Curso 1963 Sección C, fotografiado en 1964 (el autor sentado, primero derecha) |
En junio de 1963, pasó por la escuela de Santibáñez de la Isla el padre dominico Santiago, hombre
de apariencia bondadosa y digno de toda confianza, tipo Friar Tuck de Robin
Hood. Nos convenció a Generoso y a mí para enrolarnos en los Padres Dominicos
de Arcas Reales. Yo fui a comunicárselo a mis padres que estaban arando en el
pago del camino Villagarcía y se alegraron de que su hijo aspirase a tener un
futuro mejor y de la posibilidad de conseguir un don del cielo teniendo un
religioso en la familia (¡!!). Además, era la única posibilidad de poder salir
a estudiar, porque cobraban una cantidad asequible para ellos, unas 200
(¿quizás 300?) pesetas al mes, insignificante comparada con lo que había que
pagar si se iba al instituto y pensión. A mediados de septiembre fuimos con las
respectivas madres a los almacenes Cabezas de La Bañeza con una lista
(in)terminable de ropa para llevar al colegio; previamente mi madre y mi tía
Sina tenían que coser en rojo el número 682 a todas las prendas, ya que iban a ser
lavadas con las de todo el curso y las chicas tenían que distribuirlas. Los
últimos días en el pueblo eran de gran nerviosismo y esperanza, tenía que ir a
casa de los familiares y despedirme uno por uno; el último día solemnemente
daba una vuelta en bicicleta por todas las calles del pueblo y de este modo
decirle un emotivo y silencioso adiós. Sobre el día 20 partimos en tren (o
quizá en autobús desde Hospital de Órbigo, no recuerdo bien) para la que iba a
ser nuestra casa hasta junio del año siguiente.
Se accedía al
colegio por una pequeña carretera que rodeaba un bucólico estanque con los
exóticos ciprinos dorados, protegido por un enorme y acogedor sauce llorón; al
lado había una campana o gong traído
de tierras lejanas, probablemente de Ceilán o Vietnam. La portería estaba
custodiada por el entrañable Fray Fuertes, procedente de San Cristóbal de la
Polantera, al lado de nuestro pueblo, un hombre de voz acariciadora y de
semblante humilde y feliz, contrapunto de lo que nos íbamos a encontrar una vez
que accediésemos al edificio del pabellón de los pequeños a través de una
arcada blanca que contrastaba con el pasillo de ladrillo. Encima de la portería
y ocupando todo el flanco oriental se encontraba el sanctasanctórum del colegio, lugar inaccesible para el común de los
mortales: las celdas o habitaciones de los frailes, y en un edificio aledaño,
el de las monjas; eran éstos lugares misteriosos donde se urdían planes
secretos para los aspirantes; no se conoció persona que transgrediera el
umbral. Muy rara vez accedíamos al espacio abierto de la entrada, solamente
para recibir a las visitas anuales de familiares, era territorio misterioso, la
puerta del mundo exterior.
Los primeros
días eran de un asombro total: procediendo de un pequeño pueblo en aquellos
años, yo no conocía lo que era un wáter, ni un cepillo de dientes, ni ducha…
Formábamos en largas filas para todo y nos asignaban un pupitre de estudio, una
cama en un dormitorio donde pernoctábamos unos 120 pobrecitos de 10-11 años y
un lugar en el comedor, siempre el mismo. Había dos pabellones: 1 y 2º en el
pequeño y 3, 4 y 5º en el de los mayores, no se podía hablar con los del otro
pabellón, solo los hermanos una vez por semana, la capilla estaba en medio y
los dividía. Eran días de mucha melancolía y “murria” o morriña, sobre todo por
las noches, cuando se oía algún suspiro, quien más quien menos mojaba la
almohada con fugaces lágrimas. Durante los primeros días dos o tres compañeros
por curso paseaban solos como almas en pena, llorando, “tenían murria”, alguno
lo superaba, a otros tenían que venir los padres a recogerlos y llevarlos de
nuevo a sus casas. Las maletas se guardaban en un cuarto al lado de la celda
del padre Prefecto, aquellas maletas ligeras de rayas con los últimos recuerdos
de nuestra vida pasada, con la esperanza de una nueva… al menos así lo percibo
ahora, quizá en aquellos momentos estábamos tan aturdidos que nos dejábamos
llevar por la corriente, excepto cuando apagaban la luz por la noche y nos
asaltaba una melancolía pasajera. En aquel cuarto también guardábamos los
paquetes (cuando no eran confiscados) y en el recreo de la tarde se permitía el
acceso para coger algo y reforzar la merienda.
El P. Cándido Pérez en una de sus clases de dibujo |
Sin más dilación
íbamos a la oficina del padre Reyero para aprovisionarnos de material necesario
para empezar a funcionar: libros con su respectivo papel azul para forrar,
material de aseo corporal, hasta papel higiénico “Elefante”, duro y áspero para
nuestros c. núbiles, etc. (Pequeña anécdota: en el pabellón de los
pequeños los wáteres consistían en un
plato de cerámica con un lugar para los pies, sin el inodoro para sentarse (el
de mayores era más cómodo y tenías derecho a sentarte); cierto día a XXX se le
había olvidado llevar su papel higiénico; ante tal desdicha, nuestro compañero
reaccionó con serenidad tántrica, agudeza mental y vena artística: con su dedo
impregnado en la pintura dorada y todavía caliente escribió en la pared de
azulejo “padres dominicos”, la ocurrencia fue sonora y célebre). El día comenzaba sobre las 7 am., aseo
siempre con agua fría, ducha caliente una vez por semana, visita a la iglesia
para oír Misa antes del desayuno, la verdad es que no sé bien para qué, todavía
no habíamos hecho nada malo. Formábamos en filas e íbamos al comedor para
aliviar un poco los vacíos estómagos - estómagos en perpetuo estado de celo -,
con una leche celestial bastante aguada creo recordar, pero riquísima; ay ay
cuando a algún afortunado de Valladolid le traían “paquete” y nos daba una
cucharada de Colacao, una delicia; repartían la leche con grandes lecheras, a
los enchufados del repartidor (Cardillo era su nombre) también les llenaban el
plato de leche, con un poco de pan se completa el desayuno.
Desde las 9 hasta las
1.30 teníamos clase, con un recreo en medio, creo que las clases duraban una
hora y media. El primer año era una delicia porque teníamos monjas de
profesoras en vez de frailes, eran mucho más maternales y comprensivas para
unos prácticamente recién destetados: la madre Celina, dulce como su nombre,
nos enseñaba Geografía; la madre Amada, Matemáticas, en 1º eran sencillas, en
2º a mí se me complicaron al “mezclar” números con letras, nunca entendí por
qué tenían que hacerlo, los primeros tenían su sentido y las segundas servían
para formar palabras y discursos (¡!); la Madre Sagrario que nos daba Lengua
Española, la madre María Antonia nos enseñaba Latín, una de mis asignaturas
preferidas (...), nos enseñaba inglés el padre Felices (alias Feroces por las
voces que nos daba subiendo de tono con cara de ogro, pobre del que le cayese
el bocinazo, aunque ya se sabe: “perro ladrador…”); siempre recordaré cuando me
mandó cerrar una ventana y como no me daba por aludido, me gritó: “a ver,
usted, el de los dientes como parachoques de locomotora”, recé para que me
tragase la tierra, pero afortunadamente, como en tantas ocasiones, no me fue
concedido el don. Las aulas estaban orientadas al sur y tenían grandes
ventanales para recibir la luz del sol y aprovechar el efecto invernadero, eran
acogedoras y cómodas; para las horas de estudio había un largo salón, el de los
pequeños era denominado “la nevera”, no es necesario explicar el porqué.
En nuestro curso
comenzamos unos ciento veinte “aspirantes”, distribuidos en tres grupos.
Yo estaba en el grupo C y alguna vez me
tocaba ser el primero de la lista y ser el encargado de llevar tiza, borrar la
pizarra, llevar los borradores de las cartas (las leían y corregían los
frailes, luego las pasábamos a limpio y las entregábamos abiertas con el
borrador para que no cambiásemos nada)… ese tipo de privilegios. Delante de mí
estaba Macías, Martínez Bausela y detrás Martínez Cordero, Mateos. El paso de
1º a 2º fue muy fuerte, pues los profesores ya eran los frailes y algunos de
ellos eran levemente aterradores.
Panorámica de Arcas Reales con ábside iglesia y dos pabellones de alumnos |
A lo largo de los cinco cursos pasamos por
las manos del P. Buena en Latín, (era muy serio y ligeramente traidor, cierto
día en un examen pasó por las filas con un apunte con respuestas falsas en la
mano, lo puso hacia atrás y alguno picó y copió las falsas; solía decir “a ver
señor usted”, y a mí: “lo dice usted tan serio que se lo voy a creer”; famosos
eran sus sonoros tortazos y sus dolorosos pellizcos. P. Alfonso en Geografía
poseedor de demasiado cinismo para unos pobres muchachos de 12 años, en su
clase ya teníamos un mapa eléctrico con dos polos que se encendían si
acertábamos la pregunta.
P. Pablo en Matemáticas: giraba sobre sí mismo para
vigilar a los de atrás, también se encargaba muy eficazmente de la organización
de los deportes. P. Pinto en Ciencias Naturales (“la cuatro y la cinco,
coño!!), Padre Cándido Pérez (Padre Sito) en Física y Química y en Dibujo,
había estado en misiones y tenía una entonación muy musical al final de sus
frases, buena y comprensiva persona, a él debemos las fotos de los tres grupos
del curso hechas en el pinar con aquella cámara de espejos, marca??????. El
Padre Alberto, de nasalizada voz, nos enseñaba Matemáticas, era famoso también
por sus tortazos, (aunque nunca lo vimos atizar ninguno), en cierta ocasión
alguien intentó copiar de mi examen y me dice: “si un ciego conduce a otro
ciego…” me lo repitió varias veces hasta que terminé yo la frase y entendí la
indirecta, las matemáticas eran mi asignatura más floja; rara vez se reía, pero
relajaba el ambiente cuando lo hacía, en realidad era un cordero disfrazado de
lobo; en cambio, imponía tanto cuando se enfadaba que XXXX se hizo pis en su
clase.
El P. Cándido de Inglés, nos enseñó el himno del “ortanchíbiri,
ortanchíbiri… que tanto éxito tenía en los paseos largos y excursiones, y que
en la actualidad se reedita en los modernos whatsapps. El P. Igelmo de Literatura (recitaba
provocándonos: “me gustan las queridas tendidas en los lechos”, de Espronceda),
fue la primera persona a quien oí contar la teoría de la no existencia de
Shakespeare, en realidad Christopher Marlowe y otros dramaturgos que firmaban
bajo ese nombre habrían escrito sus obras; curiosamente hace un par de meses salió
la noticia en el periódico de que se estaba investigando esa posibilidad,
increíble, y nosotros sin darnos cuenta del valor de aquel fraile que nos hacía
exámenes orales en 4º curso sobre literatura universal extrayendo el número de
la pregunta de una bolsa. Cuando decidí el tema de mi tesis estuve dudando si
hacerla o no sobre la existencia de Shakespeare, pero me arredré y pensé que
sería una labor de titanes.
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*** Título original del texto: BREVE Y SUCINTA HISTORIA DE LO QUE PUDO HABER SIDO Y
NO FUE, DE LO QUE FUE Y PUDO NO HABER SIDO Y OTROS SUCESOS QUE ACONTECIERON A
LOS ASPIRANTES A DOMINICOS DE ARCAS REALES 1963
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