Sunday, January 7, 2018

SAN PEDRO MÁRTIR: 1960-1963, por Juan José Luengo (III)

Grupos de estudiantes en los años 60
Regresamos a San Pedro Mártir para comenzar el cuarto y último año de Filosofía. Allí se nos unió un nuevo curso para así tener el Estudiantado completo. Era el curso de José Parra, Domingo Albarrán, Francisco de las Heras, Adeodato Hernández, Juan Manuel Cabezón, Vicente Esteban…. Había muchos más recordados, sin duda, por sus connovicios.

La lista de asignaturas fue larga como de costumbre: Teodicea, Ética General, Derecho Natural, Sociología, Marxismo, Historia de Filosofía Moderna y Contemporánea, Filosofía Española, Textos Grecolatinos de Ética, Elocuencia y Religión.

Para este curso llegaron varios profesores nuevos. Entre ellos, el P. Martín Díez, quien vino de Manila y a quien tuvimos como profesor de Ética. También llegaron el P. Jesús (“Chus”) Villarroel y el P. Ángel González de la Fuente. Ambos habían conseguido su doctorado en universidades europeas y pronto serían muy “populares” entre los estudiantes, aunque nuestro curso no llegó a tenerlos como profesores. El P. Martín era un personaje bastante pintoresco y un profesor entretenido.  Recuerdo varios de los libros o panfletos que escribió. Uno sobre el boxeo, otro sobre la moralidad de la pena de muerte y titulado La pena de muerte en defensa de la vida.

También recordamos todas las clases de Teodicea del P. Manolín González y sus cinco famosas vías de Santo Tomás para probar la existencia de Dios.  Quedó bien claro que debe haber un agente inmóvil que es la causa del movimiento y debe existir un ser necesario que es el origen ser contingente. ¿O no es así?

Era costumbre comenzar el año académico con la llamada lectio prima que consistía en la exposición de un tema de actualidad e importancia presentado por algún experto en la materia. Este año se hizo lo mismo y tuvimos como conferenciante al P. Manuel (“Manolón) García. El P. Manuel era profesor de Teología en el Angelicum de Roma y nos habló sobre cómo iba a ser el Concilio Vaticano II que estaba a punto de comenzar.  De todo lo que dijo, sólo recuerdo un ejemplo que puso para explicarlo. Más o menos nos vino a decir, “…como sabéis…el Concilio Vaticano I declaró dogma de fe…que se puede probar con la razón la existencia de Dios…Este Concilio dará un paso más y declarará que esa existencia se puede probar usando las cinco vías de Santo Tomás…”. ¡Y lo dijo sin pestañear!

Este comentario tiene una explicación sencilla. Como profesor de Teología en Roma, había sido miembro de alguna de las comisiones preparatorias y en esa dirección querían encaminar el Concilio que se avecinaba.

¡¡Y comenzó el Concilio!! El 11 de octubre de 1962.  Todos recordamos el espectáculo majestuoso que vimos en vivo por televisión durante la ceremonia inaugural. Fue impresionante y emotivo ver a unos 2500 obispos de todo el mundo desfilar ataviados con todo su esplendor eclesiástico.

En su discurso inaugural, el Papa Juan XXIII nos abrió la puerta para ver nuevos horizontes cuando decía a los padres conciliares (y de paso a todos los católicos), “…me parece necesario decir que disentimos de los profetas de calamidades, que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inmediato el fin de los tiempos...”. Y añadía, “una cosa es el depósito mismo de la fe, es decir las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa…”

Para nosotros, era algo nuevo el énfasis y la pasión del Papa por la unión de los cristianos y el que dijera que “es más lo que nos une que lo que nos separa” refiriéndose a las demás denominaciones cristianas. Ya no eran herejes, sino hermanos separados.
Nadie, y menos nosotros, tenía idea de lo que luego sucedió. Fallaron los pronósticos de los expertos. El Espíritu Santo no se dejó “domesticar”, según unos, o se “durmió” cuando más falta hacía que estuviera despierto, según otros.

Nos empezaron a llegar crónicas de Roma sobre el Concilio que leíamos con gran apasionamiento. Lo mejor en español era lo escrito por José Luis Martín Descalzo y publicado por La Gaceta del Norte (¿o era El Correo?) de Bilbao.

La primera sesión terminó el 8 de diciembre sin pena sin gloria. Lo único de cara al público digno de recuerdo es el mensaje que los padres conciliares enviaron al mundo el 20 de octubre. El resto se hizo detrás de los bastidores donde los Obispos debatieron si dejar las cosas como habían sido programadas o si había que cambiarlas. La historia nos dice que las cosas cambiaron como sucedió en las siguientes sesiones conciliares.

Conviene recordar que fue durante estos días, específicamente el 22 de octubre de 1962, cuando estalló la crisis de los misiles soviéticos en Cuba.  Gracias a Dios, la sangre no llegó al río, pero estuvimos cerca.  Sobre este asunto, recuerdo el comentario que uno de los “expertos” hizo sobre el tema por aquellos días.

“No cabe duda de que Cuba está cerca de Estados Unidos para permitir armas nucleares en la isla… pero, Turquía, donde existen bases estadounidenses con armas nucleares, también está cerca de Rusia… ¿o no?” Vamos a dejarlo ahí.

Era el último año de filosofía y nos preparamos para conseguir el Licenciado al final del curso. Entre otras cosas, tuvimos que escribir una tesis - ¡en latín, claro! La mía versó sobre Analogía attributionis iuxta Caietanum. Aunque sea de paso, quiero mencionar que la tesis de Jovino San Miguel se tituló Analogia proportionalitatis iuxta Caietanum. Nos dividimos el trabajo entre los dos.                                                                                                                      
Jardín Japonés (Patio Central)
Como todos recordarán, hubo un examen final escrito que podía versar sobre cualquiera de las 20 tesis que habían sido escogidas para esto y que cubrían todas las materias de la filosofía que habíamos estudiado durante los cuatro años. Además, tuvimos un examen oral delante de un tribunal de 5 profesores. ¡Fueron días de mucho nerviosismo y estrés, como diríamos hoy!

Casi al final del curso tuvo lugar otro acontecimiento doloroso. El 3 de junio de 1963 falleció el papa Juan XXIII.  Su muerte conmovió al mundo entero.  Era un hombre con sentido del humor, un hombre capaz de amistad y también un hombre con ojos abiertos hacia lo bueno de cada hombre y lo salvable de cada sistema. Era un hombre cargado de sentido común y siempre se presentó a sí mismo como un vaso que derramaba el bálsamo de la misericordia y del perdón.

Con la muerte del Papa surgió enseguida la pregunta, ¿qué pasará ahora con el Concilio? Habría que esperar hasta el próximo Papa.

El 21 de junio fue elegido Pablo VI e inmediatamente anunció que el Concilio continuaría. La segunda sesión comenzó el 29 de septiembre.

Como anécdota del cónclave en el que fue elegido Pablo VI merece la pena recordar que hubo seis cardenales españoles. Enrique Pla y Deniel (Toledo), Benjamín Arriba y Castro(Tarragona), José Bueno Monreal(Sevilla), Fernando Quiroga y Palacios (Santiago de Compostela), Arcadio Larraona, claretiano (Prefecto de la Congregación de Ritos como se llamaba entonces la que hoy se llama Congregación del Culto Divino) y Joaquín Albareda y Ramoneda, benedictino (Bibliotecario emérito de la Biblioteca del Vaticano).

Cumplidos todos los requisitos, llegó el día de la entrega del diploma (Licenciado) de Filosofía al final del mes de junio. El día anterior a la ceremonia tuvimos un “ensayo” y hubo un “conato” de protesta porque había que recitar el juramento antimodernístico y el de defender la doctrina de Santo Tomás.  El intentó de protesta se esfumó cuando el P. Turiel, Regente de Estudios, nos dijo que si no era así no se entregarían los diplomas. ¡La fruta no estaba madura todavía para caer del árbol!
Nos habían enseñado a pensar por nuestra cuenta, pero no tanto.

Respecto a estos “enfrentamientos” con el orden establecido (y que serían mucho más marcados durante los años de teología), recuerdo el consejo del P. Marcos Fernández, siempre amante de frases lapidarias, “en el autobús de la sociedad vosotros los jóvenes sois el acelerador y nosotros los mayores somos el freno”.

Quizá se puede decir con menos palabras, pero no más claro.

Volvamos al diploma.  Está expedido por la Universidad de Santo Tomás de Manila con fecha del 30 de junio de 1963. Firma como Decano de la Facultad de Filosofía el P. Cirilo Gutiérrez, como Secretario el P. Eladio Neira y como Rector el P. Juan Labrador (hermano de Monseñor Teodoro Labrador).
                                                                                                                            
Como de costumbre, pasamos una temporada en La Mejorada y luego fuimos a Ávila para completar la última etapa de nuestra larga formación.

Para terminar este capítulo quiero mencionar algo que siempre me resultó intrigante y, en cierto sentido, misterioso.  Durante varios veranos en La Mejorada nos encontramos con el P. Augusto Antonio Tantuncgo que había venido desde Manila.

Estábamos acostumbrados a que los españoles fueran a Filipinas, pero no a que fuera a la inversa. El P. Augusto había pasado un tiempo en Arcas Reales y de allí fue enviado a La Mejorada. Algo parecido al caso de los padres del desierto, aunque éstos lo hacían por voluntad propia.

El caso del P. Augusto es interesante, porque, como averigüé después, era el segundo dominico filipino en la larga historia de la provincia. Nacido en 1913, hizo la profesión en 1938.  Sólo se le adelantó el P. Benito Vargas, quien hizo la profesión en 1937. No parece haber la menor duda que así fue. ¡Los dominicos españoles llegaron a Filipinas en el siglo XVI y no hubo dominicos nativos hasta el siglo XX!

Leyendo un poco de historia sobre este asunto podemos descubrir que en un principio se pensó que los filipinos eran demasiado “indolentes” para ser sacerdotes o religiosos. Siglos más tarde se los consideró demasiado “antiespañoles” para acceder al estado clerical. A veces, es mejor no conocer la historia por aquello del refrán popular, “ojos que no ven, corazón que no siente”.

 Creo que ninguno de nosotros estuvo consciente de esto.


Bueno, dejemos esto y vayamos a tomar el autobús para hacer el viaje a Ávila donde escribiremos un nuevo capítulo del libro de nuestra vida dominicana.

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Texto original de Juan José Luengo García "Breve Crónica de un curso 1953-1968)escrito en verano 2009. Para las otras entradas:

Capítulo 1 (La Mejorada)

Capítulo 2 (Arcas Reales)

Capítulo 3 (Ocaña)


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