Por fin llegué a Ávila
para comenzar los estudios de filosofía que se completarán después con otros
cuatro de teología como mínimo. Era el curso académico 1956/1957. Me fascinaba
el estudio de la filosofía que asociaba a mis propios pensamientos e ideales y
había llegado el momento de afrontar académicamente esos estudios misteriosos e
intrigantes. Las nociones previas que habíamos recibido de filosofía no eran
envidiables, pero suscitaron en mí un interés apasionado por descifrar los
secretos del pensamiento humano.
Por otra parte, la
presencia de los estudiantes de los cursos superiores, avezados ya a las
discusiones dialécticas, era un estímulo añadido. En las clases los profesores
seguían un libro de texto escrito en latín en un estilo condensado, oscuro y
muy difícil de entender. No era un libro pedagógicamente recomendable para
entusiasmar a nadie con el estudio de la filosofía. Con la circunstancia
agravante de que, aparte alguna honrosa excepción, tampoco los profesores eran
estrellas en su forma de enseñar.
La primera clase de
filosofía correspondió a un profesor que era buenísimo como persona, pero con
una tara psicológica que se traslucía implacablemente en su forma de pensar y
de expresarse. Luego fueron apareciendo otros que tampoco puede decirse que
brillaran por sus dotes pedagógicas para entusiasmar a unos jóvenes como
nosotros con el estudio de la filosofía. Sin olvidar que las lecciones
magistrales de las asignaturas troncales se impartían en latín. Igualmente se
celebraban en latín los exámenes escritos y orales, así como los trabajos
prácticos.
A pesar de todo terminé
el primer curso de filosofía con una satisfacción profunda por haberme
adentrado en el campo de la filosofía hablan- do y escribiendo en la lengua de
Cicerón y haber obtenido unas calificaciones excelentes, cosa que yo no
esperaba. Reconozco que la generosidad de los profesores fue grande conmigo.
Concluido el curso académico comenzamos las vacaciones estivales.
Recuerdo que me tumbé
en el suelo a la sobra de un árbol del jardín del convento mirando al cielo
azul y rumié con el pensamiento aquel final feliz de mi primer curso de
filosofía. Había superado la barrera del latín y había logrado unas
calificaciones académicas sorprendentemente buenas. Poco importaba si había
aprendido mucho o poco. Lo importante era que me sentía capaz de roer el duro
hueso de la filosofía y cualquiera otro que hubiera que roer intelectualmente
en el futuro.
Durante el segundo
curso las cosas no cambiaron mucho. Eran casi los mismos profesores y alguno
más con sus métodos pedagógicos muy discutibles. La novedad mayor fue que el
profesor de metafísica a medio curso cayó gravemente enfermo y fue sustituido
por el mismo que nos había impartido la primera clase el curso anterior.
Con lo cual una
disciplina filosófica tan importante como la metafísica quedó mal cubierta.
Durante este mismo curso académico estaba establecido que cada estudiante debía
redactar un pequeño trabajo sobre un tema filosófico como ejercicio práctico de
investigación. La idea era estupenda pero el profesor que debía dirigir el
trabajo me pareció pedagógicamente un desastre. El tema que el profesor nos
propuso para ser desarrollado se titulaba así: De quidditate proprietatum entis in genere. Le pedimos alguna
aclaración sobre su pro- puesta y la respuesta fue que disponíamos de una
semana para entregarle cada cual nuestro propio borrador para ser aprobado
antes de que realizáramos la redacción final del mismo. Por lo que a mí se
refiere recuerdo que realicé el trabajo sin entender realmente de lo que
hablaba, pero redactado en un latín muy cuidado por lo que el profesor me
felicitó por mi manejo de la lengua del Lacio.
Durante estos dos años
de estudios filosóficos descubrí sobre todo la importancia de aprender a
razonar bien. Como fallos o defectos de aquellos profesores yo destacaría su
falta de formación pedagógica por lo que al escucharlos uno estaba tentado a
pensar que lo que decían no tenía relación con la realidad. Explicaban conceptos
abstractos elaborados por otros como doctrinas que había que aprender más que
como realidades que había que afrontar o vivir. De todos modos, este escollo ha
sido siempre uno de los retos mayores en la enseñanza de la filosofía.
Por otra parte, durante
el segundo año en Ávila el Centro fue elevado a la categoría de Instituto
Pontificio de Filosofía, agregado a la Universidad de Santo Tomás de Manila con
capacidad para impartir el título de Licencia en Filosofía. Como complemento de
los estudios filosóficos, comenzamos a ejercitarnos en la realización y
difusión de programas de radio bajo la dirección del P. Florencio Muñoz Hidalgo,
el cual era un experto avanzado de la comunicación social ya en aquellos
tiempos.
Para ello disponíamos
de una pequeña emisora radial que fue un verdadero laboratorio para
ejercitarnos en la redacción de programas radiofónicos y su difusión por las
ondas. En el año 1956 este complemento de estudios significaba un avance
espectacular en la formación de los futuros predicadores dominicos. Por si esto
fuera poco los estudiantes disponíamos de la revista Oriente para la difusión
escrita de nuestros trabajos realizados bajo la tutoría de un profesor. Un
estudiante realizaba las funciones de director de la misma bajo la tutela de dicho
profesor.
No recuerdo que
existiera en aquel tiempo ninguna otra revista en los centros superiores de
estudios de la Iglesia en España, gestionada por los estudiantes. La revista
llegó a gozar de muy buena salud y sólo desapareció cuando apareció la revista
Studium como órgano oficial del Instituto de Filosofía, que había sido creado
promocionando el Estudio General dominicano.
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* Por cortesía del autor, adelantamos el capítulo 2 de "Problemas del corazón y luz de la inteligencia 1956-1968". ASÍ FUE MI VIDA. Recuerdos y pensamientos. Tomo I. Niceto Blázquez, O.P. © 2015 Editorial: Liber Factory.
Excelente artículo, amigo Niceto. Respecto al saber filosófico, me da la impresión de que la deficiencia metodológica de vuestros profesores os hizo ser más "creativos"... es decir, más socratianos, en base a su máxima "sólo sé que no sé nada", obviando el conocimiento aprendido. También te ayudó (como a otros) tu autodidactismo musical (órgano, piano y más tarde la composición) que, siempre, añade un plus de inteligencia. Ya lo anunciaba Isidoro de Sevilla (y León) en sus "Etymologiae": "sine Musica nulla disciplina potest esse perfecta, nihil sine illa". Bueno, soy un "lego" en la lengua del Lacio (Latium, de "latere", ocultarse... curiosamente los niños gallegos dicen "latar", ocultándose para no asistir a clase o "hacer novillos") y, por eso, siempre quedo atónito de todos cuantos estudiásteis Philosophia et Theologia en latín, árida y ardua tarea, de la que se libraron todos los universitarios de humanidades. Un abrazo desde "El Foro", Sergio (alias "Panizo")
ReplyDeleteBlazquez, tu confesión de que no entendias la filosofía, me redime. Pensaba que era yo solo.
ReplyDeleteUn Abrazo Alberto