Entrada al noviciado (Imagen: Marcial Calero) |
Salimos de Arcas Reales [ENLACE SEGUNDA PARTE] a finales de Julio de 1958.
Fuimos a Santa María de Nieva(Segovia) donde hicimos los Ejercicios
Espirituales antes de ir a Ocaña(Toledo) para tomar el Hábito y hacer el
Noviciado.
La toma de Hábito se llevó a cabo el 5 de agosto.
Estoy seguro que todos recordamos ese día emotivo y lleno de abrazos. El mismo
día hicieron la profesión los novicios del curso anterior al nuestro.
Con la Toma de Hábito comenzamos un nuevo capítulo
en el libro de nuestra vida y de nuestro peregrinar por el desierto y los oasis
del mundo de la gran familia dominicana.
La toma de hábito fue el “bautismo” (la profesión sería la
“confirmación”) que nos hizo ciudadanos de esa familia con todos los derechos y
obligaciones. El simbolismo de la ceremonia no podía ser más impactante: nos
despojamos del” hombre viejo” para poder llegar al “hombre nuevo”. La aventura
del Noviciado tenía como meta el descubrir y vivir el “carisma” de la Orden de
Predicadores. En su escudo leemos “Veritas” y nuestra vida se convertiría en la
búsqueda de esa verdad.
El lema de “contemplare et contemplata aliis
tradere” sería nuestro reto. Durante el
año de Noviciado seríamos como el barro en las manos del alfarero que el P.
Maestro de Novicios iría moldeando para hacer de nosotros esculturas de
auténtica vida dominicana [ENLACE PRIMERA PARTE].
Fue un tiempo de oración, de estudio, de reflexión y
también de domesticación. Totalmente aislados del mundo exterior, sólo los
muros del convento fueron testigos silenciosos de nuestras ansiedades, de
nuestros triunfos y nuestras agonías, de nuestros éxitos y nuestros fracasos.
Sin muchos preámbulos, nos sumergimos en el mundo de
la oración litúrgica ¡y todo en latín! ¿Quién no recuerda el sonido melodioso
del “Deus, in adjutorium meum intende… y Domine, labia mea aperies”
al comenzar cada una de las horas canónicas del breviario? El coro se convirtió
en nuestro segundo aposento…Allí, cada día, rezamos Maitines, Laudes, Prima,
Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. Como Novicios también rezábamos el
Oficio Parvo y, por supuesto, la misa diaria, la meditación, los quince
misterios del rosario (eso de los veinte misterios es una invención moderna del
Papa Juan Pablo II), la confesión semanal, la dirección espiritual con el P. Maestro
y otras devociones privadas como la Visita al Santísimo.
¡Y no hay que olvidar el Capítulo de culpas cada
semana! En él nos acusábamos en público de faltas menores en contra del
silencio, la modestia, la caridad y otros pecadillos por el estilo. Nunca
faltaba una voz como de ultratumba que resonaba en la capilla lúgubre y oscura
“proclamando” al hermano que se había olvidado de confesar alguna de las faltas
cometidas.
Fueron legendarias las charlas sobre espiritualidad
e historia dominicanas del P. Maestro de Novicios. No cesó de repetir la
importancia de la “observancia” de las Constituciones. Nos hizo aprender de memoria la Regla de San
Agustín (Ante omnia, fratres carissimi, diligatur Deus, deinde proximus,
quia ista sunt praecepta principaliter nobis data… Este era el comienzo. Y
terminaba: Ubi autem sibi quicumque vestrum videt aliquid deesse, doleat de
praeterito, caveat de futuro, orans ut ei debitum dimittatur et in temptationem
non inducatur) ¿Qién no lo recuerda?
De él aprendimos la importancia de los “consejos
evangélicos”, los tres votos, como camino de perfección, la importancia de la
oración (sobre todo el Oficio Divino), de la modestia, del silencio, del
sacrificio y muchas cosas más. Sobre todo, la importancia de la obediencia.
Quizá la nuestra no tenía que ser como la de los jesuitas “perinde ac cadaver”,
pero se acercaba. Tenía que ser “perinde ac persona in statu comatoso”. Como
escribió Humberto de Romanis, “para que vuestra obediencia sea agradable a
Dios todopoderoso, procurad que sea pronta sin dilación; devota sin desdén; voluntaria
sin contradicción; sencilla sin discusión; ordenada sin desviación; alegre sin
turbación; fuerte sin pusilanimidad; universal sin excepción y perseverante sin
interrupción”
Muchas de las charlas del P. Maestro estaban basadas
en los escritos del citado Venerable
Humberto de Romanis (1194-1277), quinto Maestro General de la Orden (1254-1263),
cuya obra Vitae Fratrum y sus comentarios sobre la Regla de San Agustín
reflejan el espíritu original del carisma de la orden.
¿Cuáles fueron los libros que alimentaron nuestra
espiritualidad durante el noviciado y más adelante durante los largos años del
estudiantado?
El Kempis fue siempre uno de los favoritos. Fueron
también muy importantes, los libros sobre la vida de los santos, sobre todo los
santos dominicos como Santo Domingo, Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis
Beltrán, San Jacinto de Polonia, San Raimundo de Peñafort, San Alberto Magno,
San Antonino de Florencia…. y santas como Santa Catalina de Siena, Santa Rosa
de Lima y Santa Inés de Montepoliciano. Hoy habría que añadir una larga lista
de santos canonizados después, sobre todo por Juan Pablo II. San Martín de
Porres, San Juan Macías, los mártires de China, Japón y Vietnam no eran
“santos” en aquel entonces. Nuestro
Breviario también incluía los muchos “beatos” de la orden.
Hablando de la vida de los santos, hay algo que
siempre me resultó chocante y no muy edificante. Me refiero al ejemplo de
santos como San Luis Gonzaga a quien, como patrono de la juventud, se
presentaba como un modelo a quien imitar. Sus hagiógrafos nos lo presentaban
tan “puro” y “angelical” que no se atrevía a mirar a la cara de ninguna mujer, ¡ni
a su misma madre! Se puede argüir que ejemplos como éstos son más propicios
para producir psicópatas que santos.
Por muchos años estuvieron de moda los libros de
Tihamer Toth (1889-1939), obispo de Veszprem (Hungría), de quien todos
recordamos su obra más leída Energía y Pureza. Los libros del Abad
Benedictino Dom Columba Marmion (ahora beato) estuvieron también entre los
favoritos. Muchos leyeron sobre la vida y espiritualidad de Sor Isabel de la
Trinidad, como también los libros de espitualidad del P. Juan González Arintero
y del P. Garrigou-Lagrange. Libros como Teología de la Perfección y
Teología de la Salvación del P. Royo Marín fueron también importantes. Historia
de un alma de Santa Teresita del Niño Jesús pasó también por nuestras manos
como lo hicieron también las obras de San Francisco de Sales y San Alfonso
María de Ligorio. Por razones obvias,
algunos de nosotros leímos con placer y entusiasmo a Santa Teresa de Jesús y a
San Juan de la Cruz. Otros prefirieron las obras del jesuita Alfonso Rodríguez.
Naturalmente, hubo muchos más. No hay que olvidar
que nuestros superiores y directores espirituales habían seleccionado todos
estos libros por su doctrina sana y ortodoxa.
De todos los libros que yo leí, recuerdo
especialmente por su impacto El valor Divino de lo Humano del
recientemente fallecido Jesús Urteaga Lloidi, sacerdote del Opus Dei, y, años
más tarde, Una religión para nuestro tiempo de Luis Evely.
Todos
sabemos que el Maestro de Novicios era el P. Vidal Fueyo. El P. Isidoro Garrido
era el Socio y Prior del Convento el P. Emiliano Berlana. Nunca se olvidarán
los nombres de los Padres Romo, Calle, Valentín, Eduardo, Gavilán y Evaristo
Rojo quienes, entre los ministerios que tenían, fueron nuestros confesores.
Padres más jóvenes como Jesús Santos y Alberto Martín enseñaban en el Colegio.
¿Y quién no recuerda al médico del Convento, Don Adolfo?
Todos tuvimos que escribir una breve biografía en el
libro oficial del noviciado. Lo hicimos en latín siguiendo un formato más menos
como este: Ego, Ioannes Iosephus Luengo Garcia, natus fui in Narrillos de
San Leonardo, Abulae, die 28 Martii, anno millesimo...También incluimos el
nombre de nuestros padres y algunos detalles más. No era más de una página. Me
imagino que todos esos libros oficiales se habrán conservado en el archivo del
Convento.
Durante los años de colegiatura las filas se
formaban por orden alfabético. Esto cambió en el Noviciado, donde se comenzó a hacer por
orden de edad: de los mayores (Baltasar Carrascal, Alberto García…) a los más
jóvenes (Antonio Luciano López, Eduardo Vaquero). Yo recuerdo estar en mi fila
entre Alfredo Díez y Calixto Franco.
Cada uno de nosotros tenía su celda particular. No
era el Hotel Hilton, pero fue una mejora. A propósito de esto, desde el
Noviciado y durante todo el Estudiantado siempre nos estuvo prohibido entrar en
la celda de otro hermano.
Desde el primer día del Noviciado nos enseñaron a
tratar a los demás novicios como “fray” y a los padres como “su reverencia”.
Comenzamos a comer en el mismo Refectorio de los Padres. Además, siguiendo una
tradición muy dominicana, se servía la comida empezando por los de “abajo” y
así al P. Prior se le servía el último. Siempre comíamos en silencio mientras
escuchábamos la lectura de libros piadosos y edificantes.
A cada novicio de le asignó un oficio. Había
enfermeros, sacristanes, jardineros, peluqueros… A mí me tocó el oficio de
encuadernador, algo así como cirujano de libros que necesitaban alguna
operación quirúrgica.
Había también algunas tareas en las que todos nos
turnábamos como la de servidores en el comedor o la de iniciar algunas de las
partes del Oficio Divino en el coro. Hablando del coro, no podemos olvidar que José García y Jesús María
Pitillas eran los cantores y encargados de dirigir la música. Era costumbre los sábados el cantar la
letanía de la Virgen y lo dirigían los dos novicios asignados para la semana.
Como no todos los novicios tenían talento para la
música, a veces el resultado era más cómico que piadoso. A mí te tocó hacerlo
con Agustín Requejo y hay que reconocer que la naturaleza fue cruel con los dos
en lo que se refiere a la música.
Era octubre cuando murió el Papa Pío XII y fue
elegido el Papa Juan XXIII. Con este
motivo creo que nos aprendimos de memoria el nombre de todos los cardenales:
Roncalli, Canali, Agagianian, Tisserant, Pla y Deniel, Gracias, Siri, Quiroga
Palacios, Lercaro…
Meses más tarde Juan XXIII anunciaría la convocación
de un nuevo Concilio Ecuménico. Por supuesto, en aquel entonces nadie tenía
idea de lo que luego pasaría en él. El Espíritu sopla donde, como y cuando
quiere nos dirían muchas veces…
Como tradición de la Orden, a partir del 2 de
noviembre, día de los difuntos, comenzamos a usar la capa negra encima del
hábito hasta el canto del Gloria en la misa de la Vigilia Pascual el Sábado
Santo. Esta vestimenta era impresionante para la gente de fuera al vernos
caminar en grupo o en procesión fuera del convento. Por algo nos llamaban los
“pingüinos”.
Noviembre de ese año no me trae buenos recuerdos. El
27 de ese mes falleció mi padre a los 58 años.
En aquellos tiempos no estaba permitido el ir a casa para el funeral
durante el Noviciado. No cabe duda que esta práctica era un mensaje inconfundible
para convencernos de que “hay que renunciar al padre, y a la madre…para quien
busca el Reino de los Cielos”.
Unos meses más tarde murió el P. Emiliano Berlana,
prior del convento. Todos recordamos la costumbre de velar a los difuntos hasta
el momento del entierro. De dos en dos, de día o de noche, nos reuníamos para
recitar salmos durante un par de horas cada grupo. Fue una experiencia inolvidable, espiritual y
macabra al mismo tiempo. Esto se repetiría muchas veces más durante los años de
estudiantado.
¿Quién no recuerda aquellas procesiones en el
convento de Santo Tomás de Ávila marchando en procesión desde la iglesia hasta
el cementerio cantando el salmo Miserere mei, Deus en tono peregrino?
Ya que hablamos de los muertos, hay que mencionar
que en el mes de abril de 1959 murió el P. Valentín Moreno.
Como nuevo Prior del convento de Ocaña fue elegido
el P. Quintín García, quien estaba asignado a Filipinas al ser elegido. A parte
de que los dos eran calvos y más bien bajos, el contraste entre el P. Berlana y
el P. Quintín no podia ser más marcado, como el Gordo y el Flaco de las
películas de aquella época. El P. Berlana, con su voz pausada y solemne,
representaba la calma y la tranquilidad, el P. Quintín, con su voz atiplada y
chillona, era capaz de alterar la calma hasta de los muertos.
Creo que fue durante la primavera cuando el P. Fueyo
hizo un viaje de varias semanas a Estados Unidos a visitar lugares conocidos y
amigos del pasado. Como muchos padres de
la provincia, había estudiado en Ponchatoula, en el Estado de Lusiana y quizá
también trabajó en una de las parroquias que la provincia tuvo por un tiempo en
Nueva Orleans. En 1911, la provincia abrió un convento en Ponchatoula donde
estudiaron Teología e inglés muchos de los sacerdotes asignados a Manila. Esto
tuvo lugar cuando era provincial el P. Buenaventura García de Paredes y General
de la Orden el P. Jacinto Cormier. Por razones que desconozco, todo terminó en
1938 siendo General el P. Martín Gillet.
Recuerdo muy bien que en su viaje a Estados Unidos
el P. Fueyo fue cargado de rosarios para regalar, rosarios que fueron hechos
por varios novicios, como Santiago Fuertes, que tenían habilidad para esos
menesteres.
Después de recordar algunas de las anécdotas de
aquel año especial, no viene mal recordar quiénes fuimos los que vivimos esa
experiencia que nos marcó a todos de una manera profunda.
En La Mejorada en 1953 habíamos entrado unos 150. En
1958 tomamos el Hábito. Incluyo la lista (por orden alfabético) de todos los que aparecemos en
la foto “oficial” tomada al comenzar el Noviciado. Para refrescar la memoria,
indico la provincia en la que nació cada uno de nosotros.
José
Luis Abad(Burgos), Salvador Albarrán(Salamanca), Balbino Arias (León), José
Manuel Asenjo (León), José María Bermejo (Palencia), Juan María Borde (Vizcaya),
José Luis Burguet (Asturias), Julián Cabestrero (Burgos), Baltasar Carrascal (Zamora),
Agustín Carricajo (Zamora), Florentino Casado (Palencia), Amador de
Bustos(Palencia), José Antonio de Cea (Palencia), Aureliano de la Fuente (Cuenca),
Juan Manuel del Pozo (Ávila), Teodoro del Pozo (Palencia), Alfredo Díez (León),
Felipe Escanciano (León), Emilio (“Titi”) Fernández(Asturias), Santos Fernández
(Cantabria), Calixto Franco (Palencia), Lázaro Fuentes (León), Santiago Fuertes
(Valladolid), Miguel Gabela (León), Andrés Galán (Ávila, nacido en mi pueblo),
Alberto García (Asturias), José García (Burgos), Pedro García (León), Manuel
Gómez (Ávila), Teodoro González(Ávila), José Hernández (Salamanca), José María
Ibáñez (Madrid), Adalberto Izquierdo( Burgos), Antonio Luciano López (León),
Ricardo López(Ourense), Juan José Luengo (Ávila), Marcos Mallavibarrena (León),
Teodoro Martín(Palencia), Faustino Martínez (Asturias), José María Martínez (Ávila),
Juan Luis Martínez (Asturias),Timoteo Merino (Palencia), Salustiano
Moreta(Ávila), Jesús María Pitillas (Navarra), Juan Postigo (Segovia), Agustín
Requejo (Asturias), Graciano Reyero (León), Antonio Sáez (Ávila), Jesús Sánchez
Sendino (Palencia),Tomás Sánchez (Ávila), Jovino San Miguel (León), José Luis
Santervás (Valladolid), Alejandro Valbuena (León), Eduardo Vaquero (Ávila),
José Antonio Vigara(León).
No fueron muchos los que se salieron durante el
Noviciado. Cumplido el año, el 6 de agosto, y después de una semana de
Ejercicios, hicimos la profesión simple.
El curso siguiente al nuestro tomó el Hábito el 4 de
agosto y convivimos con ellos unas semanas antes de ir a Ávila. Allí comenzamos
una nueva etapa de nuestra interesante peregrinación.
No es que sea muy importante, pero recuerdo que hasta
que no llegaron los del curso siguiente a Ocaña no nos enteramos de que
Federico Martín Bahamontes había ganado el Tour de France. ¡El primer español
que lo consiguió! ¡Ocaña, Delgado, Induráin, Sastre y Contador vendrían años
después!