Para
no perder el hilo, volvamos a la narración. Comenzamos las clases con la Lógica
para aguzar nuestras destrezas mentales y prepararnos para empresas mayores en
el futuro. Nuestro vocabulario filosófico se fue enriqueciendo y aprendimos lo
que era el concepto, el juicio, el raciocinio, el silogismo, la analogía, el
ente de razón...Aprendimos a conceder, negar o distinguir la mayor, la menor o
la consecuencia… los atqui y los ergo… y mil cosas más que se borraron de
nuestra mente hace ya luengos años.
Luego
vendrían la Cosmología, la Ontología, la Crítica, la Psicología, la Teodicea… Cada
una con su terminología peculiar: materia, forma sustancial, ente y sus
propiedades, esencia, existencia, hipóstasis, subsistencia, persona,
abstracción mental, idea, hábitos, pasiones, ego, libido, las cinco vías de
Santo Tomás… ¡Demasiado para poder recordar todo!
Tuvimos
círculos donde aprendimos a debatir con claridad, precisión y profundidad y ejercitaciones
para aprender a investigar y escribir con propiedad y buen estilo.
Conservo
dos de esas ejercitaciones. Una, de la clase de Psicología, se titula, “Origen
y naturaleza de la forma sustancial de los vegetales”. La otra, de la clase de
Cosmología, lleva por título, “Doctrina del Maestro Báñez sobre el principio de
individuación en la Primera Parte de la Suma (q.3:a.2)”. Yo no fui el único.
Todos los estudiantes tuvieron que escribir trabajos tan enjundiosos y
relevantes como los dos citados.
Si
hay algo que todos los estudiantes de aquella época recordamos es el estilo del
P. Turiel y sus famosos quares. Sus legendarios exámenes escritos había que
contestarlos en un octavo de página de papel, ni más, ni menos. La respuesta a sus preguntas, sin importar el
tema, no podían ocupar más espacio. Pensándolo bien, era una buena manera de
aprender a decir mucho en pocas palabras por aquello de “lo bueno, si breve,
dos veces bueno”.
Sin
duda, podemos decir que durante los años de Filosofía (y luego de Teología)
conseguimos lo que el Cardenal John Newman (beatificado recientemente por el
Papa Benedicto XVI) consideraba una buena educación universitaria cuando
escribió, “lo mejor de la educación no es cuestión de leer mucho y acumular
gran cantidad de información; sino, más bien, aprender a cómo pensar, razonar,
comparar, discernir, descubrir y contemplar la verdad.”
Como
todos recordamos muy bien, no faltaron las veladas artísticas y culturales en
fiestas importantes como la de Santo Tomás y durante la Navidad. Tuvimos la oportunidad de escuchar
conferencias sobre diversos temas dadas por expertos en la materia. No faltaron
las excursiones a lugares de interés turístico, como diríamos hoy. Como botón de muestra de esas excursiones,
transcribo casí literalmente la información que me envió Pablo García Gañán
sobre la excursión a Toledo en marzo de 1961.
El
9 de marzo tuvimos una excursión a Toledo, concedida por el nuevo Rector de la
Universidad de Santo Tomás de Manila, el P. Juan Labrador (1961-1965). Salimos
a las 7:45 AM en un estupendo autocar. Hicimos la primera parada en un pueblo
llamado Illescas, donde hay un convento de Mercedarias y 6 cuadros de El Greco.
Al
llegar a Toledo, nos dirigimos al glorioso Alcázar donde fuimos acompañados por
un señor que había sido defensor en los gloriosos días de la Cruzada Nacional…Terminado
esto bajamos por las estrechísimas calles a un mirador para ver un magnífico
paisaje del Tajo. Acto seguido, fuimos a la catedral, que es muy grande y bella
y parecida a la de Burgos. Desde allí fuimos al museo de San Vicente para ver
unos magníficos tapices y cuadros de El Greco, entre ellos La Asunción, una de
sus mejores obras. Después de la comida, pasamos por la famosa ermita del
Cristo de la Vega, visitamos la iglesia de Santo Tomé para contemplar la obra
maestro de El Greco, El Entierro del Conde de Orgaz. Luego visitamos la
casa-museo de El Greco, dos sinagogas, San Juan de los Reyes, iglesia muy
parecida a Santo Tomás de Ávila y, por último, el convento de las monjas
dominicas.
No
sé cuantos recordarán que en aquellos años estaba de moda como predicador el P.
Antonio Royo Marín, escritor y profesor de teología en el convento dominico de
San Esteban de Salamanca. Sus famosos sermones de cuaresma y semana santa transmitidos
por Radio Nacional desde la Basílica de Atocha en Madrid eran escuchados por
muchísima gente. Es difícil olvidar su oratoria de una velocidad vertiginosa,
capaz de decir en diez minutos más que cualquier otro predicador en diez
horas.
Con
la llegada de más estudiantes aumentó la actividad deportiva, sobre todo en
fútbol y baloncesto. Revivió la rivalidad que ya había existido en Arcas Reales
entre los cursos y entre las diferentes “ligas” que organizamos.
Nuestro
curso siempre tuvo un buen equipo de fútbol. ¿Quién no recuerda las
“estrellas”de nuestro curso? Quizá me olvide de alguno, pero éstos son los que
recuerdo: José García y José María Ibáñez en la portería. Teodoro Martín,
Graciano Reyero, José Antonio de Cea y Tomás Sánchez en la defensa.
Centrocampistas como Antonio Sáez, Santos Fernández y Marcos Mallavibarrena.
Delanteros como Jesús María Pitillas, Julián Cabestrero, Agustín Carricajo,
Andrés Galán, Faustino Martínez, Amador de Bustos… Sin duda, los mejores del
curso fueron siempre Santos Fernández, Marcos Mallavibarrena y, si contamos los
años de Arcas Reales, Leoncio López.
El
curso siguiente al nuestro también tuvo sus “estrellas” como Tomás Riádigos,
Tomás Fierro, Carlos Sánchez, Agustín San Millán, Víctor Martín, Pablo García
Gañán, Evaristo Galán, Arsenio Alonso, Daniel Vicente Gallardo, Vicente Pascual
del Pino y Miguel Ángel San Román.
También
eran buenos futbolistas Pablo Ozcoidi, Elías López y Agustín Larrañaga de la
Provincia de España y Burgos y Carrasco de la Bética.
Fue
precisamente en uno de tantos partidos de fútbol donde sucedió uno de los
incidentes más tristes y dolorosos de toda nuestra formación. Corría el mes de
octubre (1960). Un día como otro cualquiera, en un partido como tantos otros.
Lázaro Fuentes chocó con un jugador del equipo contrario. Cayó al suelo
golpeándose la cabeza. Quedó inconsciente del golpe. Fue llevado de emergencia
a una clínica de Madrid. Allí estuvo internado en estado de coma por varias
semanas. Nunca se recuperó. Falleció como resultado del accidente acabando de
cumplir los 19 años. Triste, muy triste.
Unos
meses más tarde, a finales de febrero de 1961, falleció a los 22 años una de
mis hermanas. Era dos años mayor que yo. Poco había cambiado en el convento,
porque tampoco me permitieron asistir al funeral. Mi madre lo hubiera
agradecido, sobre todo teniendo en cuenta que mi hermano mayor (Jaime) se
encontraba entonces en el convento de Oxford (Inglaterra).
A
final del curso, como era costumbre, tuvimos los exámenes finales escritos y
orales ¡en latín! Los exámenes orales eran delante de un tribunal de, al menos,
tres profesores. No era fácil evitar la ansiedad y el nerviosismo.
Terminado
el curso y llegado el verano, fuimos a La Mejorada a decansar. Para estar más
cómodos, en vez de usar el hábito, usamos una sotana blanca. Como haríamos
durante varios años más, allí nos dedicábamos a recorrer los pinares de los
alrededores y a pescar (y cocinar) los cangrejos del río Adaja. No faltaron
tampoco algunas escapadas a Olmedo, Calabazas e, incluso, a Pozal de Gallinas y
Medina del Campo.
También disfrutamos de aquellas famosas olimpiadas que organizamos para estar entretenidos.
También disfrutamos de aquellas famosas olimpiadas que organizamos para estar entretenidos.
Ya
que mencioné a Pozal de Gallinas, ¿alguien recuerda al compañero Mauro Buitrago
que había nacido en este pueblo y que estuvo con nosotros dos o tres años en La
Mejorada y Arcas Reales?
Pasado
el verano, regresamos al Convento de San Pedro Mártir para comenzar el
siguiente curso de filosofía (1961-62).
La
lista de clases era de nuevo larga y extensa: Ontología, Crítica del
Conocimiento, Historia de la Filosofía Antigua y Medieval, Seminario, Textos
Greco-latinos de Lógica, Textos Greco-latinos de Metafísica, Cuestiones de
Física y Química, Cuestiones de Biología, Elocuencia, Música y Religión.
Se
nos unió un curso más después de terminar su noviciado. He aquí la lista de
todos ellos. Enrique Aparicio, Francisco Bermejo, Bernardino Borrajo, Fernando
Cardalliaguet, Adolfo Carreto, Santiago Celorrio, Clemente de la Sierra Curiel,
José Delgado, Jesús Díaz García, Teodoro Díez, Isidoro Esteban, Mariano
Fernández, Antonio Fresco, Francisco Furones, Avelino Galende, Mariano García,
Juan García González, Juan Gil Rodríguez, Jerónimo Gómez Berlana, Manuel
González Fernández, Avelino Enrique González Riloba, Julio Gutiérrez, Feliciano
Hernando Peña, Gregorio López Ruiz, Santiago Marqués Montes, Luis Martín García, Miguel Ángel Martín Arroyo, José Manuel
Martínez Cuello, Mariano Merino, Juan Vicente Olmos Romano, Hilario Pastor
Tejedor, Antonino Pastrana, Emiliano Pérez Peña, Paulino Pérez Sastre, Ángel
Peña, Jaime Pérez, Bernardo Redondo, Constantino Rodríguez, Manuel Rodríguez
González, Adolfo Soto Madera, Valentín Velayos y Belarmino Vigara. ¿Cuántos
recordamos?
A
finales del mes de octubre hubo elecciones para elegir a un nuevo prior. Fue
elegido el P. José Fernández Cajigal para sustituir al P. Manuel (“Manolín")
González, quien, como ya indicamos antes, tuvo el honor de haber sido el primer
prior del nuevo Convento de San Pedro Mártir.
No
hubo nada distinto a la rutina del año anterior: coro, clases, círculos,
ejercitaciones, veladas artísticas y culturales, exámenes, y otras minucias más
que se esfumaron en el océano del olvido.
Terminado
le curso, fuimos a La Mejorada a pasar el verano como era ya tradición.
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Texto original de Juan José Luengo García "Breve Crónica de un curso 1953-1968)escrito en verano 2009. Para las otras entradas: