada a Ávila era como una vuelta a casa. Ese era mi territorio. Nacido a cuatro kilómetros de la capital, había hecho el viaje en muchas ocasiones andando, en burro o en bicicleta. Subí muchas veces por la Calle Vallespín hasta el Mercado Chico. Recorrí la Calle Caballeros, la de Reyes Católicos y Alemania hasta el Mercado Grande. Incluso bajé varias veces hasta el Convento de Santo Tomás.  Nunca olvidaré la fiesta de Santa Teresa de Jesús, el 15 de octubre, con su desfile de Gigantes y Cabezudos. Además, tenía en la ciudad bastantes familiares por parte de padre y por parte de madre.

Este es el momento para hacer la pregunta del millón de euros (o usando la moneda de la época, de los 166 millones de pesetas).

¿Por qué? ¿Por qué este cambio tan radical y tan costoso?

Antes de responder, si es que hay respuesta, no hay que olvidar el efecto “dominó” y el daño colateral que este cambio produjo en los demás cursos.  El curso anterior al nuestro fue “desmantelado” y sus miembros fueron dispersados por la ancha geografía europea. A París (Le Saulchoir) fueron Manuel Reyes Mate, Jesús Manuel Martínez, José María Marsella y José Luis Iglesias. Marcos Ramón Ruiz, Félix Tejedor, Valentín Martínez y Santiago Marcos aterrizaron en Tolosa (Francia).

Y a disfrutar el paisaje andaluz de Granada fueron Rafael Sanz, José Luis Ajates, Dionisio Jiménez y, creo que también, Benjamín Barcala. ¡Así de un plumazo!

Volviendo a la pregunta. En septiembre del 2003, estando de visita en España, me encontré en el Convento de Conde de Peñalver con el P. Tejero y pude hacerle a bocajarro la pregunta que muchos de nosotros hubieran deseado hacer: ¿Por qué el cambio y el experimento?                                                                                                                         
 Más o menos, esta fue su respuesta, “Bueno… mucha gente me ha echado la culpa a mí… pero en realidad... la decisión no fue mía… Sucedió que el P. Provincial (Silvestre Sancho) hizo una visita canónica…y encontró problemas… de “observancia” y otras cosas…y decidió -junto con el Consejo de Provincia- cortar por lo sano…” siguiendo, añado yo, la lógica del refrán popular, a “grandes males, grandes remedios.”

Esta es la versión del P. Tejero.  Quienes conocieron al P. Tejero y le tuvieron como Maestro de Estudiantes el primer año en San Pedro Mártir (1958-59) lo explican de una manera diferente. Según algunos, él quería tener la oportunidad de controlar mejor la situación y, para ello, buscaba un grupo de estudiantes que le tomaran a él más en serio. No faltó entonces quien dudara de la validez del nuevo proyecto o de que el P. Tejero fuera la persona indicada para el mismo.                                                                                                                                         
 Sin embargo, se pudo decir “alea iacta est” y no hubo marcha atrás.

Como en parénteis, tengo que decir que en el verano del 2009 tuve la oportunidad de hablar con el P. Tejero una vez más. Lo llamé a Manila para saludarlo. Lo encontré bastante lúcido considerando su edad (nació en agosto de 1920). Se acordaba de todos nosotros. Me dijo que no piensa regresar a España y está resignado a morir en Filipinas.

El día siguiente a nuestra llegada, el P. Tejero en su primera plática nos dejó saber cuál sería su “política”: Exacto cumplimiento del deber.  Esto incluía: fiel cumplimiento de las observancias monásticas (sobre todo el silencio), espíritu de sacrificio, espíritu de oración y espítitu de estudio… un estudio que debería estar sazonado por la oración y que lleva consigo el amor a la celda.

Pronto comenzaría su rutina de charlas semanales basadas, al principio, en en el libro “Teología de la Perfección” del P. Royo Marín, OP.

Fue legendaria su insistencia en mantenernos “aíslados” de todo contacto con los demás padres del convento. Algo difícil de olvidar. Tenía pánico de que nos contamináramos con ideas “picudas”. Tampoco se puede olvidar fácilmente cómo el P. Marcos Fernández, entre otros, buscaba la oportunidad de hablar con nosotros en cualquier ocasión.

No cabe duda que quien viera por primera vez el Convento de Santo Tomás tenía que quedar impresionado. El coro, la iglesia, los claustros, el refectorio, las aulas de clases, las celdas de padres y estudiantes…todo majestuoso y saturado de historia.

A principios de septiembre, el P. Macario Ruiz, misionero en Japón, nos dio una conferencia sobre el trabajo de los dominicos en ese país. Creo que todos quedamos impresionados cuando nos habló del alto nivel educativo de Japón y el reto que eso suponía para la evangelización.

Con el P. Macario comenzó una larga y provechosa tradición de tener la oportunidad de escuchar a los padres que venían de tierra de misión: Filipinas, Hong-Kong, Venezuela, Formosa (así se llamaba Taiwán en aquel entonces).

Antes de comenzar las clases se unió a nuestro curso Luis Sasaki, venido directamente de Japón. ¡Quién no recuerda a Sasaki siempre con su diccionario debajo del brazo! Tuvo que ser extremadamente difícil el tener que aprender español y, al mismo tiempo, latín porque a partir del año siguiente todas las clases de filosofía serían en latín. Hizo poner los pelos de punta a quienes contó su recuerdo del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial. Siempre calmado y ecuánime no pudo controlarse al ver cómo los japoneses eran presentados en la película El puente sobre el río Kwai.

También se unieron a nuestro curso dos estudiantes de la Provincia de España cuyo apellido era Prior y Salazar.

Escena de Fray Escoba (Coro Convento Santo Tomás)
Como siempre, las clases comenzaron a mediados o finales de septiembre. En el expediente académico recibido de Instituto Pontificio de Filosofía (convento de San Pedro Mártir) consta que aquel año cursamos: Introducción o Fundamentos de Filosofía, Lógica Formal, Lengua y Literaturas griegas, Lengua y Literatura Latinas, Lengua y Literatura inglesas, Literatura española y universal, Geografía universal, Elocuencia, Música y Religión.  Tuvimos como profesores, además del P. Maestro, al P. Marcos Fernández Manzanedo, Marcelino Ortega, Felicísimo Miguel, Félix Tejedor y otros que no recuerdo.

Estando en Ávila pudimos ver cómo se edificaba el nuevo Pabellón. Recuerdo muy bien la cuadrilla de los albañiles que lo construyeron (Regalo el capataz, Quintín Gutiérrez y Alfonso Hernández). Los tres eran de mi pueblo, Narrillos de San Leonardo.

Siguiendo la costumbre de años anteriores, los jueves por la tarde teníamos paseo largo y nos dábamos una vuelta por las afueras de la ciudad, no lejos del convento. Durante esos paseos, yo tuve la oportunidad de visitar en más de una ocasión a varios parientes que vivían en la carretera de Toledo, cerca de la llamada gasolinera de Rivilla, y en el Tiro Pichón cuyo encargado era primo mío. No sé si el P. Maestro llegó a enterarse de aquellas “visitas” (siempre breves, claro).

Los domingos, después del Rosario y la Exposición, teníamos procesión por el Claustro de Difuntos. Desfilábamos todos los frailes acompañados por los fieles que asistían a esos oficios. El primer domingo del mes era en honor del Rosario, el segundo domingo en honor del Santo Nombre y el tercer domingo en honor del Santísimo Sacramento.

Durante ese año casi todos mosotros aprendimos a escribir a máquina algo que no nos vino mal más adelante cuando tuvimos que presentar los muchos proyectos y tesis que nos exigieron en las clases que tomamos.

Ya mencioné anteriormente la costrumbre de comer en silencio mientras alguien leía algún libro interesante. Recuerdo muy bien dos de ellos. El primero se titulaba Y la Biblia tenía Razón escrito por Werner Keller. Trataba de probar cómo la arqueología estaba dando la razón a la Biblia y demostrando su historicidad. Yo creo que los expertos de hoy son un poco más cautelosos en este aspecto, pero esto es harina de otro costal.

El otro se titulaba Centinela de Occidente, era una hagiografía de Franco. Fue escrito por Luis Martínez de Galinsoga y Francisco Franco Salgado (primo de Franco). El título no podia ser más sugestivo. Mientras todos dormían, Franco se mantenía vigilante.

Luis de Galinsoga había sido redactor-jefe del ABC y, después de la Guerra Civil, fue nombrado por Ramón Serrano Súñer director de La Vanguardia de Barcelona que pasó a llamarse La Vanguardia Española. Alguien escribió, que como director de La Vanguardia Española, “procuró por encima de todo castellanizar la publicación, evitando el peligro de parecer regionalista”.

La historia nos dice que Galinsoga fue cesado por el gobierno como director el 5 de febrero de 1960 por el llamado “asunto Galinsoga” que estalló cuando éste, con gran tacto y diplomacia, profirió la frase que se haría famosa, “Todos los catalanes son una mierda” tras asistir a una misa en la que la homilía se impartió en catalán. ¡Oh tempora, oh mores!

Si recuerdo bien estando nosotros es Ávila se filmaron en el Convento de Santo Tomás varias escenas de la famosa película Fray Escoba protagonizada por el cubano René Muñoz y dirigida por Ramón Torrado.

Mencioné antes que el Prior del Convento era el P. Isaac Liquete. Ya entonces estaba al frente del Museo de Arte Oriental al cual dedicó más de treinta años de trabajo.  Debido a su dedicación y esmero, el museo se convirtió en una gran atracción turística de la ciudad. Su trabajo no pasó desapercibido. El Ayuntamiento de Ávila en 2006 en reconocimiento a su labor en el museo decidió dar el nombre Padre Isaac Liquete a una de las calles de la nueva urbanización en la proximidad del Convento de Santo Tomás.

Al terminar el curso, pasamos una temporada en La Mejorada antes de trasladarnos al nuevo Convento de San Pedro Mártir para comenzar la Filosofía.

La Mejorada se convirtió en el lugar de descanso veraniego durante muchos años.

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Texto original de Juan José Luengo García "Breve Crónica de un curso 1953-1968)escrito en verano 2009. Para las otras entradas:

Capítulo 1 (La Mejorada)

Capítulo 2 (Arcas Reales)

Capítulo 3 (Ocaña)


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