Cuando acabamos el
cuarto curso en Sta. María, éste colegio se cerró porque se abría el de Arcas Reales
que es donde cursamos nuestro último curso de postulantado. Allí volveríamos a encontrarnos con el
Sargento de Hierro. Es que era como una obsesión… Las enormes
expectativas que en nosotros se había despertado estaban justificadas, pues la
que iba a ser nuestra nueva residencia estaba integrada por un complejo
arquitectónico magnífico que en ese momento no tenía nada que envidiar a los
mejores internados de España, moderno,
funcional, atrevido, elegante.
Conscientes de ello y
sabedores de que estrenábamos un centro formativo de primera categoría nos auto
exigimos al máximo para estar a la altura de las circunstancias esforzándonos
lo que podíamos para que no se notara mucho que éramos de pueblo. Por primera vez
coincidíamos todos los postulantes en un mismo centro si bien existían dos niveles,
el de mayores y menores con sus pabellones respectivos. No sólo el edificio
había cambiado, también todo lo referente a las relaciones humanas.
Comenzamos a salir con
más frecuencia al exterior, las competiciones deportivas con equipos de fuera
eran bastante habituales, estábamos rodeado por un complejo de centros
correspondientes a las más diversas congregaciones con los que podíamos mantener
algún tipo de contacto y era mucha gente la que nos visitaba, entre los que no
faltaban personajes importantes. Alguien
cuyo nombre ahora no recuerdo nos deleitó con un concierto memorable de piano
en el que se nos ofreció música clásica de autores españoles y por supuesto la
intervención de un coro de voces blancas, integrado por chavales alemanes que
en su gira por España se habían hospedado en nuestro colegio.
Lo que nada cambió fue
el régimen disciplinario que veníamos arrastrando, más bien podíamos decir que
empeoró con la incorporación de unos celadores, que vinieron de fuera
contratados para vigilarnos y tenernos a raya. Con ello la situación cambiaba sustancialmente,
ya que una cosa era prestar obediencia y sumisión a alguien vestido de blanco
con atribuciones propias y otra cosa bastante distinta era tener que hacerlo
con unos seglares a quienes pusimos motes y que en lo único que se
diferenciaban de nosotros es en que tenían algunos años más, así al menos lo
entendíamos los del pabellón de mayores sobre todo los del quinto curso.
El hecho es que se
produjo un desencuentro que a medida que pasaban los días se iba
acrecentando. En genera los mayores no
nos sentíamos a gusto con ellos y eso dio lugar a que algún compañero más lanzado
de mi curso expresara más o menos manifiestamente su rebeldía, dándoles
muestras de que no se sentía intimidado por las posibles represalias, ni que
decir tiene que esta actitud le colocaba ante nuestros ojos como un pequeño
héroe y yo creo que él lo sabía, lo cual no dejaba de entrañar un serio peligro,
ya que ello podía animarle a dar un paso más en sus bravuconadas.
La situación llegó a
ser tan comprometida que llegó a oídos del fraile responsable de la disciplina,
no creo que fuera un chivatazo de nadie, sino que el propio celador le había
informado. La reacción inmediata fue que alumno y celador fueran llamados a
mantener un careo, teniendo como mediador a quien ya sabemos. Lo que allí
pasara yo lo desconozco, lo que sí puedo decir en honor a la verdad es que
después de este bis a bis, la actitud de mi compañero había bajado de tono y ya
no era el mismo.
Si al final a mí me
preguntaran que consecuencia se pudieron derivar de todo este estado de cosas,
yo respondería que lo de menos era la bofetada o cualquier otro castigo más o
menos hiriente o vejatorio, todo esto se pasa y se olvida o a lo más queda en
el recuerdo como pura anécdota. Lo triste y verdaderamente deplorable es que
pudiéramos llegar a pensar que educar era precisamente eso que se estaba
haciendo y cuando a nosotros nos llegara el momento de relacionarnos con
alumnos, subordinados o con nuestros propios hijos lo tomáramos como modelo y echáramos
mano de él porque no conocíamos otro.
Sabido es que las
mentes de los niños son muy receptivas y poco críticas, para decirlo con una
imagen gráfica son esponjas que todo lo absorben sin pararse a discernir una
cosa de otra. Sabido es lo difícil que resulta sustraerse a lo que de niños se aprende
por eso a quienes por profesión tuvimos que incorporarnos a las tareas docentes
nos costó mucho deshacernos de este lastre y seguramente hubiéramos fracasado
de no haber rectificado a tiempo.
Entre unas cosas y otras,
el curso de Arcas Reales fue pasando y cuando hubo concluido todos los de mi
curso tuvimos la sensación que con ello decíamos adiós a nuestra infancia.
Hecho lo suficientemente trascendente como para escenificarlo de alguna manera
y nada mejor que demostrarlo con una hombrada que justificara nuestro paso en
el escalafón, una especie de ritual de iniciación como se hacía en las tribus
primitivas. La prueba había de consistir en estar caminando toda la noche a pie
para salvar la distancia que separa Arcas Reales de La Mejorada.
El autor, 2º izda. unos años más tarde con algunos padres en el Patio Central |
Así un buen día al
atardecer, nos dispusimos a hacerlo; pero con tan mala suerte que cuando ya
llevábamos unos cuantos kilómetros en la mochila se desencadenó un fuerte tormentín
que hizo que nos acordáramos más de una vez de Sta. Bárbara. Pasamos un miedo
que ni cantando lográbamos ahuyentar, nos calamos hasta los tuétanos y por si
fuera poco nos perdimos. El más grave peligro estaba en que alguien se
desperdigara por los pinares y quedara aislado, en precaución de esto el del
silbato cada poco le hacía sonar con fuerza para indicar donde se encontraba el
grueso del pelotón, lo cual venía a añadir un poco más de patetismo a una noche
oscura y tormentosa.
Por fin alguien,
siempre había algún avispado en el grupo, divisó a lo lejos unas luces. Ellas
podrían ser nuestra salvación porque nos servirían orientación, pero había que
ubicarlas y es aquí cuando surgieron las disputas. Eso es Olmedo decían unos. No. No. Es Coca
decían otros y ¿por qué no Hornillos? Daba
igual, estábamos perdidos y no tenemos más alternativa que caminar en esa
dirección hasta llegar a algún lugar donde nos encontremos a salvo. Hacia allí
teníamos que encaminar nuestros pasos y así lo hicimos. Por más que caminábamos no veíamos que los
espacios se fueran acortando, las luces seguían viéndose lejanas. ¡Ánimo, hay
que llegar!, ya falta menos, decíamos para consolarnos a nosotros mismos. Lentamente
y a golpe de calcetín fuimos aproximándonos al lugar de las luces y a medida
que lo hacíamos tomaba más consistencia la tesis de que aquello era Olmedo y
después de un buen rato, cuando ya estaba amaneciendo pudimos comprobarlo.
Por fin habíamos
llegado a territorio seguro y ahora solo faltaba que alguien nos viniera a
buscar para llevarnos a la tierra prometida de la Mejorada, porque nosotros ya
no podíamos más, estábamos rotos físicamente y emocionalmente tocados.
Comenzaron a sonar los teléfonos y al poco se presentó allí el famoso camión
alemán del Tercer Reich, donde se nos cargó como si fuéramos mercancía y así
apretujados como pudimos y protegidos con unas mantas hicimos la travesía por
un camino plagado de charcos y con un biruji que impactaba de forma inmisericorde
en nuestra ropa empapada. Llegados que hubo
a nuestro destino bastaron unos tragos de café con leche caliente para
reponernos y volver a ser nosotros mismos. No recuerdo que nadie cogiera el más
mínimo constipado, ni que se quejara de nada, para algo había de servir la
educación espartana que habíamos recibido.
Estos días en la
Mejorada fueron inolvidables. Los disfrutamos a tope. Era el final de nuestra
etapa de postulantado, suponía el comienzo de una nueva etapa y era aquí donde
la iniciábamos, precisamente en la Mejorada. Otra vez la Mejorada pero que
distinta la veían nuestros ojos, ahora ya no era el internado que nosotros habíamos
conocido años atrás, sino un lugar de residencia para verano. Un ciclo se
acababa y otro se iniciaba. El círculo mágico se cerraba en el mismo punto
estratégico donde se había abierto ¿Que nos esperaba a partir de ahora?
¿Tendría razón Cocteau al decir que la infancia quiere salir de la infancia;
pero el malestar comienza cuando se sale de ella?
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LOS AÑOS PASADOS CON MIS COMPAÑEROS DOMINICOS