El P. Niceto Blázquez, primero por la izquierda, escolar en Arcas |
La llegada al colegio
de Santa María de Nieva en la provincia de Segovia supuso un notable progreso
para mí [Para su estancia en La Mejorada, pulsar en este enlace]. El sistema de educación masiva era el mismo pero había otros hombres y
otros compañeros mayores en edad y experiencia. El hombre clave para mí fue el
Rector del colegio, José González Cuesta, el cual había llegado de la
Universidad de Santo Tomás de Manila para subsanar problemas que habían surgido
con el Rector anterior. De este hombre recibí el trato personal y respetuoso
que yo necesitaba.
Dos anécdotas pueden
bastar para destacar este recuerdo positivo de él. Pocos días antes de comenzar
el curso académico 1952/1953 se casaba en Madrid mi hermano Emiliano y
obviamente me planteé la cuestión sobre solicitar el permiso correspondiente
para desplazarme a la metrópoli con el fi n de asistir a la boda. El tiempo
apremiaba y no estaba yo convencido de que el rector del colegio estuviera por
la labor. En realidad yo estaba convencido de que mi propuesta iba a ser
rechazada. Pero se me ocurrió comentar el asunto con un compañero de curso
llamado Jesús Arróniz, con el cual jugaba yo partidas de pelota, y me animó a
subir al despacho del Rector y plantearle la cuestión. Bueno, pensé para mis
adentros, si me niega el permiso no me pilla de sorpresa y si me lo concede, me
quedará la satisfacción de haber convertido mi ilusión en realidad.
Con estos pensamientos
me dirigí a su despacho sin perder tiempo. Tan pronto el Rector se percató de
mi presencia vino rápidamente a recibirme preguntándome cariñosamente si me
ocurría algo y en qué me podía ayudar. Era mi primer encuentro a solas con él.
Le expuse el motivo de mi visita en hora tan inoportuna e inmediatamente se
interesó por mi familia y por mi hermano. Yo estaba felizmente sorprendido
comparando los fríos e impersonales encuentros que habían tenido lugar durante
los dos años precedentes con el Rector del colegio de La Mejorada. Escuchó mi
petición como quien escucha respetuosamente a otro hombre, me hizo alguna
pregunta aclaratoria y me contestó que le parecía muy razonable y conveniente
que viajara a Madrid para asistir a la boda de mi hermano. Me sentí todo un
hombre hecho y derecho dispuesto a dejarle en buen lugar por el trato y confianza
que me había otorgado.
Otra anécdota fue la
siguiente. Había un profesor decidido a suspenderme en una de las disciplinas
académicas que impartía. Yo, convencido de que aparte la circunstancia
académica, mi persona no le era grata, estaba dispuesto a expresarle a mi padre
mi desánimo preparando el terreno para abandonar el colegio. El P. José
González Cuesta, al conocer mi estado de ánimo, mantuvo conmigo una
conversación entrañable durante la cual me persuadió con pocas palabras para
que dejara pasar algún tiempo antes de tomar una decisión inesperada por mis
padres. Yo seguí su consejo y acerté al tiempo que crecía en edad y experiencia
de la vida a pasos agigantados.
La vuelta a Hoyocasero para
las vacaciones de verano eran otro motivo importante de reflexión y maduración
de mi personalidad con la ayuda moral del párroco D. Vitorio Herráez del que ya
he hablado antes. Él fue mi verdadero guía y amigo durante aquel tiempo. En
relación con las vacaciones estivales recuerdo otra anécdota muy significativa.
Uno de los veranos recortaron drásticamente el tiempo de las vacaciones
estivales con la familia. La iniciativa, según las informaciones recibidas, fue
del Rector de La Mejorada, y el Rector de Santa María de Nieva, por solidaridad
con su homólogo, tomó también la misma decisión.
En consecuencia,
marchamos a casa en la primera semana de julio pero nos ordenaron regresar al
colegio al cabo de un par de semanas. Por otra parte fue un verano castigado
por una sequía devastadora y un calor extremo. La situación llegó a ser tan
crítica que, de vuelta ya en el colegio, nos vimos obligados a racionar incluso
el agua para beber. Cabía pensar que, dada la gravedad de la situación, nos
dejarían volver a nuestras casas hasta el fi n del verano para paliar la
situación. Pero esto no ocurrió. Nuestra exasperación llegó a tal extremo que
llegamos a pensar en sabotear la poca agua de la que disponíamos derramándola o
rompiendo los cántaros, a ver si así, forzados por la necesidad, nos dejaban
marchar de nuevo a casa con nuestros padres. No saboteamos el agua y tuvimos
que aguantar allí un verano terrible de calor e incomodidad. Eran aquellos
tiempos recios a los que muchos de mis compañeros de camino sucumbieron.
Finalizado el curso
1953/54, disfruté de unas largas vacaciones con mis padres y comenzó para mi
otra etapa importante de la vida. Se cerraron los colegios de La Mejorada y de
Santa María de Nieva y se inauguró el bello, novedoso y espectacular colegio de
Arcas Reales en la afueras de Valladolid. Cuando me incorporé en septiembre de
1954 se respiraba ya un ambiente de bonanza y modernidad reconfortante en
comparación con el ambiente que habíamos dejado atrás. Por otra parte, durante
ese verano todas mis experiencias de infancia fueron sometidas a prueba con el
desarrollo biológico que acompaña a la edad. Entre otros fenómenos dignos de
mención me parece oportuno destacar el del enamoramiento, que tantas
desventuras y desencantos acarrea a las personas que caen fatalmente en sus
redes.
Las cosas se
sucedieron, en líneas generales, más o menos, así. Yo sentía por aquella época
una admiración profunda por una joven. Era físicamente bella pero mi interés
por su persona se había despertado por sus formas de conducta y un encanto
propio de quienes no conocen el mal. Así las cosas, comprendí que estaba
irrumpiendo en la órbita del enamoramiento y tenía que tomar una decisión nueva
acerca de mi futuro, ya que esta situación emocional podía entrar en conflicto
con la decisión que había tomado ya en razón de mis experiencias anteriores.
La opción que había
tomado de buscar la verdad por encima de todo y antes que nada, después de las
experiencias antes descritas, estaba en pleno vigor, pero la fuerza de la vida
y las nuevas circunstancias pujaban llevándome hacia otros derroteros por la
vía del enamoramiento. Confieso que la toma de posición ante esta nueva
experiencia de vida no me resultó difícil. Yo me encontraba ante la posibilidad
de continuar por el camino emprendido o de abandonarlo para crear una familia
como hace la mayoría de la gente. Pero ¿qué garantías tenía yo de que en el
futuro no me iba a arrepentir de haberme casado añorando la senda de la verdad
que me había trazado como prioridad de mi vida? Entonces me hice el siguiente
razonamiento. Si expreso mis sentimientos a esta amorosa muchacha y me caso, me
obligo a ser coherente con ella hasta las últimas consecuencias. Pero, ¿qué
ocurrirá si las cosas no nos van bien, como ocurre a tanta gente que se casó
ilusionada? La cuestión de fondo era saber siquiera con certeza moral si yo
había nacido antes que nada para crear una familia biológica o más bien para
dedicarme prioritariamente a otras cosas que yo había descubierto antes.
Así las cosas, me
pareció que lo más prudente era encontrar primero el sentido de la vida y
después vivirla responsablemente en plenitud en lugar de lanzarme a la aventura
del enamoramiento aparcando el uso de la razón que me llevaba por otros
derroteros. Entendía que, si me casaba y me comportaba como persona
responsable, no debía dar marcha atrás después sino que debía asumir
responsablemente las consecuencias de tal decisión. Por el contrario, si dejaba
aparcada la opción de casarme hasta estar seguro de que la otra opción era la acertada,
nada estaba perdido porque tan pronto surgiera alguna dificultad seria que me
impidiera seguir en la opción por la vida religiosa quedaba siempre la
posibilidad abierta de reconsiderar la opción por el matrimonio. En cualquier
caso esto requería un tiempo de prueba y, sobre todo, poner todos los medios
para no ilusionar a la adorable muchacha declarándole mis sentimientos sin
estar yo seguro de la solidez de los mismos.
Así las cosas opté por
evitar cualquier tipo de encuentro con ella que pudiera desvelar mi estado de
ánimo y seguí conociendo más a fondo el camino que ya había emprendido con
vistas a optar por la vida religiosa. A medida que pasó el tiempo me fui
convenciendo de que yo no había nacido para crear una familia sino para otros
menesteres de los que me he ocupado feliz y contento a lo largo de mi vida. Por
otra parte, como me cuidé mucho de no generar ninguna ilusión en la joven
muchacha, tampoco mi decisión de marchar por otro camino pudo causar en ella
ningún daño moral o desilusión. Esta determinación, que, insisto, el tiempo
sancionó como la acertada y correcta, no hubiera sido posible sin el control
previo de los sentimientos por parte de la razón. Así, al no implicarla a ella
irresponsablemente en mis emociones pude optar con conocimiento y libertad por
la senda que me había trazado la vida en un nivel mucho más profundo que el de
los comunes sentimientos de enamoramiento sin causar daño a nadie.
En consecuencia, no
dudé en pedir ingresar en la Orden de Predicadores, consciente de que iniciaba
otra etapa importante de mi vida, de acuerdo con aquellas primeras experiencias
de infancia preparándome para afrontar los obstáculos y dificultades que
inevitablemente habrían de surgir después en el camino. Uno de esos obstáculos
fue la pedagogía educativa en vigor. En el moderno y flamante colegio de Arcas
Reales yo llegué a gozar de prestigio como estudiante cualificado pero eso no
me importaba gran cosa.
Mi procesión iba por
dentro y sólo Dios conocía mis dudas, luchas, debilidades humanas y
equivocaciones. También allí encontré a profesores de baja calidad docente y
pedagógica. La bestia negra era un fraile amargado, responsable de la
disciplina general del colegio, y varios profesores laicos los cuales
utilizaban la coacción moral sin excluir la violencia física. Esta
circunstancia dio lugar a momentos de alta tensión entre profesores y
estudiantes hasta el punto de que nos vimos obligados a defendernos de los
malos tratos de algunos amenazando con el recurso a la violencia proporcionada.
Pero esta es otra historia que se suma a las dificultades que hay que ir
superando a lo largo de la vida para sacar lecciones prácticas y no fracasar en
nuestros proyectos de vida fundamentales.
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* Por cortesía del autor, adelantamos el capítulo 2 de "Así fue mi vida", editado para este blog en tres partes. ASÍ FUE MI VIDA. Recuerdos y pensamientos. Tomo I. Niceto Blázquez, O.P. © 2015 Editorial: Liber Factory. Está prevista su publicación en unas semanas
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