Saturday, October 22, 2016

COLEGIO LA MEJORADA: LA GRIPE ESPAÑOLA***

Jesús, José, María y Domingo

La Mejorada 3 de Noviembre 1918

Queridos padres:

Recibí su carta por la que me decían los desastres que está epidemia ha causado en casa; tumbado leía yo la carta creyendo estaría alguno de casa grave, pero, bendita sea la Virgen Santísima y su Santo Rosario, respiré como un aliento de gozo al leer que estaban todos ya bien gracias a María.

Me preguntaban que si yo había tenido algo de esa enfermedad, pero debo decirles que ni siquiera rastros conocidos de ella, no parece sino que la Virgen Santísima, que nunca abandona a los suyos estaba cubriendo con su Sagrado manto este Santo Colegio, pues a pesar de estar tan cerca de Olmedo que estuvo lleno, y que según nos dijeron morían 6 o 7 cada día, y que hubo días de 11, y que algunos que daban 5 pesetas por cada vez que les visitaban, nadie quería porque no les afectara a ellos, pues a pesar de esto digo, no entró en el Colegio, y eso pasó por las vendimias, que para que no nos entrara a nosotros tuvimos que vendimiar, pues no había tampoco obreros, en el Colegio se hicieron los medios posibles para que no entrara, ya quemando azufre, ya evitando la comunicación con las personas de afuera, y por eso todavía no han venido más que 18 o 20 nuevos; aquí en Olmedo estuvo bastante tiempo pero ya hace unos cuantos días que no hay apenas nada. 

Nosotros para que no entrara en el Colegio rogábamos a la Virgen Santísima que no nos desampare, también hicimos una procesión por el jardín de dentro cantando tres misterios de su Santo Rosario; ya pueden estar tranquilos que como ven no me ha ocurrido nada, pero no dejen de dar gracias a la Virgen Santísima, pues ella creo que nos ha librado a nosotros y a Uds., y no dejen de pagárselo, y harían muy bien que se inscribieran cofrades del Rosario, cuando fuera a casa el Padre Ricardo, y con eso agradarían mucho a la Virgen María ya que ello nos ha librado de la epidemia, esto no les cuesta nada, porque una de las condiciones es rezar el Santo Rosario y eso creo lo hacen Uds. por consiguiente, ganarían muchas indulgencias y gracias que están concedidas a los cofrades del Rosario, y además alcanzarían una especial protección de la Virgen que ha prometido no abandonar a sus devotos y llevarles consigo a la gloria que es el único fin para que fuimos creados; se animen pues a ser cofrades del Rosario, y a serlo también con todos sus hijos, pues ya lo soy, y así agradarán a la Virgen Santísima y a su Hijo.

Les advierto que muchos aquí en Olmedo después de haber sanado caían otra vez enfermos de la cual difícilmente salían, así que pues tengan cuidado para no caer otra vez.

Nada más por ahora tengo que decirle den muchos recuerdos a toda la familia, principalmente a mi tío Arquipio y a mis abuelas y Uds. reciban un abrazo de su hijo que les quiere y les aprecia rueguen por él pues no se olvida de rogar por Uds.

Víctor Delgado

P.D. Mando dos estampas una para Angel y otra a Domingo y a la Luisa ya se la mandaré.
Digan a los padres de Benedicto y Valeriano que ellos como yo están bien, y a los de Benedicto que está deseando de recibir carta de ellos para saber que tal están nada más.


Víctor.

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Víctor Delgado fue un dominico de San Mamés de Campos (Palencia), que tras ser ordenado estuvo estudiando en Estados Unidos y posteriormente fue misionero en Extremo Oriente. Aquí, en carta fechada el 3 de noviembre de 1918 cuenta los estragos que ocasionó la gripe española en Olmedo. La carta es muy interesante por diversos motivos, entre otros el excelente castellano, las expresiones de la época y el cariño hacia los progenitores. Agradecemos al gestor del Blog de S. Mamés de Campos la transcripción de la misma. Se han editado ligeramente los párrafos para facilitar la lectura

Wednesday, October 12, 2016

INICIO DE LOS ESTUDIOS FILOSÓFICOS EN ÁVILA (IV), por P. Niceto Blázquez o.p.

Por fin llegué a Ávila para comenzar los estudios de filosofía que se completarán después con otros cuatro de teología como mínimo. Era el curso académico 1956/1957. Me fascinaba el estudio de la filosofía que asociaba a mis propios pensamientos e ideales y había llegado el momento de afrontar académicamente esos estudios misteriosos e intrigantes. Las nociones previas que habíamos recibido de filosofía no eran envidiables, pero suscitaron en mí un interés apasionado por descifrar los secretos del pensamiento humano.

Por otra parte, la presencia de los estudiantes de los cursos superiores, avezados ya a las discusiones dialécticas, era un estímulo añadido. En las clases los profesores seguían un libro de texto escrito en latín en un estilo condensado, oscuro y muy difícil de entender. No era un libro pedagógicamente recomendable para entusiasmar a nadie con el estudio de la filosofía. Con la circunstancia agravante de que, aparte alguna honrosa excepción, tampoco los profesores eran estrellas en su forma de enseñar.

La primera clase de filosofía correspondió a un profesor que era buenísimo como persona, pero con una tara psicológica que se traslucía implacablemente en su forma de pensar y de expresarse. Luego fueron apareciendo otros que tampoco puede decirse que brillaran por sus dotes pedagógicas para entusiasmar a unos jóvenes como nosotros con el estudio de la filosofía. Sin olvidar que las lecciones magistrales de las asignaturas troncales se impartían en latín. Igualmente se celebraban en latín los exámenes escritos y orales, así como los trabajos prácticos.

A pesar de todo terminé el primer curso de filosofía con una satisfacción profunda por haberme adentrado en el campo de la filosofía hablan- do y escribiendo en la lengua de Cicerón y haber obtenido unas calificaciones excelentes, cosa que yo no esperaba. Reconozco que la generosidad de los profesores fue grande conmigo. Concluido el curso académico comenzamos las vacaciones estivales.

Recuerdo que me tumbé en el suelo a la sobra de un árbol del jardín del convento mirando al cielo azul y rumié con el pensamiento aquel final feliz de mi primer curso de filosofía. Había superado la barrera del latín y había logrado unas calificaciones académicas sorprendentemente buenas. Poco importaba si había aprendido mucho o poco. Lo importante era que me sentía capaz de roer el duro hueso de la filosofía y cualquiera otro que hubiera que roer intelectualmente en el futuro.

Durante el segundo curso las cosas no cambiaron mucho. Eran casi los mismos profesores y alguno más con sus métodos pedagógicos muy discutibles. La novedad mayor fue que el profesor de metafísica a medio curso cayó gravemente enfermo y fue sustituido por el mismo que nos había impartido la primera clase el curso anterior.

Con lo cual una disciplina filosófica tan importante como la metafísica quedó mal cubierta. Durante este mismo curso académico estaba establecido que cada estudiante debía redactar un pequeño trabajo sobre un tema filosófico como ejercicio práctico de investigación. La idea era estupenda pero el profesor que debía dirigir el trabajo me pareció pedagógicamente un desastre. El tema que el profesor nos propuso para ser desarrollado se titulaba así: De quidditate proprietatum entis in genere. Le pedimos alguna aclaración sobre su pro- puesta y la respuesta fue que disponíamos de una semana para entregarle cada cual nuestro propio borrador para ser aprobado antes de que realizáramos la redacción final del mismo. Por lo que a mí se refiere recuerdo que realicé el trabajo sin entender realmente de lo que hablaba, pero redactado en un latín muy cuidado por lo que el profesor me felicitó por mi manejo de la lengua del Lacio.

Durante estos dos años de estudios filosóficos descubrí sobre todo la importancia de aprender a razonar bien. Como fallos o defectos de aquellos profesores yo destacaría su falta de formación pedagógica por lo que al escucharlos uno estaba tentado a pensar que lo que decían no tenía relación con la realidad. Explicaban conceptos abstractos elaborados por otros como doctrinas que había que aprender más que como realidades que había que afrontar o vivir. De todos modos, este escollo ha sido siempre uno de los retos mayores en la enseñanza de la filosofía.

Por otra parte, durante el segundo año en Ávila el Centro fue elevado a la categoría de Instituto Pontificio de Filosofía, agregado a la Universidad de Santo Tomás de Manila con capacidad para impartir el título de Licencia en Filosofía. Como complemento de los estudios filosóficos, comenzamos a ejercitarnos en la realización y difusión de programas de radio bajo la dirección del P. Florencio Muñoz Hidalgo, el cual era un experto avanzado de la comunicación social ya en aquellos tiempos.

Para ello disponíamos de una pequeña emisora radial que fue un verdadero laboratorio para ejercitarnos en la redacción de programas radiofónicos y su difusión por las ondas. En el año 1956 este complemento de estudios significaba un avance espectacular en la formación de los futuros predicadores dominicos. Por si esto fuera poco los estudiantes disponíamos de la revista Oriente para la difusión escrita de nuestros trabajos realizados bajo la tutoría de un profesor. Un estudiante realizaba las funciones de director de la misma bajo la tutela de dicho profesor.

No recuerdo que existiera en aquel tiempo ninguna otra revista en los centros superiores de estudios de la Iglesia en España, gestionada por los estudiantes. La revista llegó a gozar de muy buena salud y sólo desapareció cuando apareció la revista Studium como órgano oficial del Instituto de Filosofía, que había sido creado promocionando el Estudio General dominicano.

ENTRADAS ANTERIORES






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* Por cortesía del autor, adelantamos el capítulo 2 de "Problemas del corazón y luz de la inteligencia 1956-1968". ASÍ FUE MI VIDA. Recuerdos y pensamientos. Tomo I. Niceto Blázquez, O.P. © 2015 Editorial: Liber Factory. 

Wednesday, October 5, 2016

ROBERTO ALCÁZAR Y PEDRÍN

Tan férrea era la disciplina, tan exigente el control pedagógico ejercido sobre los internos, las veinticuatro horas, con sus días y sus noches, que seguramente por temor a insospechadas desviaciones morales, por increíble que hoy resulte y pese a que era un colegio de pago (aunque poco pagáramos), sólo disponíamos, en el Pabellón de Menores, de una insignificante biblioteca. Sin mucho orden y con poco concierto. Encauzados como estábamos para convertirnos en la élite de la Santa Madre Iglesia, aunque fuera a largo plazo, al menos los que se mantuvieran fieles a su carisma vocacional; se evitaba, como se solía decir, caer en el pecado, eliminando la tentación. Con la inmejorable intención de evitar el peligro de las supuestamente malas lecturas, parecía claro que lo mejor era no disponer ni de las buenas. Alguna aventurilla de Julio Verne, una decena de tomitos de Enid Blyton y la ocasional enciclopedia escolar constituían todo nuestro fondo de librería.

Que en aquella época tan cohibida no tuviéramos prensa, ni siquiera la del Movimiento, parecía hasta comprensible, evitar la disipación de nuestro rústico candor vía las ondas de la televisión franquista, razonable. Pero ¿con qué recovecos de indecencia podríamos toparnos en el primer volumen de El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha?, ¿En qué disolución ética podría anegarnos el Hamlet de Guillermo Shakespeare? ¿O quizás sí? Ni un clásico, en el supuesto de que los hubiéramos soportado, que echarnos a los ojos. Mucho menos textos de republicanos, exiliados y otras gentes de mal vivir. ¿Quién podría haberse pervertido con el tierno burrito de Juan Ramón Jiménez, o las olmas carcomidas de Antonio Machado, tan cercanas por lo demás a nosotros en las plazas de nuestros pueblos?

Las pocas lecturas que se nos permitían eran las que nos arrastraban a la pura evasión. Lo paradójico de la situación es que mientras en las proyecciones cinematográficas de los domingos por la tarde nos torturaban con películas nada devocionales, incluso perturbadoras, como “Harakiri”; ítem más, representábamos impertérritos piezas absolutamente revolucionarias de Alfonso Sastre, como “Escuadra hacia la muerte”, en la función para el Día de las Familias, la lectura a libro descubierto, como si la tinta manchara, no sólo estaba fuera de nuestro alcance, ni siquiera era una de las actividades a la que se nos incitara.

Aquel colegio que nos propulsaba hacia la flor y nata de la intelectualidad o, por lo menos a no acabar prisioneros de pastos y barbechos, no nos obsequiaba ni una sola estantería de clásicos polvorientos, ni el más minúsculo tomo de la ubicua colección Austral de Espasa Calpe. Lisa y llanamente no había una biblioteca, al menos no una que pudiera calificarse como tal, si hacemos salvedad del hatillo de volúmenes depositados en un aula, al final del pasillo de las clases de primero.

Que nuestros únicos libros fueran los de texto, resultaba más bien chocante. El aislamiento del siglo era omnímodo. Más allá de la carretera del Pinar de Antequera, para nosotros, el mundo era categóricamente inexistente. La reclusión era tan rígida que hasta en la aldea remota de Castilla de donde yo provenía llegaban las grandes noticias que en la rutina cotidiana de Arcas Reales pasaban completamente desapercibidas. Mi tío Lucio, no sé si por ilustrado o pudiente, quizá más bien lo segundo, estaba suscrito al “Diario Palentino”.  Sí, llegaba con un día de retraso en la furgoneta que transportaba el correo desde Osorno, pero al menos te podías enterar que durante la Guerra de los Seis Días, Israel se había apoderado de la Ciudad Santa en un despliegue digno del mismo Senaquerib o que La Higuera era un pueblo de Bolivia donde habían fusilado a Ernesto “Che” Guevara. Algún mes reciente de aquel 1967 que ahora estaba llegando a su fin.

Y en los días de invierno, cuando mi tío Lucio usaba el “papel”, como él denominaba a la prensa de forma genérica, “Fili, dále al chico el papel”, decía, para encender los troncos de roble en la gloria, antes de que pudiera enterarme de que el sudafricano Christian Barnard había trasplantado el primer corazón, siempre me quedaba el consuelo de ir a la casa del señor Pablo, que había empapelado el cuarto de estar -lo que antes había sido taberna- con las páginas dobles del diario “Ya”. No se puede decir que las noticias fueran frescas, de hecho, muchas estaban ahumadas por la lumbre de la cocina, pero mal que bien, se podía seguir, a caballo entre el humero y los azulejos de la trébede, la apasionante crisis de los misiles cubanos, con ¡tres años de retraso!

En las Arcas Reales, ni eso. Muy de vez en cuando, el P. Prefecto de Disciplina sustituía la lectura piadosa del santoral durante la cena, realizada a turnos por los alumnos, en la más pura tradición dominicana, por algún pequeño recorte del “Diario de Valladolid”, principalmente cuando había algún acontecimiento importante que atañera al Vaticano o, excepcionalmente, algún suceso luctuoso de la tan próxima y tan distante Vallisoletum. Por lo demás, silencio radio. En el Pabellón de Menores, el mismo año que asesinaron a Martin Luther King o los estudiantes apedreaban a la policía en los bulevares parisinos, nosotros aprendíamos de memoria la heroica vida de Tomás de Aquino y cómo en Roccasecca, con una tea en la mano, dirimió sus cuitas con la ramera que sus aviesos hermanos le habían puesto a huevo (no pun intended).


Pese a todo, como en otras áreas del saber, para saciar nuestra avidez de lectura, nos las ingeniábamos razonablemente bien. No traficábamos a escondidas con las obras completas de Calderón de la Barca, pero las ediciones en vistoso colorín de El Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín o Hazañas Bélicas, pasaban de mano en mano, tras las acequias de riego o a la sombra de la chopera. Difícilmente podría calificarse de refinada literatura las hazañas de Crispín en las misteriosas tierras perpetuamente cubiertas de nieve. Ni de rigurosa historia las planchas, en riguroso negro, como correspondía a la época y a la temática, de la Wehrmacht, donde los valerosos aliados, recurriendo a lanzallamas y bombas de mano aniquilaban los búnkeres germanos. Y, sin embargo, Sigrid y Goliat fueron inseparables compañeros de nuestra iletrada pre adolescencia, a falta de Quevedo o el Romancero. O quizá justamente por eso.