Desde que hace un año se comenzó a
perfilar el contenido de la reunión inicial de la futura Asociación de Antiguos
Alumnos de los Dominicos de la Provincia del Santo Rosario, siempre se tuvo
presente que, además del insoslayable y necesario componente emocional del
reencuentro, era conveniente que se conformara como un proyecto de cara al futuro.
Es decir, que el reencuentro no fuera sólo
un momento puntual para recordar aquellos años que aparentemente, en las
memorias individuales, fueron tan diferentes y, en la realidad, tan similares
para todos y cada uno de nosotros. Fueran las alegrías, la camaradería, las
dificultades, los sinsabores, lo aprendido y lo olvidado, fuesen las enseñanzas
y actividades que han constituido, en un porcentaje importante, lo que cada uno
de los participantes ha acarreado a esta reunión veinte, treinta o cuarenta
años después. Queríamos, pese a los lustros transcurridos, las arrugas mal
disimuladas, las calvas relucientes o las prominencias abdominales, que la
jornada constituyera un trampolín para mirar hacia adelante.
Un trampolín cuyo resorte, este ha sido
el sentir común en innumerables correos recibidos durante las últimas semanas
en la Asociación y en las conversaciones mantenidas el día de autos en Arcas
Reales, quedase cimentado en el agradecimiento. Los años nos vuelven más
serenos, se nos olvidan los peores momentos y al final, en la inmensa mayoría
de los asistentes se advertía el sedimento del agradecimiento y la fraternidad.
Primero, evidentemente, por el mero
hecho de estar allí esa mañana. Después
en numerosas y variopintas declinaciones, tan numerosas como cada uno de los
que acudimos a la reunión. En la remembranza del profesor que nos enseñó el
aoristo en griego, el rostro ligeramente sorprendido del compañero con el que
competimos el campo de deportes, la evocación de los mismos espacios geográficos,
ahora aparentemente reducidos en su tamaño, con el paso del tiempo. Si acaso,
lo que se nos apareció como inmutable e imperecedero hogaño, fue la magnífica
iglesia donde celebrábamos los interminables ritos religiosos de antaño. Las
vidrieras del coro con el mismo e intenso colorido azulado, idénticas
tonalidades en la piedra caliza y blanca de Campaspero, los mismos bancos
devocionales y las paredes desnudas. Hasta el confesionario, donde, con temor,
desgranábamos nuestros pecadillos de adolescentes, estaba, increíblemente, en
el mismo sitio.
Con todo este denso trasfondo rezumando
-parecía inevitable- añoranza, comenzamos la jornada en el Patio Central. El
mismo lugar de aquellas primeras llegadas, intimidados y expectantes, décadas
atrás, cuando llegábamos con once años al internado, al lado del estanque con
los peces de colores o el sauce llorón que ya no existe. Cuando arribábamos,
con la muda de los domingos y muy escasas pertenencias más. Desde nuestros
pueblos en los riscos asturianos o, acaso, desde las aldeas perdidas en los
páramos castellanos leoneses, procedentes de las llanuras olivareras manchegas.
La tabla de Excel apuntaba que seríamos 110 ex alumnos y esos fuimos, ausencia
/ presencia de última hora, arriba o abajo.
El relativo alboroto inicial fue
controlado, gracias, por Miguel Ángel Valle (1967) encargado de entregar los
identificadores con el nombre y apellidos a los que iban llegando. Con la
adecuada sangre fría y calma para solucionar los entuertos de última hora: que
si vengo sólo, que si no encuentro mi identificador, que si no me he podido
inscribir. Todo fue encajando, con calma y sin prisas, en el colgante adecuado
a fin de que, si alguno le fallaba la memoria, pudiera recurrir a dar la vuelta
al plástico y cerciorarse de que “¡anda, pero si tú eres…!”
El siguiente paso fue retratarse en la
mesa del recaudador, no de impuestos, sino del coste del almuerzo (45 €). Parte
de esta aportación fue destinada a sufragar, parcialmente, los gastos del Coro Marinero
“Manín” de Lastres que se habían desplazado desde Asturias para alegrarnos el
encuentro. La contribución de los asistentes, ni que decir tiene, fue una
compensación más que insuficiente para tamaña generosidad, como bien pudimos
comprobar a lo largo del día. Gracias a Faustino Martínez (1953) por la
disponibilidad desde el minuto menos uno. En este caso, el papel del publicano Mateo,
en nuestro particular fielato, fue ejecutado a la perfección por, gracias,
Valentín Sáiz (1967) y Miguel Ángel Macho (1967). Cafarnaúm estaba localizado
sobre una mesita, delante de la portería del Convento. Todos los denarios
resultaron debidamente ajustados, incluso tuvieron tiempo de convencer a
algunos y algunas, que no estaban obligados, para que concurrieran con su
valioso óbolo a la causa. El turno de servidor, de pequeños, grandes, mayores y
medianos, para recoger las aportaciones culinarias de los asistentes, recayó, gracias,
en Jesús Catón (1967), ligeramente inquieto al observar que se aportaban
demasiadas botellas en comparación con las vituallas.
Identificados y abonadas las partes alícuotas,
a eso de las 10:50, comenzamos, con unos veinte minutos de retraso, el programa
del día en el antiguo Comedor de Menores. Actualmente bastante modificado.
Convertido en Salón Multiusos, por mor de las actuales necesidades escolares,
ha perdido el encanto de antaño. Los excelentes mosaicos figurativos del
granadino Antonio R. Valdivieso apenas son visibles entre los altavoces, las
cortinas, las sillas del salón y la pantalla de proyección. Signo de los tiempos,
el teatro pasó a ser gimnasio y el comedor salón de actos. Aunque, a decir
verdad, el espacio se adecuaba a las mil maravillas al número de asistentes. En
este modificado, y pese a todo, acogedor marco, el P. Pedro Juan Alonso (1966),
dirigió la salutación inicial a los asistentes “Juntos en la vida y misión” [ENLACE AL
TEXTO]. Durante la misma se interrogó sobre
“lo que podemos hacer juntos”, los miembros de la Asociación y los frailes de
la Provincia del Santo Rosario, afirmando que “la chispita que nos unió en
Arcas y nos separó en el momento que sea, puede volvernos a juntar para sumar,
porque juntos podemos no solo hacer más, sino visibilizar mejor el carisma de
Domingo”.
A continuación, Reyes Mate (1952), merci, cuyo extenso currículo,
presagiaba una excelente conferencia, cumplió sobradamente con las expectativas.
De hecho, al decir de todos los asistentes, las superó. Con hablar pausado y
reflexivo, contextualizó de un modo magnífico lo que ahora somos en el entorno
de lo que fuimos (“teniendo en cuenta a la gente que hemos pasado por aquí y a
las circunstancias que nos han acompañado”) en la infancia y la adolescencia
porque, citó a Walter Benjamin, “la infancia es la patria de la que nunca nos
hemos ido y a la que siempre volvemos”.
Intercalando anécdotas a cual más
exquisita (cuando fue a estudiar con los dominicos franceses, todos los libros
que en España estaban incluidos en el Índice, de imposible acceso para los
filósofos en Alcobendas, allí estaban a la libre disposición de los dominicos
parisinos… salvo los de Theilhard de Chardin), fue recorriendo el disciplinario
régimen de La Mejorada, el innegable cambio, tanto arquitectónico como de
régimen que significó la llegada a Arcas Reales, la línea de partición de las aguas,
que Reyes situó en 1960, la sobresaliente y progresista actitud de algunos
profesores, por oposición a otros frailes recalcitrantes de Salamanca, promoviendo
conferencias de tenores tales como Zubiri, Aranguren y otros en el mismo S.
Pedro Mártir.
Después vinieron las precuelas y las
consecuencias del Vaticano II. También las tensiones de principios de los
sesenta, la palpable modernidad de la época como opuesta al no menos palpable
conservadurismo. Todo aquello terminó en una desbandada, en la mayoría de los
casos para bien, en la diáspora de teólogos y filósofos por Europa. No pocos
emprendieron sus profesiones a partir de esos años de éxodo masivo, con notable
éxito, por lo demás; otros desempeñaron una fecunda labor académica con la inconmensurable
referencia de la sólida formación dominicana. No pocos, optaron por
posicionamientos políticos, en aquellos tiempos revueltos, que les llevaron a
roles de gestión públicos, en partes opuestas de la mesa, desde CCOO (“eh,
Conejo / hace muchos años que nadie me llamaba Conejo”) hasta el ministerio de
Educación, como el propio conferenciante.
Reyes resaltó, pendiente siempre de la
contextualización sociopolítica y religiosa de aquellos tiempos agitados, el
camino recorrido desde La Mejorada y Arcas, comenzar allí los estudios
representaba el “acceso directo a la clase media”, hasta llegar a lo que hoy
somos. Quizá lo más relevante haya sido el poso adquirido a través de una
extensa formación, con altibajos y tensiones, pero todo sumado, excelente. Enfatizó
algo que, para bien, ha marcado nuestro devenir, señalando que en la educación
recibida “quizá tengamos en común un aprecio al mundo de los valores. No nos
educaron en el cinismo sino en el esfuerzo y el compañerismo. Somos una
generación cívica con sentido del bien común (uno de los lugares más señalados
de la cultura tomista)”. Te recomendamos, encarecidamente, que leas el texto
completo en este [ENLACE]
En el lateral del claustro del Patio
Central, durante la pausa café, el ala que va del Pabellón de los Menores a la
Comunidad de Padres, sirvió de refugio para multiplicar las conversaciones,
abrazos, reconocimientos de los que habían llegado con demora a la primera
hora. Algunos aprovecharon para sacarse fotos con el campanario de fondo y,
como no podía ser de otra manera, algunos, ávidos consumidores de tecnología,
hasta aprovecharon para hacerse “selfies”.
La modernidad no está reñida con la edad ¡Cuán lejos quedaba la Leica del P.
Cándido Pérez con nuestras balbucientes láminas dibujadas al natural y esas
repetidísimas fotos en grupo bajo los piñoneros del Pinar de Antequera!
A la vez que, hacia las 12 y media,
comenzábamos la asamblea formal, el profesor Daniel Villalobos, de la Escuela
de Arquitectura de la Universidad de Valladolid y gran especialista en Miguel
Fisac, realizó la visita guiada para acompañantes de todo el complejo
arquitectónico del colegio, donde destaca la iglesia, una de las obras claves de
la arquitectura religiosa española del siglo XX. Gracias, también a Daniel que
pese a su complicada agenda nos hizo un hueco muy apreciado por los que
participaron en la visita.
La Asamblea cuyo orden del día podéis
seguir en este [ENLACE] discurrió por fraternales cauces de debate, con especial énfasis en
algunos de los puntos. Para comenzar, Ignacio Cóbreces (1967), detalló los
objetivos de la Asociación, un resumen de los cuales, podéis leer en este [ENLACE]. Antonio Luciano López (1953) que ha redactado los Estatutos [ENLACE] explicó los asuntos más relevantes. Describió la estructura de la Junta
Directiva y los plazos de desempeño de las funciones (2 años). Asimismo, se
discutió si la membresía debería abrirse a alumnos que no hubieran sido
internos. Tras las opiniones de unos y otros y para dar continuidad, la edad no
perdona, a la Asociación, se decidió que tanto profesores como alumnos, los de
antes y los de ahora, pudieran formar parte de la misma. También se acordó
fijar una cuota mensual de 50 euros. Se hizo una propuesta de Junta Directiva [ENLACE] que fue aprobada, así como los estatutos, a mano alzada y por mayoría.
En la Iglesia tuvo lugar uno de los
actos más emotivos del día. A ello contribuyó, en gran medida, la magnífica
actuación del Coro Manín de Lastres. Resulta evidente que sin su participación
el Acto de Acción de Gracias no hubiera tenido la delicadeza y sensibilidad que
transpiró el evento. A fin de integrar todas las sensibilidades, la celebración
estuvo conformada por cánticos religiosos [ENLACE], lecturas
bíblicas, poemas como el muy conocido de Robert Frost, “The Road not taken” [ENLACE], que leyó en impecable inglés Antonio Sáez (1953), thanks. Antonio
Luciano López, en nombre del presidente, ausente por motivos familiares,
rememoró el sentido del acto tomando como hilo conductor el agradecimiento [ENLACE] Entre otros, mencionó al P. Santiago González Cóbreces (1942) que se
encontraba entre los asistentes. Con 85 años, recién llegado de Venezuela tuvo
la amabilidad y el coraje de desplazarse desde Madrid para hacer, si cabe, más
emotiva la jornada. Recibió un sincero y sonoro aplauso de parte de todos los
asistentes. Se incluyeron, asimismo, la lectura del Salmo 23, por Teodoro
Martín (1953) y de Juan 11, 17-27
(gracias, Oscar Bernardo Fernández -
1954). El P. Ramón Rodríguez (1957), como prior de Arcas nos instó a
mantener el espíritu dominicano que habíamos resentido hacía tantos años entre
aquellas mismas paredes, aprovechando que en 2016 se celebra el VIII Centenario
de la Orden Dominicana. La ceremonia, intercalada con los cánticos del Coro
Manín, también incluyó la lectura, gracias, Samuel Alcalde y Miguel Ángel Valle,
de algunos nombres de compañeros fallecidos [ENLACE], en representación de todos los que ya no se encuentran entre nosotros.
De allí, ya eran cerca de las 14:30,
retornamos al ala derecha del claustro para el aperitivo. La propuesta de que
los asistentes aportaran algo típico o peculiar de su tierra, fuera bebida o
vianda, fue seguida al pie de la letra. Una abundante oferta, tan variada como
gustosa: desde albóndigas de la madre de alguno, cerveza murciana, chorizos del
Bierzo, empanadas, jamón y un largo etcétera. Obviamente lo menos importante
era la degustación gastronómica, aunque la animación creció a raudales con el
degustar de aquel variopinto viático. Tan naturalmente como las botellas con DO
de numerosos rincones de España, fluyeron, espontáneamente recuerdos, memorias,
imágenes, reconocimientos, sorpresas, olvidos, exclamaciones, confusiones y
alegría, mucha alegría.
Conversaciones que continuaron, si cabe
más animadas, durante la comida, celebrada en lo que es el actual comedor de los
escolares, el Comedor de Mayores ha sido reconvertido en clase. Este comedor,
algo estrecho pero perfecto para sentirnos juntos, apretados y en armonía, está
situado en el ala izquierda de lo que antes era la cocina del Comedor de
Mayores. Fue también un buen momento para departir con tranquilidad, vía
numerosos intercambios de mesas y sillas, entre plato y plato, para saludarse
con unos y otros, tomar infinidad de fotografías para recordar los instantes o,
quizá, enseñárselas en casa a amigos, esposas, nietos… Alguien solicitó un
lector y silencio pero la algarabía impidió acceder a tan nostálgica y piadosa
petición.
En la más pura tradición de otros
tiempos, terminamos la jornada con la velada, de nuevo en el Salón Multiusos.
La maravillosa actuación del Coro Marinero “Manín” de Lastres fue un auténtico lujo
para todos los espectadores. El recital de habaneras que interpretaron estuvo sonoramente
teñido por los aires asturianos, evocadores y románticos de las cumbres y
ermitas, los prados y, sobre todo, la costa cantábrica, gaviotas, amores y la
Virgen del Carmen. Desde la primera fila se apreciaba con nitidez los rostros
de algunos de los componentes -todos son marineros o familiares de marineros-
curtidos por el viento y las olas. Difícil destacar algunos de los cantos, como
el magnífico “Estrella de los Mares”, aunque si de muestra -del sonido único,
peculiar, robusto y vigoroso de sus voces firmes- este ENLACE a “Viento
del Norte” puede dar una idea de la altísima calidad de toda la interpretación.
La velada terminó con una pequeña
proyección de 110 imágenes seleccionadas de todos los cursos, intercaladas al
azar, sin que respondieran a ningún orden cronológico. Las 110 imágenes se
pueden ver en este ENLACE. A modo de despedida, pese a un ligero problema de sonido, se proyectaron
las mismas imágenes en formato vídeo, con la banda sonora de “Quiero volar por
las canciones de mi vida” (El Consorcio). En este ENLACE puedes ver el montaje.
Y hacia las 7 de la tarde, cansados de
la intensa actividad y de las emociones vividas y sentidas a lo lardo del día,
nos despedimos donde nos habíamos encontrado, en el Patio Central. Deseándonos
lo mejor y esperando encontrarnos en una próxima ocasión.
Sólo queda agradecer a la comunidad dominicana
de Arcas Reales, con su prior el P. Ramón Rodríguez a la cabeza la calurosa,
cómo no, fraternal acogida que nos dispensaron para organizar el evento y,
especialmente, a lo largo de todo el día 28
CRÉDITOS DE IMÁGENES Y VÍDEOS: Valentín
Sáiz, Enrique Posado, Miguel Ángel Martín, Jesús Hernández, Luis Carlos Díaz,
Norberto Cabezas, Jose Luis Suárez
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