Termina la mañana con
una extraña embriaguez de nostalgia y de vino. Sí, de vino tinto. Y eso que
apenas, al menos hasta el momento de la cata, no hemos probado una gota. Muchos
de los compañeros que aquí, en La Mejorada, pasaron -según narran- algunos de
los mejores años de su vida, y no es de extrañar dada la belleza del paraje, se
reencuentran con sus años mozos en este espacio infinito de viñedos y pinares. Han
regresado, por unas horas, a su casa. A la patria de sus recuerdos infantiles,
casi rozando la adolescencia. Era, literalmente, otro mundo. Otra historia.
Mediados de los cincuenta, alguno quizá rozó el cambio de década precedente. [ÁLBUM FOTOGRÁFICO]
Aquí estamos. Tras
décadas acariciando, como oro en paño, los recuerdos deshilachados de la
memoria cada vez más menguante. La de todos. Incluso las de aquellos que sólo
vinimos en alguna ocasión puntual. Algún verano de paso. Aunque, lo cierto, es
que de paso estuvimos todos. Así que, entre los etéreos recuerdos de la época,
tan en blanco y negro, algunos son imborrables. Se solapan con el apabullante
colorido de la primavera castellana. Donde estuvo la sacrosanta capilla, ahora,
156 cubas de roble francés (sí, sus características, sus invisibles poros de
madera endurecida, son muy diversos de las del roble americano, aunque también
más caras) ofrecen un reposado lecho a los caldos delicados, tratados con
exquisito gusto en el largo ciclo de cosecha y envejecimiento, de este
“terroir” de vinos. ¡Cuán lejos quedan aquellos racimos arrancados a
hurtadillas, olvidados en las parras por los viñadores de hace seis décadas!
“Claro, misa todos los
días y rosario todas las tardes”, exclaman al unísono varios veteranos de
aquellos interminables rituales litúrgicos del internado. Nuestra excelente
guía estaba plenamente convencida que los internos sólo asistían a la
celebración eucarística los domingos y fiestas de guardar. Por entre los
carrales alguno proclama, a media voz, que con las obligaciones de aquella
época ya cumplió con todas las que debieran corresponderle para el resto de su
dilatada vida.
La mañana, no es para
nada una exageración, resulta esplendorosa. Los edificios que muchos recuerdan
con tozuda nitidez desde su época adolescente permanecen inmutables, son los
mismos de hace más de medio siglo. Más bien, quizá sólo lo parezcan. Entre medias,
han pasado por no pocas desaventuras, abandono, cuando no expolio, hasta que la
varita mágica de Rafael Moneo les ha tocado con la exquisitez y elegancia de lo
que es capaz uno de los más grandes arquitectos españoles del último medio
siglo. ¡Por fortuna para las propias instalaciones y nuestras frágiles
memorias!
El prestigioso arquitecto
ha preservado, tocando lo mínimo, aquellas partes que eran recuperables. De
hecho, los tapiales, algunas paredes desconchadas, el palomar conservan todavía
un cierto aire de decadencia, dejado, por supuesto, a propósito. Conservar sin
evitar el paso de los años y las inclemencias de la llanura vallisoletana.
Por el contrario, los
cambios son mucho más visibles, en las secciones que ahora cumplen sus nuevas
funciones de bodega pionera (ecológica, pero sin etiquetas, vino de calidad,
pero sin denominación de origen). Todo parece increíblemente nuevo. Todo parece
extraordinariamente viejo.
Hasta los caminos que
entonces parecían tan fáciles de recorrer tras los galgos de caza, camino del
río Adaja, se han vuelto, con el paso de los años y de los recuerdos, algo
laberínticos. Así que mientras algunos tienen que rehacer la ruta, perdidos entre
los pinares, otros esperan impacientemente a la sombra de los viejos cipreses.
Las viñas, bien entrada la primavera de Olmedo, en esta mañana soleada, comienzan
a estar frondosas. Aunque no tanto como para que no se adviertan, todavía, los
retorcidos troncos de la garnacha, Merlot y otras esotéricas variedades.
La gran mayoría de los
presentes, más cerca de los setenta que de los sesenta, eso siendo generosos,
se fueron -hacia 1956- de estos edificios centenarios a disfrutar de las
novísimas funcionalidades que ofrecía el flamante colegio de Arcas Reales. Lo
que pasó en los años siguientes y en los siglos anteriores nos lo detalla, con
minuciosidad nuestra guía Paloma. Que habla con tanta intensidad de las
cualidades órgano.. órgano… organolépticas del vino como de las peculiaridades arquitectónicas
de la capilla mudéjar. Sí, la cabeza del comunero Padilla fue enterrada aquí. O
quizá no. Quién sabe. Acaso bajo la mullida alfombra de lavanda que perfuma los
esfuerzos de Fernando de Antequera para construir el panteón o lo saqueos de
los gabachos para expoliar todo lo expoliable.
Con certeza, lo que sí
queda, al menos su zócalo y sus cimientos, es la piscina. Algunos compañeros
parecen algo desencantados de que la piscina fue, con los jerónimos, una
modesta piscifactoría con la que suministrar el pescado de los ayunos
cuaresmales. Unos cubos de granito colocados estratégicamente sobre el suelo,
marcan las dimensiones del ábside y la nave de la iglesia inexistente ya en la
época del internado dominicano. Así que pocas novedades.
Las transformaciones
vienen cuando nos adentramos en el edificio principal. Lo que era un jardín y
espacio de recreo se ha convertido en un claustro, de columnas, casi pilares, funcionales.
Restauración, sin grandes alharacas ni añadidos. La sala de juegos cubierta se
ha mudado en dormitorio de vinos. Jaulas con miles de botellas donde descansa
el caldo extraído de las cubas, tras un proceso tan refinado como artesanal.
Después, lo que era
comedor y un segundo piso que hacía de salón de estudios, se ha convertido en
una única nave, completamente transparente, que alberga la veintena de cubas de
acero inoxidable donde el zumo de la uva da sus primeros pasos antes de convertirse
en alcohol en un procedimiento extraordinariamente complejo. La visita termina con
una cata en la excelentemente restaurada Sala de Peregrinos (que otrora fue… patatera).
En este lindo espacio,
Moneo ha recuperado las bovedillas de ladrillo y las vigas que hacían de
separación entre los habitáculos usados por los huéspedes (comerciantes,
peregrinos, pastores de la Mesta), tras degustar los tres caldos que la Bodega
La Mejorada comercializa, celebramos, en “petit comité”, nuestra Asamblea
Anual.
Para empezar, se refrenda
la propuesta de la Junta Directiva, por boca del vicepresidente, Luciano López,
y nuestro compañero Teodoro Martín es el nuevo presidente de la Asociación.
Valentín Saiz, como tesorero, explica la situación económica, mientras que
Ignacio Cóbreces hace un resumen de las actividades del año pasado. [MÁS
DETALLES]
Se presenta el proyecto
solidario de la Asociación para el presente ejercicio que será el apoyo
financiero a una casa de acogida de las dominicas de Mérida, Venezuela, para
personas de la calle [MÁS DETALLES]. Al
estilo de lo que se consiguió el año pasado con la Escuela de Hatudo, en Timor
Oriental. [MÁS DETALLES]
Se discute y se
confirman algunos objetivos para 2018. Lo primero, celebrar una reunión en
Barcelona, para confraternizar con los numerosos compañeros que siguen en la
Ciudad Condal.
En segundo lugar, hacer
un esfuerzo especial para propiciar e impulsar una llamada a la unidad de todos
los antiguos alumnos. Aunque hay varios cursos que se reúnen, debido a su
afinidad, de manera periódica según su propia iniciativa, proponerles a los
diferentes organizadores el que, al menos, una vez cada tres años, se celebre
una reunión general de todos los compañeros. Se considera que el marco
fraternal y amistoso que ofrece la reunión general de la Asociación no empece,
lo más mínimo, una confraternización global entre los diferentes cursos, aunque
ni siquiera se haya coincidido en el internado. Antes bien, esta reunión global
sería beneficiosa para todos.
El tercer asunto, la
siempre debatida y complicada continuidad de la Asociación por la falta de
socios jóvenes. Para ello, se intentará, una vez más, explorar las
posibilidades de conectar con las nuevas generaciones de Arcas Reales.
El cuarto asunto,
fomentar la edición y eventual publicación de un libro de memorias colectivo
donde todos aquellos que lo deseen puedan plasmar con su experiencia y buena
memoria cualquier aspecto relacionado con su vida, en la modalidad y la época
que fuere, dentro del internado, noviciado, filosofado o teologado. Sobre este
asunto, en breve se circulará un comunicado más específico.
El quinto y último propósito
consiste en ofrecer, de manera formal, mediante una carta al Vicario Provincial
de España, los servicios de la Asociación en cuanto tal y de aquellos miembros que
lo deseen a fin de que, de manera totalmente voluntaria, la Provincia pueda disponer,
si así lo estimara oportuno, de un listado con las especialidades y
conocimientos de los que son portadores los centenares de Antiguos Alumnos en
decenas de profesiones y lugares.
La reunión terminó en el
restaurante La Cueva de Fabia (por cierto, propiedad de un antiguo compañero),
en el mismo Olmedo.
Para el próximo
encuentro, en 2019, se propuso, salvo que las circunstancias lo impidan,
celebrarlo en el Convento de San Pedro Mártir, Alcobendas.