La Mejorada (Imagen: Ricardo Melgar, vía Flickr) |
Celebramos
este mes de agosto el 50º aniversario del comienzo de un nuevo capítulo en el
peregrinar de nuestro curso. Terminado el noviciado en Ocaña, nos trasladamos
al Convento de Santo Tomás de Ávila donde nos esperaba una nueva e inusitada
odisea. Éramos 55 en el curso cuando tomamos el hábito el 5 de agosto de 1958.
Como no hubo muchos que se salieron en el noviciado, el número de los que
hicieron la profesión era grande, creo que el más grande en la historia de la
provincial hasta esa fecha. Por razones
que mencionaremos más adelante, nuestros superiores decidieron que a nuestro
curso le convenía un ambiente estudiantil diferente, sin que los estudiantes
anteriores a nosotros pudieran “contaminarnos” por su falta de observancia o
con sus ideas “peligrosas.”
Sin
duda alguna fue un experimento costoso para la Provincia porque este cambio
provocó otros cambios de personal que no fueron nada baratos. Creo que
entenderemos todo mejor si lo ponemos en perspectiva y examinamos la historia
del curso desde su principio.
Después
de tantos años falla la memoria para recordar todos los detalles que serían
necesarios para una historia completa.
Será como una vista de pájaro donde algunos detalles resaltan, aunque no
sean los más importantes y otros se esfuman en la lejanía de un pasado
nebuloso. Será difícil hacerlo con la objetividad de un filósofo o la precisión
de un cirujano.
Se
trata más bien de un ejemplo de aquello que dice el refrán popular, “cada uno
cuenta la feria como le va en ella” aceptando que nuestra memoria es, en muchos
casos, más “reconstructiva” que “reproductiva”, como dicen algunos psicólogos
de hoy. No siempre recordamos las cosas como fueron, sino que las recreamos
inconscientemente a nuestro modo.
LA
MEJORADA: 1953-1954
Todo
comienza en La Mejorada. Recuerdo cómo un autobús repleto de aspirantes de
Ávila capital y pueblos de los alrededores llegó a La Mejorada a finales de
septiembre de 1953. Era la época de la vendimia. Procedentes de otras muchas regiones de España
llegaron otros muchos más. Unos 150 en total. Todos jóvenes de entre 10-13
años. Allí nos encontramos con los “mayores”, los de segundo. Colectivamente
éramos un grupo con mucho talento, mucho entusiasmo, no poco miedo y quizá
bastante hambre en más de un caso. Lo de la “vocación” … surgió después.
Cada
grupo que llegaba era recibido por el Rector con una sonrisa acogedora. Era el P.
Andrés Villarroel de quien nadie puede olvidar la blancura inmaculada de su
hábito limpio y planchado de manera impecable. Para quienes veníamos de pueblos
pequeños, la grandeza y majestuosidad del Colegio fueron impactantes: los
campos de deportes (fútbol, frontón..), la piscina (que para muchos parecía una
piscina olímpica), los dormitorios, la galería, los salones, el refectorio, la
huerta, los viñedos, los pinares, las acequias que venían desde el río
Adaja…todo parecía, diríamos hoy, como una película de Hollywood… aunque muchos
de nosotros nunca había visto una película y menos de Hollywood.
No
hay que olvidar que muchos de nosotros nunca habíamos visto un baño (estábamos acostumbrados
al campo abierto, sin papel higiénico, sin asientos, sin cadenas para el agua y
sin puertas), la palabra ducha no era parte de nuestro vocabulario y nunca
habíamos visto un cepillo de dientes. Estábamos acostumbrados a oír los
apellidos más comunes en el pueblo como García, López, Sánchez, Jiménez… Sin
embargo, de repente comenzamos a escuchar el sonido de apellidos más sonoros y
rimbombantes como… Balerdi, Carricajo, Garciarena, Llordén, Mallavibarrena,
Moliné, Mories, Ribote, Villarejo y muchos otros más. Me encontré que había otro
Luengo, Antonio Luengo, de Asturias.
Enseguida
comenzamos una vida “regimentada” que sería la rutina durante todos los años de
formación. Aprendimos a ir en fila de un lugar a otro y a hacerlo en silencio.
Oración y misa por la mañana, oración antes y después de las comidas, oración
por la noche antes de ir a la cama, confesiones cada semana y otras devociones
como el rosario se convertirían en un ingrediente esencial de nuestra
formación. El Manual del Colegial del P. Ricardo Casado sería nuestra guía.
Allí estaba todo lo que deberíamos aprender para nuestra vida espiritual. No se
escapaba detalle a esta regimentación como lo demuestra el hecho que toda
correspondencia que era recibida o enviada por los colegiales era abierta y
leída por el P. Rector. Sin olvidar tampoco que nos enseñaron a firmar las
cartas añadiendo después de nuestro nombre las iniciales A.O.P (Aspirante a la
Orden de Predicadores).
Dividieron
al curso de tres secciones (A-B-C) cada una de unos 50 estudiantes y nos
ordenaron por orden alfabético dentro de cada sección. No tardaron en empezar
las clases: Latín (P. Abelardo Panizo), Religión (P. Rector), Matemáticas (P. Regino
Borregón), Lengua y Literatura (P. Juan González), Ciencias (P. Amador de
Celis), Geografía (P. José María Reyero, quien era el Vice Rector). El Francisco
Zurdo era el prefecto de disciplina y había otros Padres que tenían otras
funciones con menos trato diario con los estudiantes: P. Francisco Sádaba (Síndico),
P. Silva (confesor), P. Fabián Herrero, P. Benjamín Vara y el inolvidable P.
Eugenio González quien a pesar de sus limitaciones físicas era el párroco de
Calabazas, pueblo cercano al Colegio y adonde caminaba regularmente con tanto
entusiasmo y dedicación como dificultad física.
3
Residía
también allí Monseñor Teodoro Labrador, con su luenga barba blanca, Arzobispo
misionero expulsado de China por los comunistas. El más joven de los Padres era
el P. Juan González quien acababa de llegar de Alemania, donde había terminado
su doctorado en Filosofía. En aquel entonces estaba preparando la publicación
de su tesis doctoral. Varios estudiantes, y yo fui uno, iban a su celda para
dictarle del manuscrito mientras él escribía a maquinilla. Luego publicaría esa
tesis titulada “El idealismo tomista” Algún tiempo después, alguien me contó la
historia (que yo acepto como verídica) según la cual los gendarmes de la
ortodoxia tomista le obligaron a cambiar el título de la tesis a “La Función
gnoseológica de la Idea según Santo Tomás”, porque eso de idealismo tomista
sonaba demasiado kantiano.
Pronto
nos acostumbramos a la rutina mensual de recibir las notas de conducta y de
cada asignatura. Recibíamos una nota en
cada asignatura y un gran número de notas en conducta. Creo que todos los
padres nos daban una. Para mí fue siempre un misterio cómo muchos de los padres
podían darnos esa nota cuando no teníamos ningún contacto personal con ellos.
Como mucho, nos veían caminar en fila de un lugar a otro y nos veían desde
atrás en la capilla.
Los
deportes (fútbol, frontón, natación durante el buen tiempo) fueron, desde el
principio, un parte importante en el horario de cada día. Una vez por semana,
los jueves por la tarde, teníamos el paseo largo por los extensos pinares que
rodeaban el Colegio, acercándonos también hasta el río Adaja y, de vez en
cuando, hasta Olmedo y Calabazas que eran los dos pueblos más cercanos.
Durante
uno de esos paseos tuvo lugar lo que, a falta de mejor nombre, podemos llamar
“la protesta o huelga del pan”. Aquel
día estaba al frente de nosotros en el paseo el Gumersindo Hernández Papis.
Recién ordenado sacerdote, creo que estaba de visita para despedirse antes de
irse como misionero a las islas Batanes y Babuyanes, donde pasaría toda su
vida. Algo había pasado con la comida en
aquellos días, porque varios de los colegiales como protesta gritaron durante
el paseo algo así como “queremos más pan…queremos más pan…”, mientras
correteaban por los pinares.
Al
regreso del paseo, el P. Rector nos estaba esperando y nos puso a todos en fila
a la entrada del Colegio. Allí fue llamando por nombre a varios de los
colegiales que consideraba como “cabecillas” de la protesta…y los expulsó del
colegio en el acto mandándolos a casa al día siguiente. ¡No cabe duda que todos los demás aprendimos
la lección! Al terminar el curso, muchos
de nosotros, antes de ir de vacaciones a casa para el verano, fuimos a un
Campamento de Falange en San Rafael (Segovia). Es una pena que nadie haya
conservado fotografías o vídeos con nuestra camisa azul de falangistas y
cantando a pleno pulmón el “Cara al Sol…”.
Yo
recuerdo que la comida en el Campamento era muy buena y aprendimos todas las
virtudes y milagros de los próceres de la Falange como José Antonio Primo de
Rivera, Manuel Hedilla, Onésimo Redondo y otros más…El régimen diario y la
organización tenían un sabor muy “militar”. Comenzábamos cada día con una
consigna con la que trataban de inculcar en nosotros el espíritu del Movimiento
Nacional. Todavía recuerdo una que no tiene desperdicio, “Más vale morir con honra
que vivir con vilipendio.”
¡Cuántas
largas caminatas nos dimos por los pinares del área de San Rafael y cuántas
veces tuvimos que subir al Alto de los Leones en la sierra de Guadarrama! Uno
de los líderes (mandos) era Fernando Chamorro quien en septiembre de aquel
mismo año entraría como estudiante de 5º en Arcas Reales. Conviene recordar que
en aquel entonces los Falangistas estaban en su apogeo de influencia en el
Gobierno de Franco. La historia nos dice que los” tecnócratas” del Opus Dei no
llegarían hasta uno años después con Gregorio López Bravo, Alberto Ullastres,
Mariano Rubio y otros más.
Naturalmente
nosotros vivíamos en un mundo cerrado y aislado sin conocimiento de lo que
sucedía más allá de la cerca del Colegio. Sin embargo, quiero hacer mención de
un evento de gran importancia y transcendencia que tuvo lugar ese año dentro de
la Orden y que condicionaría el ambiente y el tono de nuestra formación en el
futuro. Era entonces Provincial el P. Silvestre
Sancho, elegido por primera vez en mayo de 1951 y luego reelegido en diciembre
de 1955.
En
febrero de 1954 tuvo lugar la “masacre” de los dominicos en Francia cuando el General
de la Orden, P. Manuel Suárez, “decapitó” y depuso a los tres Provinciales de
Francia en París, Lyon y Marsella.
Teólogos como Chenu, Congar y Féret fueron “removidos” de la enseñanza y
“exilados” lejos de su área de influencia. Por orden del General, ningún
dominico francés podía publicar nada sin la aprobación previa de Roma y tampoco
podía viajar fuera de Francia sin permiso o vestir de seglar. Algo sin precedente en la larga historia de
la orden de Predicadores. De un brochazo
se cargó el sistema constitucional de la Orden que, a través de la historia, le
había protegido de la manipulación y amenazas de la Jerarquía y servido de
estímulo a su tradición de investigación intelectual.
¿Qué
había pasado? El P. Suárez, atemorizado por la presión de la Congregación del
Santo Oficio (así se llamaba antes de cambiar el nombre a Congregación de la
Doctrina de la Fe) y cuyo Prefecto era el cardenal Pizzardo, pensó que esa era
la única manera de salvar la Orden en Francia. Corría peligro de que todos los
Noviciados y Estudiantados fueran cerrados por el Vaticano. ¿Por qué?
Según el P. Congar, una de las víctimas de más renombre, Roma se sentía
amenazada por las nuevas ideas de los dominicos y otros pensadores franceses de
la época.
Las
nuevas ideas en teología, pastoral, catequética, ecumenismo, arte religioso,
liturgia…eran un reto demasiado grande para un Papa y una curia no repuestos
todavía del trauma de la Segunda Guerra Mundial y de la amenaza del
comunismo. Además, el problema de los
sacerdotes obreros recientemente condenados por Roma había exacerbado la
situación y agotado la paciencia del Santo Oficio. En todo ello, Roma veía la
influencia de los dominicos franceses y no estaba dispuesta a tolerarlo…
Como
siempre, la cuerda se rompió por lo más débil. Quizá nunca se llegó a saber con
certeza si el P. Suárez estaba convencido de esos peligros o, como buen hijo de
obediencia, fue sólo una marioneta en este lamentable episodio. Sin duda, uno
de los comentarios más valientes fue el del P. Albert Avril, provincial de la provincial
de París, cuando dijo, “Estoy dispuesto a dejar mi puesto por un bien
mayor…pero protesto contra las calumnias contras mis hermanos…” ¡Muy bien dicho!
El
P. Suárez murió a finales de junio de 1954 en un accidente de automóvil cuando
viajaba de Italia a España. El accidente
sucedió en Perpiñán, Francia. ¡Qué ironía!
-------------
Texto original de Juan José Luengo García (escrito en verano 2009). Esta entrada es el primer capítulo, próximamente se publicarán el resto de capítulos
Juan Jose,
ReplyDeleteGracias por la cronica de tu curso. Yo intento enfocarme en el presente y, en lo posible, anticipar y planear el futuro. Aunque mucho de lo que escribes para mi habia dejado de existir, o caido en el olvido, agradezco tu interes en ayudarme a recordar cosas reprimidas en el inconsciente. El accidente del P. Suarez es inolvidable porque que venia a darnos el habito dominicano a los de mi curso..
De nuevo,Juan Jose, gracias por tu cronica. Magin Borrajo
Hola,Luengo. Soy Sergio (alias "Panizo")y me ha encantado toda tu Memoria de la Mejorada 1953-1954. Yo vine al colegio, en el automóvil del Jefe del SNT de Olmedo, amigo de mi padre (a la sazón, también Jefe del SNT en Peñafiel). Hicimos noche en casa del anfitrión y, antes de pernoctar, asistimos a un Concierto de Rondalla... donde tocaba un hijo suyo. Por la mañana, nos recibió el Padre Villarroel y mi "tío" (primo segundo) el Padre Abelardo Panizo. Bueno, no te cuento más... pues lo tengo recogido en mi breve memoria "NOVICIOS (1957-1958). Por cierto, he visto en un párrafo tuyo la palabra "evento". Como soy un purista empedernido, te diré que aunque viene recogida tal acepción en el diccionario de la RAE, varios doctos lingüístas la consideran incorrecta (aparte de "clon idiomático") al ser aplicada como acto previsible o real
ReplyDeletePero, lo más importante para mí... fue que aprendí solfeo y, gracias a esta asignatura ("sine musica nulla disciplina potets esse perfecta", escribió Isidoro de Sevilla en sus "Ethymologiae")y a la pianola de La Mejorada y, luego, los muchos pianos en las aulas de Arcas Reales... conseguí en pocos meses convertirme en un pianista autodidacta. Por último, recordarte que mis padres vivieron un año en Avila capital y mi padre en Fontiveros, como Jefe de Silo del SNT. Un abrazo desde "El Foro".
ReplyDeletePerdón... sobre el Padre Regino Borregón, además de profesor de Matemáticas, era profesor de Música. Confieso que nunca supe cómo aprendí Solfeo... pero, después, en Arcas Reales me vino muy bien para tocar el piano a base de partitura, con la cual facilitó mi aprendizaje autodidacto durante los Cursos 4º y 5º. Gracias a los PP Dominicos (en especial, P. Gil y P. Felipe)
ReplyDelete