Grupo de alumnos, curso 1963-64 |
Algo insólito y
medieval era el uso del famoso “cíngulo”, cuyas huellas oscurecieron durante
mucho tiempo mi cintura: consistía el arcaico artilugio en una cuerda cargada
de nudos que se ataba a la cintura, se suponía que directamente sobre la carne,
aunque se podía tomar la licencia de ponerla sobre la ropa interior y de este
modo suavizar sus efectos; además, cuanto más sacrificio quisieses ofrecer a
Dios por tus pecados y por los del mundo, más apretabas el cinturón de las
narices.
La gran burla que me convenció para
abandonarlo a su suerte fue cuando estaba de vacaciones en el pueblo e íbamos a
bañarnos al río, allí aparecíamos como fantasmas caídos de otro mundo con
aquello atado a la cintura, las burlas eran sonoras, nunca más. Cuando
accedimos al pabellón de los mayores dejó de ser obligatorio y se perdió su
uso. Con el tiempo me imaginaba yo a ciertos alumnos díscolos en mis clases
cargados con cíngulos bien apretados haciendo sacrificios por la humanidad.
Las tareas religiosas
también incluían ayudar a misa en la capilla de los frailes, para ello había
que madrugar, pero merecía la pena porque descubríamos “mundos misteriosos” al
cruzar el comedor, el office, pasillos
desconocidos, y luego ayudar a una misa informal del P. Ibáñez, que apagaba las
velas con el paño de encima del cáliz (¿¿nombre??). Luego escurríamos las
vinajeras y todavía daba tiempo a echar unos tragos de vino dulce directamente
de la botella, alguno llegaba muy contento a las primeras clases; el trofeo que
se conseguía al regresar era una barra de pan escondida bajo la ropa para
delicia del propio y de los compañeros.
Cuenta el artista
cantarín del “Cordobés” y experto en nocturnidades J.L.M. que una noche bajó a
la capilla principal a aliviar su sed y satisfacer su alma con tan mala suerte
que entró un fraile, solo vio la sombra, pero el héroe no se arredró, esperó
(“las cosas buenas llegan para los que saben esperar”, dicen los ingleses) y
cumplió con su deber moral de vencer a la tentación cayendo en ella.
Los dormitorios estaban
formados por cuatro filas de camas con una separación entre ellas y una fila de
“aparadores” o mini armarios para guardar nuestras posesiones, con qué poco nos
bastaba. En cuanto apagaban las luces no se podía ni susurrar, al fondo del
dormitorio estaba la celda del fraile vigilante de cada dormitorio; al que
pillaban hablando podía estar castigado de rodillas un buen rato o recibir un
tortazo directamente; estando en 2º curso se preparó un gran jaleo porque los
sábados por la noche los frailes venían más tarde, no se sabe por qué, se decía
que estaban viendo la tele y sospechábamos que alguna vez traían un ligero tufo
alcohólico y no de rezar el rosario precisamente; alguien se chivó al P.
Villarroel de que Domitilo Casas y yo habíamos hablado, nos llevó a su
habitación y nos sacudió con las “disciplinas”, - cuerdas con nudos -, en las
piernas todavía en pijama, dolía tanto la humillación como el castigo físico.
Con todo lo que
rezábamos y que nos hiciesen eso, injusticia divina, pero no les guardamos
rencor; de vez en cuando veíamos alguna paliza injusta y entonces sí se
enervaba al personal, pero eso sucedía cuando éramos mayores. El P. Pablo era
de temer, como así asegura D. C. que le cayó una descarga de tortas sin
preguntar, y el hombre no pudo saborear ninguna. Solo subíamos a los
dormitorios a asearnos después del desayuno y hacer las camas, y para dormir,
no nos lavábamos la boca en todo el día; una vez por semana (aunque no lo
necesitásemos, como dicen que dicen los ingleses) nos duchábamos, con el
bañador puesto, claro, no vaya a ser que a alguno se le despertasen malos
pensamientos acuciados por el Maligno; cuando nos secábamos con aquellas
raquíticas y mínimas toallas, teníamos que tener cuidado que no se nos viese
nada de nuestras partes privadas y divinas, como quinceañeras, y los frailes llamaban la atención a los más
descocados.
El hacer bien las camas
era un mérito, puntuaba para la asignatura de Trato Social (normas de urbanidad), del P. Villaroel, cada mes
salía publicada en el tabón de anuncios una lista de los que mejor y peor
hacían las camas, cosa muy injusta pues había somieres rebeldes que siempre
quedaban hundidos y daban muy mala imagen. En el pequeño libro de texto de Trato Social había cosas curiosas que
solo comprendimos con la edad, como cuando decía que en las escaleras de
caracol el hombre debía subir antes que la mujer y al bajar, la mujer delante,
¿qué misterio habría en ello?, nos preguntábamos, nadie nos dio respuesta hasta
que alguno más espabilado nos lo aclaró.
ARCAS REALES: Comedor de alumnos |
La asignatura luego
pasó a llamarse Urbanidad, y era
curioso ver al P. Villarreal enseñándonos a comer educadamente en el salón
grande, a pelar la naranja, usar los cubiertos y otras útiles lindezas. Las
camas también servían como instrumentos de gimnasia, para el ejercicio de
ponerse con la cabeza hacia abajo y sujetándose en los barrotes o para hacer
flexiones, ay de ti como te pillasen. Los sábados nos entregaban nuestra bolsa
con la ropa limpia y había que ordenarla, pertenecía a la leyenda urbana el
hecho de que alguna chica empleada en la ropa enviada mensajes en la bolsa de
la ropa, nunca conocí un caso. Al apagar las luces el silencio era preceptivo y
de obligado cumplimiento, so pena de algún sopapo, como ya ha sido mencionado.
Durante los fines de
semana había varias sesiones de estudio, teníamos clase el sábado por la
mañana, como en la escuela del pueblo, y teníamos libre el jueves por la tarde.
Pero lo que más nos gustaba eran las famosas “veladas” en el gran – al menos
para nuestros pequeños ojos con la perspectiva temporal -salón de actos: estas
consistían en representaciones cortas de sainetes, obras de teatro (las famosas
La vida es sueño, Escuadra hacia la
muerte, El hijo pródigo), actuaciones variadas, la rondalla del padre
Regino, la coral con el padre Gil y un año con el padre Llanos. Y de este modo
pasábamos muchas tardes de los fines de semana. Antes de las Navidades había
una velada muy importante, en ella se escogían “compas” por sorteo, un fraile
se hacía compañero de un aspirante, una especie de protector, los más
espléndidos daban un regalo a los alumnos o los tenían un poco enchufados; un
año me tocó a mí con un fraile muy viejo y me regaló un tanque de plástico,
para qué c… querría yo eso.
La coral era un aspecto
destacado, un momento culminante en todos los actos: el padre Gil la dirigía
con gran entusiasmo y mucha creatividad, enérgico y delicado a la vez, todavía
estoy viendo el movimiento de sus brazos navegando entre aquellas inmensas
mangas blancas del hábito, sudando, marcando el ritmo y dando entrada a las
voces de aquellos pequeños ruiseñores y de los graves pavarottis. Yo era tiple y a veces cantaba gregoriano; un año durante
las Navidades fuimos a un concurso de villancicos unos veinte “cantores”, así
nos llamaban, disfrazados de pastores, no ganamos porque cantábamos polifonía a
cuatro voces en vez de a dos. Nos introdujo, al menos a mí, a la música coral y
de allí me queda el gusto por la música religiosa de T. L. de Vitoria,
Palestrina, la endiablada, con perdón, subida de tono de los tiples del Aleluya
de Haendel, las profanas Yo nací en una
ribera, la nana vasca Aurtxoa Seaskan,
(con cuya adaptación personal muchos años más tarde dormiría yo a mis niñas).
Teníamos el privilegio de las salidas para cantar en las procesiones de
Valladolid con el paso de la Vera Cruz, nos llevaban en autobús y no veíamos
otra cosa que la procesión y mucho frío; otras veces íbamos a la emisora a
cantar en la radio o a la procesión del domingo de Ramos. En Navidad era muy
emotivo (lo siento así ahora que he visto varias) ir a las residencias de
ancianos a cantarles, les encantaba, algunos lloraban y no entendíamos por qué,
también se reían con el villancico “que me pinchas con las barbas”.
Paralelo al arte de la
voz corría la actividad de la rondalla con el moreno y serio P. Regino; la
formaban los instrumentos de bandurria, laúd y guitarra; cuando participaban en
las veladas siempre comenzaban con la Danza
Húngara Número 5 de Brahms. Era duro el ensayo y de difícil ejecución; yo
me apunté a bandurria, con el trino de la púa, lo prefería a la guitarra porque
ésta hacía mucho daño a nuestros pobres dedos con aquel frío que alimentaba a
los dolorosos sabañones (no era mi caso) y heridas varias, estas sí las padecí.
Pronto abandoné este arte, una pena. Los más afortunados iban a practicar con
el piano en un anexo junto a la piscina.
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*** Título original del texto: BREVE Y SUCINTA HISTORIA DE LO QUE PUDO HABER SIDO Y NO FUE, DE LO QUE FUE Y PUDO NO HABER SIDO Y OTROS SUCESOS QUE ACONTECIERON A LOS ASPIRANTES A DOMINICOS DE ARCAS REALES 1963
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