Grupos de estudiantes en los años 60 |
Regresamos
a San Pedro Mártir para comenzar el cuarto y último año de Filosofía. Allí se
nos unió un nuevo curso para así tener el Estudiantado completo. Era el curso
de José Parra, Domingo Albarrán, Francisco de las Heras, Adeodato Hernández,
Juan Manuel Cabezón, Vicente Esteban…. Había muchos más recordados, sin duda,
por sus connovicios.
La
lista de asignaturas fue larga como de costumbre: Teodicea, Ética General,
Derecho Natural, Sociología, Marxismo, Historia de Filosofía Moderna y
Contemporánea, Filosofía Española, Textos Grecolatinos de Ética, Elocuencia y
Religión.
Para
este curso llegaron varios profesores nuevos. Entre ellos, el P. Martín Díez,
quien vino de Manila y a quien tuvimos como profesor de Ética. También llegaron
el P. Jesús (“Chus”) Villarroel y el P. Ángel González de la Fuente. Ambos
habían conseguido su doctorado en universidades europeas y pronto serían muy
“populares” entre los estudiantes, aunque nuestro curso no llegó a tenerlos
como profesores. El P. Martín era un personaje bastante pintoresco y un
profesor entretenido. Recuerdo varios de
los libros o panfletos que escribió. Uno sobre el boxeo, otro sobre la
moralidad de la pena de muerte y titulado La pena de muerte en defensa de la
vida.
También
recordamos todas las clases de Teodicea del P. Manolín González y sus cinco
famosas vías de Santo Tomás para probar la existencia de Dios. Quedó bien claro que debe haber un agente
inmóvil que es la causa del movimiento y debe existir un ser necesario que es
el origen ser contingente. ¿O no es así?
Era
costumbre comenzar el año académico con la llamada lectio prima que consistía
en la exposición de un tema de actualidad e importancia presentado por algún
experto en la materia. Este año se hizo lo mismo y tuvimos como conferenciante
al P. Manuel (“Manolón) García. El P. Manuel era profesor de Teología en el
Angelicum de Roma y nos habló sobre cómo iba a ser el Concilio Vaticano II que
estaba a punto de comenzar. De todo lo
que dijo, sólo recuerdo un ejemplo que puso para explicarlo. Más o menos nos
vino a decir, “…como sabéis…el Concilio Vaticano I declaró dogma de fe…que se
puede probar con la razón la existencia de Dios…Este Concilio dará un paso más
y declarará que esa existencia se puede probar usando las cinco vías de Santo Tomás…”.
¡Y lo dijo sin pestañear!
Este
comentario tiene una explicación sencilla. Como profesor de Teología en Roma,
había sido miembro de alguna de las comisiones preparatorias y en esa dirección
querían encaminar el Concilio que se avecinaba.
¡¡Y
comenzó el Concilio!! El 11 de octubre de 1962.
Todos recordamos el espectáculo majestuoso que vimos en vivo por televisión
durante la ceremonia inaugural. Fue impresionante y emotivo ver a unos 2500
obispos de todo el mundo desfilar ataviados con todo su esplendor eclesiástico.
En
su discurso inaugural, el Papa Juan XXIII nos abrió la puerta para ver nuevos
horizontes cuando decía a los padres conciliares (y de paso a todos los
católicos), “…me parece necesario decir que disentimos de los profetas de
calamidades, que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inmediato
el fin de los tiempos...”. Y añadía, “una cosa es el depósito mismo de la fe,
es decir las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera
como se expresa…”
Para
nosotros, era algo nuevo el énfasis y la pasión del Papa por la unión de los
cristianos y el que dijera que “es más lo que nos une que lo que nos separa”
refiriéndose a las demás denominaciones cristianas. Ya no eran herejes, sino
hermanos separados.
Nadie,
y menos nosotros, tenía idea de lo que luego sucedió. Fallaron los pronósticos
de los expertos. El Espíritu Santo no se dejó “domesticar”, según unos, o se
“durmió” cuando más falta hacía que estuviera despierto, según otros.
Nos
empezaron a llegar crónicas de Roma sobre el Concilio que leíamos con gran
apasionamiento. Lo mejor en español era lo escrito por José Luis Martín Descalzo
y publicado por La Gaceta del Norte (¿o era El Correo?) de Bilbao.
La
primera sesión terminó el 8 de diciembre sin pena sin gloria. Lo único de cara
al público digno de recuerdo es el mensaje que los padres conciliares enviaron
al mundo el 20 de octubre. El resto se hizo detrás de los bastidores donde los
Obispos debatieron si dejar las cosas como habían sido programadas o si había
que cambiarlas. La historia nos dice que las cosas cambiaron como sucedió en
las siguientes sesiones conciliares.
Conviene
recordar que fue durante estos días, específicamente el 22 de octubre de 1962,
cuando estalló la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. Gracias a Dios, la sangre no llegó al río,
pero estuvimos cerca. Sobre este asunto,
recuerdo el comentario que uno de los “expertos” hizo sobre el tema por
aquellos días.
“No
cabe duda de que Cuba está cerca de Estados Unidos para permitir armas
nucleares en la isla… pero, Turquía, donde existen bases estadounidenses con
armas nucleares, también está cerca de Rusia… ¿o no?” Vamos a dejarlo ahí.
Era
el último año de filosofía y nos preparamos para conseguir el Licenciado al
final del curso. Entre otras cosas, tuvimos que escribir una tesis - ¡en latín,
claro! La mía versó sobre Analogía attributionis iuxta Caietanum. Aunque sea de
paso, quiero mencionar que la tesis de Jovino San Miguel se tituló Analogia
proportionalitatis iuxta Caietanum. Nos dividimos el trabajo entre los
dos.
Jardín Japonés (Patio Central) |
Como
todos recordarán, hubo un examen final escrito que podía versar sobre
cualquiera de las 20 tesis que habían sido escogidas para esto y que cubrían
todas las materias de la filosofía que habíamos estudiado durante los cuatro
años. Además, tuvimos un examen oral delante de un tribunal de 5 profesores. ¡Fueron
días de mucho nerviosismo y estrés, como diríamos hoy!
Casi al final del curso tuvo lugar otro
acontecimiento doloroso. El 3 de junio de 1963 falleció el papa Juan
XXIII. Su muerte conmovió al mundo
entero. Era un hombre con sentido del
humor, un hombre capaz de amistad y también un hombre con ojos abiertos hacia
lo bueno de cada hombre y lo salvable de cada sistema. Era un hombre cargado de
sentido común y siempre se presentó a sí mismo como un vaso que derramaba el
bálsamo de la misericordia y del perdón.
Con
la muerte del Papa surgió enseguida la pregunta, ¿qué pasará ahora con el
Concilio? Habría que esperar hasta el próximo Papa.
El
21 de junio fue elegido Pablo VI e inmediatamente anunció que el Concilio
continuaría. La segunda sesión comenzó el 29 de septiembre.
Como
anécdota del cónclave en el que fue elegido Pablo VI merece la pena recordar
que hubo seis cardenales españoles. Enrique Pla y Deniel (Toledo), Benjamín
Arriba y Castro(Tarragona), José Bueno Monreal(Sevilla), Fernando Quiroga y Palacios
(Santiago de Compostela), Arcadio Larraona, claretiano (Prefecto de la
Congregación de Ritos como se llamaba entonces la que hoy se llama Congregación
del Culto Divino) y Joaquín Albareda y Ramoneda, benedictino (Bibliotecario
emérito de la Biblioteca del Vaticano).
Cumplidos
todos los requisitos, llegó el día de la entrega del diploma (Licenciado) de
Filosofía al final del mes de junio. El día anterior a la ceremonia tuvimos un
“ensayo” y hubo un “conato” de protesta porque había que recitar el juramento
antimodernístico y el de defender la doctrina de Santo Tomás. El intentó de protesta se esfumó cuando el P.
Turiel, Regente de Estudios, nos dijo que si no era así no se entregarían los
diplomas. ¡La fruta no estaba madura todavía para caer del árbol!
Nos
habían enseñado a pensar por nuestra cuenta, pero no tanto.
Respecto
a estos “enfrentamientos” con el orden establecido (y que serían mucho más
marcados durante los años de teología), recuerdo el consejo del P. Marcos
Fernández, siempre amante de frases lapidarias, “en el autobús de la sociedad
vosotros los jóvenes sois el acelerador y nosotros los mayores somos el freno”.
Quizá
se puede decir con menos palabras, pero no más claro.
Volvamos
al diploma. Está expedido por la
Universidad de Santo Tomás de Manila con fecha del 30 de junio de 1963. Firma
como Decano de la Facultad de Filosofía el P. Cirilo Gutiérrez, como Secretario
el P. Eladio Neira y como Rector el P. Juan Labrador (hermano de Monseñor
Teodoro Labrador).
Como
de costumbre, pasamos una temporada en La Mejorada y luego fuimos a Ávila para
completar la última etapa de nuestra larga formación.
Para
terminar este capítulo quiero mencionar algo que siempre me resultó intrigante
y, en cierto sentido, misterioso.
Durante varios veranos en La Mejorada nos encontramos con el P. Augusto
Antonio Tantuncgo que había venido desde Manila.
Estábamos
acostumbrados a que los españoles fueran a Filipinas, pero no a que fuera a la
inversa. El P. Augusto había pasado un tiempo en Arcas Reales y de allí fue
enviado a La Mejorada. Algo parecido al caso de los padres del desierto, aunque
éstos lo hacían por voluntad propia.
El
caso del P. Augusto es interesante, porque, como averigüé después, era el
segundo dominico filipino en la larga historia de la provincia. Nacido en 1913,
hizo la profesión en 1938. Sólo se le
adelantó el P. Benito Vargas, quien hizo la profesión en 1937. No parece haber
la menor duda que así fue. ¡Los dominicos españoles llegaron a Filipinas en el
siglo XVI y no hubo dominicos nativos hasta el siglo XX!
Leyendo
un poco de historia sobre este asunto podemos descubrir que en un principio se
pensó que los filipinos eran demasiado “indolentes” para ser sacerdotes o
religiosos. Siglos más tarde se los consideró demasiado “antiespañoles” para
acceder al estado clerical. A veces, es mejor no conocer la historia por
aquello del refrán popular, “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Creo que ninguno de nosotros estuvo consciente
de esto.
Bueno,
dejemos esto y vayamos a tomar el autobús para hacer el viaje a Ávila donde escribiremos
un nuevo capítulo del libro de nuestra vida dominicana.
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Texto original de Juan José Luengo García "Breve Crónica de un curso 1953-1968)escrito en verano 2009. Para las otras entradas: