Monday, April 23, 2018

DESFILE DE LA VICTORIA


Siempre que alguien ha visto la foto, tras varios minutos de hipótesis rocambolescas ha terminado por rendirse ante la imposibilidad de averiguar lo que otean los jóvenes filósofos y teólogos encaramados a la terraza, con el exterior de la magnífica vidriera del coro como trasfondo. Las analogías surgen fácilmente: ¿la venida del Mesías?; ¿una segunda Asunción de Nuestra Señora?; ¿la reaparición del “In hoc signum vinces” sobre el Puente Milvio a la entrada de Roma, en este caso sobre la N-1 a la entrada de Matritum?. La imagen se ha ido deteriorando con el paso de los años, los bordes han pasado de amarillos a un blanco amenazador y si la informática no lo remedia, la solución química original disolverá el rojo de los ladrillos con los inmaculados hábitos de los estudiantes. En la nada o en el más allá. ¿Quién sabe? Los procesos químicos como paráfrasis de la vida eterna.

Debe ser poco antes de mediodía por las sombras que apuntan todavía hacia el oeste, sol, pues, hacia el sureste geográfico, jornada de moderado calor o, quizá de abnegada obediencia, ni uno sólo de los religiosos se ha despojado de sus hábitos, sí, de los que hacen al monje. Como mucho, un par de hermanos se han echado el escapulario entre pecho y espalda, que suele decirse. Quizá no tanto para aligerar la canícula cuanto, sospecho, acaban de saltar desde la ventana de la Sala de Comunidad sobre la terraza y así evitar los tropiezos, dado que el escapulario tiene la tendencia a enredarse entre las extremidades inferiores: peligro de caída a lo poco que queda del Jardín Japonés. El sol luce en todo su esplendor, aunque no muy fuerte, ya que sólo Dámaso y el P. Paniagua se protegen con la palma de la mano. El resto de fotografiados no parecen sufrir con sus destellos. ¿Mayo en Madrid? ¿Quizá principios de junio?

Entre los padres (futuros), Juan Carlos Martínez, Santiago Sáiz y Julián, al único que con su bonhomía tan habitual como su despiste parece traerle sin cuidado escrutar ojo avizor el horizonte. Y entre los futuribles, que nunca llegaron a comer huevos o han dejado de comerlos: Hierro, Oscar Mendoza, Javier Morcillo, Alfonso Aguado. Por la presencia de estos últimos, un curso inferior al nuestro y que aguantaron la disciplina y la profesión simple por escaso tiempo es deducible que debemos estar en 1976. Convento de San Pedro Mártir. Alcobendas. Por banal y prosaico que parezca, los jóvenes aspirantes a teólogos están contemplando el veloz vuelo de los gloriosos cazas de la real e invencible Fuerza Aérea de España, en aquellos años dotada de Mirages gabachos. La Avenida de Burgos, 208 era la continuación geográficamente recta, o casi, del Paseo de la Castellana que sobrevolaban raudos, dejando estelas con los colores de la bandera española, los avezados pilotos del glorioso ejército español.

Sin embargo, nuestra presencia no tenía nada de patriótica, era mera curiosidad en la mañana dominical, antes o después de la misa de doce. Debe ser uno o dos años después de la muerte de Franco y a pesar de la ebullición que había en el siglo, más aún en la capital de todas las Españas, tan cercana y a la vez tan alejada de nuestro claustro, nuestra formación política era inexistente, qué digo inexistente, nula. Habíamos pasado el filtro, para la mayoría una carga obligada pero llevadera, tanto en Arcas Reales como en Ávila de F.E.N (Formación del Espíritu Nacional) donde –aparte de lo aburrido de los libros de texto- se glosaba heroicamente la importancia de los sindicatos verticales y el sueño imposible de la España una, grande y libre. Al menos, imposible para la percepción que del sueño tenían muchos de nuestros profesores, educados en el fervor de los años posteriores a la Cruzada. Años en que el palio, la mitra y la espada conformaban una unidad indisoluble. Aparentemente.

Nosotros no sólo carecíamos de ese fervor patriótico, aunque tampoco lo contrario, al Caudillo y a todo el tinglado de poder, abusos y corrupción que se había creado con el paso de los años, y que a estas alturas de la década de los 70, aunque nosotros no lo percibiéramos, yacía en claro desmoronamiento. Del cual, sin embargo, no pocos de nuestros doctos profesores eran adalides y activos defensores; ítem más: nosotros estábamos en una tierra de nadie, por así decirlo, vírgenes en toda la amplitud del término: sexo, política, dinero, ambiciones, birretes y cualesquiera prebendas que el futuro nos deparase. 

¿Qué otra cosa podíamos pretender? Desde los once años en el internado, el paso por el Noviciado de Ocaña, una burbuja inescrutable, y ahora, a nuestro alrededor, con diecisiete o dieciocho años, mientras los restos de la dictadura olían cada vez más a podrido, nos llegaban tambores lejanos de un tal Isidoro vencedor en el congreso de Suresnes (¿dónde puñetas estaba eso y qué coño era un congreso?); de un Carrillo que nosotros conocíamos por Paracuellos, cuatro kilómetros a vuelo de pájaro, pillado con una peluca horrorosa y para más INRI, el día de Pascua; y un tal Suárez que, por ser de Ávila nos caía más simpático, presidiendo el Desfile de la Victoria (si es que para entonces todavía se denominaba así) que nosotros embobados y ajenos a todo lo que pasaba en la universidad, en las calles del cercano Madrid, en las fábricas de Getafe, contemplábamos esta precisa mañana de mayo.

No digo que no las hubiera, pero no recuerdo una sóla discusión política entre los cerca de cuarenta estudiantes universitarios que nosotros éramos, debates que ahora practican hasta los más ignorantes adolescentes: sobre la globalización, los errores del capitalismo o las bondades de las políticas medioambientales del Gobierno. Lo nuestro eran laberínticas disquisiciones sobre la transubstanciación (entre otras, la importancia de que el vocablo lleve o no lleve una b), debates bizantinos sobre si el uso cotidiano del incensario en la Exposición del Santísimo era pertinente o no, abstracciones metafísicas sobre las cinco vías por las que el Aquinense había probado (¡faltaría más!) la existencia divina. 

Como mucho, si de debate político pueden calificarse, conversábamos tímidamente de los nuevos movimientos eclesiales que se adivinaban en el horizonte: los ritmos carismáticos llegados del protestantismo americano, Kiko Arguello recién salido de las chabolas de Vallecas, y ecos, todavía muy lejanos, de la Conferencia Episcopal de Medellín y los primeros escarceos de la teología de la liberación.

En honor a la verdad, nuestra ignorancia y desconocimiento del magma político y social que bullía en el exterior, más que nada propiciado por una cierta inercia fruto de la comodidad con la que discurría nuestra existencia, no lo eran en términos absolutos. En realidad, era imposible, incluso estando en un convento de clausura y además el nuestro no lo era, aislarse de lo que ocurría a ocho o diez kilómetros de distancia. Por algunas rendijas se colaban los botones que valen como muestra.

Ocasionalmente, a escondidas, acudía a la Complutense, donde a escondidas iba al Cineclub para ver películas a escondidas. Tan inocentes, por lo demás, como “Hiroshima, mon amour” de Alain Resnais o “Al final de la escapada” de Jean Luc Godard. En cierta ocasión recuerdo haber salido a la carrera cuando durante un concierto de Alfonso Celdrán, cantautor protesta, según les llamábamos entonces, muy conocido en la época, mientras algunos energúmenos de extrema derecha comenzaron a aporrear y romper las cristaleras del salón donde el bueno de Adolfo desgranaba aquello de “General tu avión es muy potente puede matar, pero tiene un defecto, necesita un hombre que lo pueda pilotar, general, tiene un defecto que puede pensar, puede pensar…”

Tanto mi amigo Francisco González (Faico), que al ser obrero en una empresa calefactora de Alcobendas, daba realce a mis indefinidos intentos de implicarme con la explotada clase trabajadora, como yo, salimos corriendo por el campus a la búsqueda de la primera boca de metro que nos tragó. Pudiera ser que el paso de los años hayan convertido en carrera lo que fue un simple andar deprisa, y los cristales rotos quizá fueron únicamente gritos en voz alta. Dramatizado o no, a mis hijos les hace gracia, cuando les cuento que en 1976 yo fui, modestamente, todo hay que decirlo, un humilde héroe luchando con denodada valentía por la democracia naciente.

Como increíble les resulta, confieso que a mí, tras tantos años también, pero así eran aquellos tiempos, que el 20 de noviembre de 1975, con todos los votos encima, incluido el de la santa obediencia, apenas un año después de salir de la etérea burbuja del noviciado, barbilampiños como nosotros éramos, tuviéramos –aquello sí que fue heroicidad- los arrestos, por no decir algo más coloquial, de hacer huelga en pleno Convento de los Padres Dominicos, para festejar, ni más ni menos, que Franco había muerto. Cierto, la heroicidad duró los cinco minutos que tardaron en bajar el P. Prior y el P. Regente para conminarnos a que volviéramos a las aulas. Pero durante esos cinco minutos nosotros fuimos uno con los partidos en la clandestinidad, los sindicatos proscritos y los estudiantes trotskistas.

Addenda: aquella misma tarde, algunos de los que hicieron huelga, y no cito nombres, se agregaron de “motu propio” a las inmensas colas de gentes en duelo que circundaban el Palacio de Oriente y así rendir su último homenaje al dictador “corpore insepulto”. Nuestra ideología incipiente, inexistente e inocua nos permitía –felizmente, cabría añadir- participar en las actividades más contradictorias existentes sobre la faz de la tierra, fueran carreras por el campus universitario o engordar las filas de homenajes mortuorios, porque, en el fondo, nuestra vida discurría por una especie de sueño, irreal como todos,  donde la vida real era pura ciencia ficción.

Tuesday, April 10, 2018

ÁVILA EN MI RETINA (V), por Ángel Gutiérrez Sanz


Estudiantado en Ávila (Imagen del autor)
En Sto. Tomás hay mucha historia que contar porque los que allí  llegábamos de Ocaña además de coristas íbamos a ser también estudiantes en periodo de formación; por cierto que esa denominación de coristas por la que se nos conocía, dio lugar a  malentendidos y a alguien fue preciso aclararle que nada teníamos que ver con el mundo del espectáculo.

Por lo que se refiere a los de mi generación, estos primeros años en Ávila, pienso que fueron decisivos en cuanto a la formación filosófica dejándonos marcados, en mi opinión para bien, aunque según otros no fue así, tal como he podido deducir de su propio testimonio.

Cuando mi curso, llegó  a Ávila allá por el año 1955  el convento era un edificio lo que se dice con prosapia, plagado de arte y de historia: la iglesia , la sala capitular , el refectorio, las dependencias regias, los imponentes claustros El estudiantado era más modestito, los pabellones vetusto y destartalados, la capilla recogida e intima, la Sala  de Comunidad donde nos reuníamos era espaciosa y un poco lúgubre,  tanto una como otra  hoy destinas a alojar piezas del museo oriental llenas de valor artístico y afectivo.  

Las celdas destinadas a ser nuestro refugio íntimo eran sobrias,  y poco confortables , carecían de agua  corriente y teníamos que arreglárnoslas con un palanganero, jarrón y cubo para el agua sucia, por todo moviliario disponíamos de una pequeña librería,  baúl,  maleta o ropero algo que hiciera de receptáculo para meter allí nuestras prendas de vestir y modestos enseres personales,  una mesa, una silla, una percha  un crucifijo colgado de la pared y una cama de esas antiguas con catre de hierro y colchón de lana, sábanas y mantas cuarteleras  con una mesita de noche , un bacín y creo que eso era todo.

Ah se me olvidaba también disponíamos de una escoba. Lo recuerdo perfectamente porque la celda del P. Cabezón estaba situada en la segunda planta, justamente debajo de la mía y cuando yo armaba cualquier escándalo utilizaba el palo de la misma para  golpear el techo con cierto nerviosismo, avisándome de que eran horas de silencio. ¡ Que tortura!... 

A pesar de todo nos encontrábamos a gusto allí, dueños y señores de unos 25 metros cuadrados, entre cuatro paredes llenas de historia y tradición que habían sido habitadas anteriormente por personas que nos habían precedido y que ahora nosotros admirábamos. Además respondían a la idea de monacato  que nosotros más o menos teníamos en la cabeza, donde la austeridad y la pobreza eran ingredientes esenciales. En los dos años que fuimos huéspedes de estos aposento no escuché ninguna queja porque todos asumíamos que estábamos en un convento y no en un hotel de cinco estrellas y así es como queríamos que fuera  

Mis primeros escarceos con la Filosofía

Referente al estudiantado es preciso decir que en este tiempo estaba regido por un elenco de profesores notables, por citar a alguno mencionaré al P. Turiel , P. Cabezón,  p. Marecelino, P. Reyero, P. Luis López , P. Manolín, p. Claudio, P. Marcos  F. Manzanedo  etc. Bastante tradicionalistas, sin duda, pero con una formación sólida.  Eran los tiempos en que la metafísica  estaba agonizando aunque en España aún gozara de cierto prestigio estudiándose con todo rigor en los Seminarios y Centros de Formación Religiosa incluso en la Universidad Central del Estado donde impartía clases  el por aquel entonces  prestigioso metafísico  Ángel González Alvarez  y anteriormente lo había, hecho el P. Silvestre Sancho tan admirado por todos nosotros a quien su amigo personal el ministro de Educación Ibañez Matín le había ofrecido la catedra  de metafísica o de Ética quedándose por fin con esta última, también había sido profesor de esta universidad  el universalmente conocido Xabier Zubiri bastante vinculado por cierto a los dominicos, quien de forma complaciente, en alguna ocasión nos habría de visitar para pronunciar alguna conferencia en S. Pedro Mártir de Madrid.  

Eran los tiempos aquellos en que el convento de S. Esteban de Salamanca  se había convertido en el ultimo bastión desde donde el p.  Santiago Ramirez , el p. Royo , el p. Fraile  entre otros compañeros dominicos, resistían e intentaban repeler los ataques que venían de fuera, enredándose en una polémica que trascendió a la opinión pública.

Esto mismo se intentaba hacer modestamente en el Estudio General  Ávila de forma silenciosa. Espero no exagerar si digo que el P. Turiel consiguió contagiar su pasión por la filosofía en muchos de los que tuvimos el privilegio de asistir a sus clases, algo que sólo puede conseguirlo un profesor con personalidad como lo fue él.  

Uno de los clasutros de S. Tomás (Imagen del autor)
Recuerdo con que ardor nos entregábamos a las disertaciones y los círculos, cuanto tiempo los dedicábamos… diriáse  que vivíamos preocupados por los misterios escondidos de la filosofía  y no era infrecuente que nos enrolláramos en las discusiones metafísicas más extrañas, como podrían ser, si el Pulchrum podía ser considerado una de las propiedades trascendentales del ser o si el mundo podía haber sido creado ab aeterno y no digamos nada de la Lógica con las demostraciones, sus principios y reglas, los silogismos  con sus figuras y modos . Barbara , Celarent, Darii , Ferioque…. Nadie de los que allí estuvimos habrá olvidado  lo contundente que eran nuestras demostraciones . 

Todo hombre es racional. Yo soy hombre.  Luego… Yo soy racional. A ver el majo que  se atrevía  a rebatirlo,  era algo parecido al “cogito ergo sum” por el que , Descartes pasó a la posteridad.    Que tiempos aquellos en los que pensábamos que la filosofía y la teología lo eran todo y que el mundo giraba en torno a sus postulados.

Nuestra visión de la vida no dejaba de ser un tanto ingenua; pero bastante ajustada a nuestra circunstancia personal . Me explicaré.  Desde los tiempos de la Antigua Grecia se viene repitiendo que una de las condiciones indispensables para poder dedicarse  a la filosofía, o lo que es lo mismo a la búsqueda de la verdad, era la ociosidad, sólo al alcance de quien tenía el cocido asegurado y resueltas las exigencias  concernientes a la existencia humana , porque si no era así y tenías que preocuparte de  ganarte la vida,   si tenías que buscar algo para comer o donde ibas a dormir  entonces dificilmente podías alcanzar el segundo grado de abstracción metafísica. Esto es algo que queda bien expresado en el dicho popular según el cual. “ primum vivere deinde philosophare”. 

Pues bien la despreocupación por todas las cosas materiales era un lujo que nosotros  sí nos podíamos permitir , porque teníamos la mesa puesta y todas las necesidades cubiertas, por lo tanto  podíamos dedicarnos tranquilamente y por entero al ejercicio de la filosofía y estar solamente  atentos al toque de campana que nos avisaba de cuales eran nuestros tiempos sin mayores complicaciones  . Así las cosas no es nada extraño  que a la filosofía la colocáramos en  el centro de la vida e hiciéramos de ella la actividad más importante del mundo, lo que sin duda venía a ser  un caso más como otros tantos de deformación profesional .

Aula Magna, Santo Tomás, Ávila (Imagen del autor)
No hace falta decir que la orientación filosófica que recibimos estaba enmarcada en el tomismo -aristotélico lo cual no deja de ser congruente,  lo insensato hubiera sido lo contrario, la cuestión estaba en no violentar a unas mentes vírgenes que iniciaban su búsqueda hacia la verdad sometiéndoles a una disciplina férrea que les condujera a  un posicionamiento impermeable puro y duro, poco integrador y muy exclusivista, porque entonces estaríamos hablando más de adoctrinamiento que de auténtica formación. El Aquinatense nunca  le gustaron las posturas cerradas  y el mismo fue un rebelde que tuvo que romper muchas resistencias para abrir nuevos caminos del pensamiento. Con la amplia perspectiva que va marcando el paso del tiempo, uno se fue dando cuenta que la verdad es poliédrica y que tiene muchas aristas, por lo que  resulta contraproducente jugárselo todo a una carta  y es aquí a donde yo quería llegar. 

El aristotelismo de corte tomista  a mi siempre me aparecido  y me sigue pareciendo un sistema respetable que debe ser valorado en su justa medida, pero Aristoteles no es el único pensador ni con él se acaba la filosofía.  La atención preferente que sin duda merece su gigantesca personalidad    es compatible con el estudio de otros grandísimos pensadores que bien podían habernos enriquecido  con sus aportaciones y esto es algo que  desgraciadamente no siempre se tuvo en cuenta afectando negativamente a esa madurez intelectual que en el mejor de los casos  habría de llegar, pero  con retraso.  No era serio por ejemplo que ante cualquier propuesta filosófica que no se ajustara a los supuestos aristotélico-tomistas tuviera por  todo comentario  el famoso “¡ Oh  magna aberratio!”

A parte de las lagunas existentes en nuestra formación filosófica, que sin duda las hubo, es justo reconocer que fuimos entrenados convenientemente en todo lo que se refiere a  solidez y rigor en los juicios, ejercitándonos eficazmente  en las exposiciones sistemáticas y bien ordenadas. Nos enseñaron a diferenciar las apariencias de la realidad , lo esencial de lo accidental, los términos de los conceptos , en una palabra, a separar la paja del grano, por eso no es fácil que hoy nos dejemos engañar por los sofistas de turno, estando lo suficientemente preparados como para que no nos metan gato por libre. 

Nunca agradeceremos como merece  los cimientos que nos prestaron desde los cuales hemos podido construir una personalidad equilibrada y estable que nos permite afrontar las turbulencias de los tiempos presentes . Después de que nuestro mundo haya pasado por una crisis profunda de  valores y de pensamiento  en tampoco tiempo , después de haber llegado a una posmodernidad  relativista y vacía de contenido es el momento de tirar de aquellos principios esenciales que aprendimos hace más de medio siglo en el Estudiantado de Filosofía de Sto. Tomás de Ávila.

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LOS AÑOS PASADOS CON MIS COMPAÑEROS DOMINICOS




Un año de prueba en Ocaña (IV)