Cada salto
adelante suponía un grado de compromiso mayor. La alternativa se hacía cada día
más dramática tanto en la aceptación del compromiso como en su renuncia. Tres
años quedaban en Santa María de Nieva. Ahora un año de noviciado, una prueba
más, en Ocaña, en la provincia de Toledo. Hubo una despedida de los cursos que
se quedaban con una velada llena de emoción. Hice el discurso de adiós a los
que se quedaban. ¿"Qué otra cosa son los Alpes que una altitud de montes"?
parece que dijo Aníbal a su ejército a la vista imponente de sus montañas
inaccesibles. Frases bonitas que la imaginación encadena en el romanticismo de
la juventud y lejos de la vida real. Equivalía a escalar una nueva etapa
en un largo ascenso, entre seducciones profanas que llegaban atenuadas y
sugestivas a través de rejas y celosías y negaciones desde un mundo que
desconocía. Dentro se disfrutaba el frágil sentimiento de heroísmo, por demás
presuntuosos, del hombre que desprecia con orgullo todas aquellas cosas que los
demás mortales ambicionan intensamente, placer, dinero y libertad. Recuerda el
falso orgullo de los exploradores que queman sus naves al emprender la
conquista para evitar la tentación del retorno.
Tres renuncias que sólo
se podían justificar en nombre de fuertes motivaciones. La trampa residía en
la credulidad de la gente joven que acepta el efecto del medio
sociocultural sin demasiada reflexión. Son afectos muy imperativos para que
pudieran ser duraderos, No parece tan clara la hipoteca de toda una vida en
aras de sublimes ideales juveniles cuya práctica se realiza en contextos
de fu condicionantes culturales diferentes. El noviciado piedra de fuego.
Ocaña, un viejo convento medieval, do con la sangre reciente de las víctimas de
la guerra civil que murieron sobre los tejados acribillados a balazos alimañas
y la consiguiente estela de santidad que hoy los envuelve. Los retratos de las
últimas víctimas de la persecución vietnamita recubrían sus paredes
con recuerdos igualmente trágicos y de su inmolación heroica que se mezclaban
con los sueños surrealistas de nuestra ofuscada emoción religiosa.
La asistencia al coro,
el estudio silencioso en la celda, las costumbres monacales rutinarias, con
escasa luz sugerente que llega de fuera a los pasillos por unos
elevados ventanillos inaccesibles, reproducía un tiempo inmóvil de siglos
pasados, un respeto ciego a la tradición muerta y una desconfianza sistemática
del mundo malo que discurría fuera. En abierto contraste con la unísona melodía
gregoriana del monasterio se confundían las estridentes voces de los vigilantes
del penal de la ciudad que guardaban el sueño atormentado de los presos y el
lánguido sonido madrugador de las campanas de muchas iglesias. El penal de
Ocaña era el reverso del convento. Dos mundos vecinos completamente distintos
en la valoración social y muy semejantes en el fondo. Las murallas y las rejas
separan a los hombres, los buenos con el orgullo de su libertad inmolada por un
lado y los malos con la pena de su rebeldía humillada en el otro. Diferencias
de la hipocresía humana y el maniqueísmo de una moral impuesta. ¿Quién puede
discernir entre la "mentira" de un asceta y la inocencia del
encarcelado y señalar límites entre la insípida virtud cenobítica y
la fuerte vitalidad creativa de los habitantes de los penales que la sociedad
masacra y luego recluye en sus cárceles.
El noviciado, prueba
vocacional. Naturalmente muchos no la superan. Criterios presuntamente justos
lo deciden. Aquellas reuniones fatídicas donde al final del año,
ellos, los elegidos, los justos, los puros, con unas bolas blancas y negras,
separan a los buenos de los malos, deciden la vocación, marcan infalibles el
destino de unos y otros como si fueran rifas. "Los elegidos son
pocos", los demás quedaban fuera, sin derecho a nada. Salían de puntillas,
como prófugos o delincuentes, por la puerta trasera del convento a las
tinieblas exteriores, sin testigo de amigos siquiera. Un gran sentimiento de
tristeza me inundaba cuando se tachaba aquellos nombres de las listas como si
se borrasen de la existencia. Sobre ellos caía un telón de silencio que los
cubría de vergüenza en la conciencia de los que quedaban dentro y una losa de
hostilidad e intolerancia les ofrecía la sociedad en la puerta de salida. Todo
se perdía en un momento. El amigo más sincero durante meses y años desaparecía
como un condenado, por encantamiento de las bolas negras de la gente capitular,
sin dejar detrás de sí más huellas que el ingrato recuerdo de haber sido
rechazados.
Hasta hoy conservo la
memoria fiel de algunos de estos amigos que traté entonces. Conservo el
recuerdo de ellos con afecto. Nunca me pareció bien el procedimiento, un
hombre no puede decidir el destino de otro por muy justo que sea. Este
sentimiento de vieja amistad se ha renovado muchas veces cuando, en mi regreso
a España, estando ya fuera de la congregación por voluntad propia, nos
encontramos muchos exalumnos dominicanos, en esta otra ladera de la
vida. Cuando regresé de Venezuela se había convocado un encuentro de los secularizados,
promovido por un grupo de amigos que vivían en la capital de España. Era
una idea importante. El abrazo de la amistad. Ahora el pasado empezaba a contar
más que el futuro. Allí no había herejes, ni renegados, ni desertores, ni
prófugos, ni arrepentidos. Había simplemente amigos, buenos amigos, muchos
amigos.
Fue un verdadero
encuentro familiar, más que una reunión de exalumnos de cualquier
colegio. Provechosa tanto para los que permanecen dentro porque, por encima
de viejos prejuicios, tenemos muchos años de vida en común, tenemos
unos ideales que hemos compartido dentro de la misma empresa, los efectos de un
poderoso y uniforme influjo educativo que nadie puede borrar, como para los que
recorremos otros derroteros desde el día que salimos al mundo de las tinieblas
exteriores porque, queramos o no, somos parte de una gran familia, una élite
intelectual, con muchas vivencias afectivas y parecidos criterios mentales
compartidos. Nadie puede suprimir el valor humano de nuestra convivencia durante
tantos años de formación. La familia no es solo sangre. Es cariño. Es
afinidad. La familia es la gente que se relaciona afectivamente, gente que se
quiere, gente que tiene o no la misma sangre, comparte la misma estructura
mental, parecida tonalidad afectiva, la misma marca cultural de origen y los
mismos términos para nombrar las cosas. Esos éramos los que habíamos
acudido a aquella convocatoria.
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Publicado con la amable autorización de autor: CLAUSTRO dentro y fuera,
Arsenio González Cereijo (DEP), Cultiva Comunicación SL Madrid 2009 [El texto
corresponde a una sección del capítulo II titulado "La Aventura
religiosa"] El libro está dedicado "A mi familia. A mis amigos. A los
que, como yo, han sido crédulos, ingenuos, soñadores y han pretendido,
en vano, cambiar el camino del tiempo y la ruta de las estrellas. Mi
otra familia"