Nunca
había hecho un viaje de Asturias a Madrid con tanta ilusión y a tanta
velocidad. Hacía años que deseaba encontrarme con mis compañeros de estudios y
con mis antiguos profesores dominicos, de la Mejorada , Santa María de
Nieva, Arcas Reales, Ocaña, Ávila y San Pedro Mártir de Alcobendas. Por diversas
razones no había podido reencontrarme con algunos de ellos desde hacía más de
36 años. En cuatro horas y cuarto crucé la meseta del norte. Mis recuerdos y
sentimientos de agradecimiento a los Padres Dominicos iban aflorando conforme
mi coche devoraba kilómetros hacia San Pedro Mártir. Cerca de Tordesillas y de
Medina del Campo la mirada se me escapaba hacia Arcas Reales y la Mejorada. Siempre
que paso por la meseta, cerca de estos queridos escenarios de mi adolescencia,
los recuerdos se me abren y caigo en la tentación de aproximarme hasta allí. De
vez en cuando me acerco a saludar a las personas que encuentro y a escuchar los
ecos de las vivencias que impregnan aquellos lugares.
Esa
tarde de 26 de mayo del 2001 el calor era sofocante y contrastaba con la suave
bruma refrescante de la mar y el verde paisaje que dejaba detrás del Pajares.
Había salido desde Lastres (Asturias), a las dos y media con el frescor de la
brisa del Cantábrico y me adentraba en la calima de Castilla, en medio de una
tarde bochornosa. Durante el viaje evocaba, desde mi perspectiva y vivencia
personal, rostros muy queridos de profesores, compañeros adolescentes y
jóvenes, en un contexto muy concreto y único que me tocó vivir en la década de
los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. La comprensión empática de
aquella época, de aquel contexto y circunstancias peculiares, tantas veces
examinadas, comentadas y reconciliadas, me permitían aproximarme al horizonte
de aquellos años, con paz, con cierta nostalgia y con mucho cariño, inmenso
agradecimiento, comprensión y compasión. A pesar del tiempo transcurrido, los
rostros y los recuerdos estaban fijados, todavía muy vivos, aunque
esquematizados y un tanto diluidos. Desde que marché de Ávila, el día 8 de diciembre
de 1965, el día de la clausura del Concilio Vaticano II, siempre intenté
cultivar todo lo bueno aprendido de los dominicos, que fue muchísimo, y me
interesé por toda la familia dominicana, especialmente de la Provincia de Nuestra
Señora del Rosario, como propia, como parte de mi identidad personal, que
forjaron en mí los materiales con los que construiría y vertebraría mi propio
proyecto vital. Desde entonces me siento con todos ellos muy ligado por nexos y
convicciones profundas compartidas durante una importantísima época de mi
historia personal. Desde esta actitud interior rezumaban en mi recuerdo
agradecido un sin fin de situaciones y vivencias alegres, joviales, conflictos,
problemas y decisiones. Experiencias, vivencias únicas y privilegiadas. De
todos y de todo ello aprendí mucho. De aciertos y errores.
Mientras
mi pequeño coche tragaba kilómetros repasé mi llegada a la Mejorada , una fría madrugada
del 29 de septiembre de 1953, montado con otras docenas de adolescentes, casi
niños de once años con sus padres, de pie y apretujados encima de un remolque
tirado de un tractor agrícola por el polvoriento camino que conduce de Olmedo a
la Mejorada.
Recuerdo la aridez amarillenta de la luminosa llanura
castellana que contrastaba con el azul de la mar de Lastres (Asturias), el
Sueve, los Picos de Europa y el verdor de sus valles, hasta entonces mi único
marco y horizonte vital. Evoqué un nuevo sentimiento, nunca experimentado por mí,
saboreando por primera vez la “murria”, el llanto compartido con otros junto a
la acequia entre el bullicio de los veteranos, hábitos blancos, palomar y
galgos, cepas vendimiadas, olor a refectorio, miel, membrillo, pan y
almendrucos, manual del colegial del P. Casado, filas y silencio... y el
P. Villarroel recibiéndonos. La primera noche... morriña y llantos de
algunos. Dormitorios atiborrados de adolescentes y maletas bajo las camas. Me
dormí entre lágrimas y el aullido lejano, lánguido y perdido en la noche, del
sonido del tren Olmedo-Medina del Campo a su paso por el puente de hierro sobre
el Adaja.
Cañada polvorienta... rebaños de ovejas.
Paseos a los pinares, al puente de Calabazas, al molino del Tío Judas.
Misas rezadas, cantadas, de Ángelis, himnos, cánticos nuevos nunca escuchados,
rosarios, visitas al santísimo, la
venerable barba de Monseñor Teodoro Labrador, Arzobispo de Foochow
(China), la silueta del P. Eusebio, viniendo desde Calabazas
de decir Misa arrastrando su pierna paralizada por la hemiplejia, confesiones
con él, olor a tabaco de pipa, la absolución del P. Silva, con su mirada
perdida en el infinito de sus cataratas, rondalla con el P. Regino, coro
y ensayos con el P. Gil, paseos largos con el P. Gumersindo Hernández
Papis al Puente de Piedra, baños en el Adaja, pesca de cangrejos y
ranas, asuetos, la visita al síndico, las notas quincenales leídas por el P. Reyero,
claustro de profesores presente, el P. Panizo, P. Sádaba, de Celis,
Vara, Fabián, Juan. La vigilancia en el salón por el P. Zurdo (¡qué
vista tenía...!), y el P. Félix Salvador,
recién llegados del Vietnam, campos de fútbol en medio de la cañada,
acequia y piscina, jugar al péndulo, al críquet, canicas, estudios, recreos,
más estudio, cine en Olmedo y Medina del Campo, fríos, cañerías heladas,
sabañones, duchas los domingos por la mañana a la orden del P. Félix
Salvador, galería repleta de casi
niños que estallaban y rompían el silencio en algarabía y griterío ante un ¡Ave
María Purísima!...¡Sin pecado concebida...”bida...bida”...!, Fr. Ortega
y su furgoneta, Fr. Cándido, Fr. Gregorio Casas, Fr. Ortiz, Fr. Zoilo, Fr.
Orencio, que velaban y cuidaban de nuestras infraestructuras. Risas,
bromas, peleas, alpargatas, bombachos, panas, pasamontañas y algún que otro
castigo ... ¡sin merendar!, expulsiones, el “zapa” y sus “soliloquios con el
balón,”, Fr. Germánico... “Bonisía” ... ¡bonis, bonis...! y su “corte”,
cediendo a nuestras súplicas para que regurgitase su mondadientes en medio de
contorsiones y espasmos.
Incluso
los recuerdos más dolorosos están impregnados de comprensión, cariño y admiración
por aquellos profesores, algunos de ellos misioneros de China, Vietnam,
Japón, Filipinas que compartían con nosotros su testimonio misionero. Otros
venían de Roma, como el P. Pedro Lumbreras, o de Estados
Unidos, de Filipinas, de Hong Kong, del Japón o de Formosa. Era un
privilegio escuchar de primera mano aquellas personalidades casi míticas para
nuestros ojos de adolescentes, oírles narrar sus tareas misioneras en países
tan lejanos, conocer la historia de la Provincia del Santísimo Rosario de
Filipinas, la obra cultural de la Universidad de Santo Tomás de Manila,
de las cárceles y los juicios populares de China, de los mártires del
Vietnam, del Japón. El P. de Celis, y el P. Isidoro Garrido
nos narraban sus peripecias y persecución por las cárceles y tribunales
populares de China. Leíamos las narraciones de la revista “Oriente”.
Monseñor Juan Bautista Velasco nos narraba ante nuestra admiración la
historia de las últimas misiones dominicanas en China, la obra de todos
aquellos misioneros de la
Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas, su expulsión de
Amoy – Fukien (China), las ansias misioneras de todos por volver allí.
Las visitas del Provincial, P. Sancho, y del Vicario Provincial, P.
Fueyo, eran todo un espectáculo de recibimiento a tan importantes
personalidades que se dignaban visitar y dirigirnos la palabra en la pequeña y
familiar capilla.
A la
altura de Ataquines, pisé con más fuerza el acelerador. Iba a 160 con
muchas ganas de dar un fuerte abrazo a mis queridos y recordados compañeros y
profesores. Algunos ya habían muerto, otros no los había visto desde hacía 36 años. El impulso
por estar con ellos era tan fuerte que no podía dejar pasar un año más sin
bajar hasta Madrid. Había recibido, hacía unos meses, una convocatoria de mi
amigo José María Ibáñez, en la que se me anunciaba un nuevo encuentro de
antiguos estudiantes de los Dominicos, en San Pedro Mártir, de Alcobendas.
Los antiguos estudiantes dominicos asturianos también nos veníamos reuniendo y
encontrando, una vez al año, en Oviedo, desde hacía más de veinte años. A veces
han venido hasta Oviedo otros antiguos estudiantes desde León, Cantabria,
Valladolid, Madrid, Burgos, Bruselas, etc., e incluso Padres Dominicos que
nos apoyan y comparten con nosotros la ilusión y la alegría de cada encuentro,
como el P. Benigno Villarroel, el P. Roberto García.
“Los
asturianos” ya sabíamos, por las correspondientes convocatorias que nos
llegaban, que los de la zona centro (Madrid) también se reunían en San Pedro
Mártir (Alcobendas). Algún año se aproximaron todos, “los de Madrid y los
de Asturias” hasta Ávila, o hasta Arcas Reales. El año pasado nos habíamos
encontrado en Santo Tomás de Ávila. Fue un encuentro memorable y muy
emotivo. Mucha gente de Asturias bajó hasta Ávila para estar y compartir con
los de la zona de Madrid en una jornada inolvidable. Allí nos acogieron
maravillosamente el P. Prior, Julio Saavedra. Pudimos abrazar al P. Pelegrín
Blázquez (¡cuánta música aprendí de ti!) y a su hermano Niceto Blázquez
(¡cuánto sigo leyendo de tus últimos libros!) al P. Marcos Ruiz, al
P. Hipólito, a Fr. Paulino, al P. Liquete, al P. Albarrán, saludar
al P. Regino (¡donde quiera que he estado como profesor he seguido
creando 5 rondallas como las suyas!), al P. Santos, y agradecerles tanto
como hicieron y dejaron en nosotros.
Este
día, 26 de mayo - 2001, la hora oficial de la cita anual en San Pedro Mártir
(Alcobendas) era las cinco de la tarde. Por la M-40 esquivé el centro de
Madrid y llegué a las 6´15 delante de la portería que tan amablemente atendía Fr.
Andrés. Le di un abrazo emocionado, pues hacía más de 36 años que no nos
habíamos vuelto a ver. Cuando me incorporé al grupo ya estaban todos los presentes
reunidos y tomando un refrigerio de bienvenida que el Prior, P. Pedro Sansegundo,
había ordenado preparar. Los saludos y abrazos reflejaban el cariño y la
amistad que se siente a niveles más profundos que los habituales de una
relación superficial. En estos encuentros siempre capté una vivencia profunda
de experiencias comunes compartidas, de lazos afectivos, de complicidades, de
sintonías de fondo, de comprensión y acogida mutua que van más allá de la
simple amistad. Para definirla no bastaría la categoría de la “amistad”
convencional. Cada uno evoca y rememora esas raíces que forman parte de nuestras
biografías, con matices distintos, pero todos con un denominador común
dominicano. Es evidente que cada uno “habla de la feria” según le ha ido. Pero
la gratitud, la comprensión, la profunda formación cultural, filosófica y
teológica, la disciplina personal, la metodología escolástica, el saber estar
“en silencio”, la profundización en la fe, el diálogo entre fe – cultura,
permitió a cientos de jóvenes de nuestra generación, la gran mayoría de ellos
provenientes de origen social humilde, acceder de forma privilegiada a la
cultura. Yo siempre digo que los
dominicos, con sus riquezas culturales y espirituales nos enriquecieron en
nuestras pobrezas. Sin pretenderlo, fueron de hecho, la “Universidad de cientos
de hijos de obreros”, que, en aquellas décadas, sin su ayuda, nunca hubiéramos
podido acceder a la cultura, a una cosmovisión crítica, a integrarnos
progresivamente en nuestro entorno de forma constructiva y creativa. Gracias a
ellos, salieron, además de admirables religiosos dominicos, innumerables
profesionales, muchos de ellos profesores catedráticos, agregados, maestros de
distintos niveles, abogados, médicos, banqueros, ingenieros, capitanes de barcos,
empresarios, médicos, enfermeros, periodistas, profesionales en diversas
especialidades, padres de familias, políticos, con un estilo existencial
troquelado por la impronta de la formación dominicana.
En el
salón contiguo a la biblioteca y salas de pianos del antiguo estudiantado, el
Prior de Alcobendas, P. Pedro Sansegundo, nos acogió y dio la bienvenida
a unas cincuenta personas, con palabras llenas de cariño, evocando experiencias
acumuladas en el tiempo de las vidas de todos. Con su ironía y humor de siempre
¡nos siguió invitando a adentrarnos en la lectura del Evangelio de San Juan...!
Todos los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos recordamos con fruición la
calidad, el rigor intelectual de sus enseñanzas y la proximidad humana con que
siempre nos arropó, comprendió y defendió.
A continuación,
tomó la palabra el P. Prior Regional del Vicariato de España, P. Cesar
Valero, acogiéndonos y resaltando todo cuanto nos unía, al mismo tiempo que
nos invitaba a asociarnos, a apoyarnos y a compartir solidariamente,
invitándonos a confiar positivamente en la fuerza del Espíritu que dirige y
prepara a la Iglesia
y a la Orden
Dominicana para mejor servir a la humanidad en los nuevos
tiempos. Después tomó la palabra Jaime Pérez quien resaltó todo cuanto
nos unía agradeciendo a los Dominicos su acogida y su obra en nuestras vidas.
Se procedió al nombramiento de un nuevo coordinador de los ex alumnos de la
zona centro (Madrid) y recayó en Víctor García, quien animó a todos a
continuar con los encuentros anuales. Condicionó su gestión a que se sumasen a
su equipo Jaime Luengo y Jaime Pérez. Se debatieron las fechas para la
próxima reunión anual, decidiéndose realizarla conjuntamente, todos unidos, en
la primera quincena de junio de 2002, en Oviedo, en correspondencia con el
esfuerzo que hicieron los asturianos bajando hasta Ávila el año pasado. Se
sugirió la idea de elaborar una página web en la que podrían estar todas las direcciones
postales y electrónicas, con conexiones con otras páginas web dominicanas. Nos
obsequiaron a todos los presentes con un ejemplar del Catálogo 2000 de la Provincia de Nuestra
Señora del Rosario, que nos permitió seguir la admirable labor de nuestros
antiguos profesores y compañeros dominicos. Se terminó el acto con una rifa de
diversos regalos que los propios asistentes habían aportado.
El
resto de la tarde nos permitió seguir compartiendo y visitando el antiguo
convento. Durante la cena y hasta bien entrada la noche la sobremesa se animó. El
P. Sansegundo, P. Valero, P. Felicísimo (¡sigue escribiendo y divulgando
para esclarecimiento y guía de muchos que te leemos!), P. Teodoro, Fr.
Antonio, Fr. Andrés, Fr. Aderito, Fr. Ángel, se unieron a todo el grupo de
ex alumnos. El bullicio, la animada conversación denotaba la alegría al
sentirse muy unidos por tantas experiencias y recuerdos comunes. Se rememoraron
los antiguos profesores, anécdotas sin fin. Se saltaba de la Mejorada a
Arcas Reales. Nos íbamos pasando fotos de entonces. Las imágenes y
anécdotas brotaban con simpatía y comprensión de unos y otros: del P. Fueyo,
del P. Aniceto Castañón, del P. Villacorta, el P. Cuesta, P. Cándido Pérez, al
P. Ricardo Rojo, P. Félix Tejedor, P. Pinto, el P. Lucas, el P. Ángel López, el
P. Santiago Núñez, el P. Teodoro Conde y el P. Labayen (el día que se
cortaron sus barbas de misioneros no los reconocimos), el P. Eugenio Jordán,
el P. Lucio, el P. Adelfo de Celis, el P. Florentino Ortega, el P.
Valbuena, el P. Igelmo, el P. Bazaco, el
P. Julio Ibáñez, el P. Cagigal, P. Fabián, el P. Juan Ortega, P. José María
González (¡Qué resúmenes de la historia de la Orden y de las misiones de
China nos impartía...!). De todos ellos se narraban anécdotas personales llenas
de cariño y agradecimiento por tanto como dejaron, cada uno a su modo, en
nosotros. Recordábamos el paso en 1955 de La Mejorada , de Santa María
de Nieva a Arcas Reales, la incorporación de nuevos y jóvenes profesores que
venían, algunos de Roma, a compartir sus enseñanzas entre nosotros, en espera
de su futuro destino pastoral como el P. Sansegundo, el P. Hipólito. El P.
Mancebo iría después para Hispanoamérica. El P. Leovigildo venía de
Colonia (Alemania). Otros venían de Irlanda, como el P. Santiago. El P. Agripino,
el P. Roales, el P. Felices, el P. Pablo Sánchez se incorporaron más tarde.
Se
rememoraban innumerables historias del recién creado colegio Apostólico de
Arcas Reales, paseos al Pinar de Antequera, al cerro San Cristóbal, asuetos a
Villanubla, Simancas, etc, Semanas Santas vallisoletanas con la participación
de la prestigiosa Coral “Virgen del Rosario” del P. Gil (¡cuánto arte,
sensibilidad, creatividad, cuánto aprendimos a saber ser y estar...!),
conciertos de la rondalla del P. Regino, el laboratorio y experimentos
del P. Felipe, el arte del P. Cándido Pérez (¡qué derroche de
motivación, de intereses culturales, artísticos, científicos nos contagió...!),
la disciplina del P. Alberto, la vigilancia de Don Francisco, Don
José Venerando...
Este
panorama que evocábamos estaba encuadrado de hábitos blancos, capas negras y con fondo de imágenes de filas de pupitres,
estudios, clases, silencio, ambiente de estudio, conferencias, frontones,
laboratorios, capilla de Miguel Fisac, arte funcional, esculturas
modernistas, trastadas, bofetadas del P. Alberto, pláticas,
espiritualidad dominicana (“Contemplata aliis tradere”), pianos, coros,
rondallas, cine, cine fórum, estudios de emisora de radio, confección de
guiones, revista “Guzmania”, teatro, poesía, dibujo artístico, calificaciones
públicas cada quince días, cuadro de honor, bibliotecas, asuetos, paseos
largos, campamento, excursiones y visitas culturales a las principales ciudades
castellanas, canciones populares, villancicos, olor a refectorio, cestas de
mimbres llenas de bolsas con ropas numeradas recién lavadas por las hermanas
dominicas, filas y más filas de cientos de adolescentes, brazos cruzados,
“morriñas”, risas, alegrías, disciplina, cíngulo de Santo Tomás, breviarios,
completas, salves, canciones misioneras (“Mañana en un frágil barco”, “Soy
joven misionero”...), hábitos blancos.... Estudio y más estudio, procesiones
por las galerías, olor a cantueso, tomillo, rosas, desparramadas artísticamente
en alfombras de flores para las procesiones del Corpus, deportes, baloncesto, vóley
ball, balón mano, tenis, piscina, pista de atletismo, baseball, máquinas de
escribir, ensayos con el Profesor Frechilla, música clásica durante las
comidas... con el P. Gil, y siempre empapados en la estética de Miguel Fisac
y en un estilo democrático, cosmopolita, abierto y dominicano. El mundo, la
pluralidad de culturas entraba en nosotros, en adolescentes de la España de los años
cincuenta y sesenta, con el testimonio de primera mano que compartían con
nosotros nuestros profesores, la gran mayoría de ellos formados en el
extranjero, Estados Unidos, Filipinas, Roma, Alemania, Irlanda, Reino Unido,
Hong Kong, o antiguos misioneros que venían del Vietnam, de China o de Formosa.
No había misionero que viniese del Japón, Formosa, Filipinas, Ceilán o de
Hispanoamérica, que no nos informara de aquellos países y de su experiencia
misionera. El P. Osorno, el P. Macario, el P. Salvador Luis, el P. Marcelino
Cabeza... Ahora, después de tantos años valorábamos, reconocíamos que todo
eso y mucho más ¡lo teníamos y disfrutábamos ya gratuitamente en el año 1954 y siguientes!
Nuestro
recuerdo del paso por el noviciado de Ocaña, por Ávila y San Pedro Mártir
aportaba todavía mayor densidad a las vivencias y anécdotas en aquellos años
decisivos de nuestra incipiente juventud. Pitillas, Adalberto, Aureliano,
Cabestrero, Asenjo, Jovino, Abad, Timoteo, Santervás, Valbuena, Fuertes, Roman
Carter, Sasaki, Barroso, Julian López, Mediavilla, San Román, Víctor Martin,
Jesús Cuadrado (¡qué partidos de futbol... y qué mal va este año el
Santander...!) Vicente Arribas (¡Se leyó toda la biblioteca del
Estudiantado...!), Alberto Saiz (¡qué órdagos al tute... te eché y me
echaste!), Olmos, Cuadrado, Enrique Riloba (¡asturianín del alma... qué
mal van el Real Oviedo y el Sporting de Gijón...!), Teodoro Díez, Mariano
García, Avelino Galende, Adeodato, Lechón, Parra, Puebla, José Manuel Cabezón,
Ajates, Rafael Sanz, Isidro Rubio, Abilio y Secundino Vicente, Domingo Marcos,
Gumersindo, Ticiano, Borragán, Serafín Monasterio... Por todos
preguntábamos. Nuestros antiguos compañeros iban desfilando uno tras de otro en
nuestro recuerdo. Cada grupo hablaba de los suyos, especialmente de los de su
época y cursos afines. Todos se interesaban por todos. Desde el P. Maestro de
novicios, P. Vidal Fueyo, pasando por el P. Garrido, el P. Jesús
Santos, el P. Ignacio Gutiérrez, el P. Ricardo Rodrigo, el P. Berlanga, el P.
Vicentin, el P. Calle, el P. Mariano Arenas, el P. Romo, P. Gavilán, el P.
Sabino, el P. Ornia, el P. Eduardo González... Hábitos blancos, breviarios,
salterio, salmodia, martirologio romano, silencio, oración, lectura del P.
Humberto, gregoriano, “venias”, capítulos, ejercicios espirituales... El
venerable convento de Santo Domingo de Ocaña, había sido nuestra casa,
claustro, celdas, coro... habían sido recorridos con anterioridad por
innumerables Santos Mártires de Vietnam, San Melchor García San Pedro, San
Valentín de Berriochoa, y otros mártires del Japón. Todos ellos eran
nuestras referencias existenciales juveniles.
Durante
la cena y el resto de la noche, con la ayuda de todos, fueron desfilando los
momentos más gratos y cruciales de los siguientes años. A unos los dispersaron
a Francia (Le Solchoir), a otros a Granada, otros a Irlanda.
A nosotros a Ávila. Años más tarde, a otros, a Chile. La figura
del P. Tejero (¡y la del P. Provincial, P. Gayo, al fondo!)
destacaba en nuestro recuerdo, por haber sido nuestro maestro de estudiantes
durante varios cursos y haber influenciado sobremanera en nosotros durante
aquellos años. A su lado una pléyade también de eminentes profesores dominicos,
doctores en diversas especialidades cultivaron en nosotros, en Santo Tomás de Ávila
y San Pedro Mártir de Alcobendas las mejores disciplinas filosóficas y
teológicas: el P. Manuel González, el P. Crescente, P. Salustiano Reyero, el
P. Marcelino Ortega, el P. Manzanedo, el P. Turiel (¡y sus “quares”!), el P.
Marcelino Sánchez, el P. Claudio, el P. Adolfo, el P. Luis López, P.
Valderrama, P. Pedro Cabezón, P. Martín Díez, P. Félix Tejedor, P. Teodoro
González, P. Cagigal, P. Sansegundo, P. Pelegrín Blázquez, P. Eusebio Peña,
Godofredo, P. Montero, P. Chus Villarroel (¡Gracias por tu predicación de
la gratuidad!), P. Aristónico,
P. Canh, P. Francisco Javier,
P. Valentín Andrés, P. Chamorro, P. Niceto Blázquez, P. Pedro Luis, P. José
Luis de Miguel, Barreda... Allí con ellos nos dieron admirables ejemplos,
apoyo y cariño, otros Padres y Hermanos: el P. Felicísimo Miguel, el P.
Quirino, el P. Ferrero, El P. José María, P. Antonio Santos, P. Prada, P.
Diosdado, P. Santos Galende. ¡Qué admirable senectud la de aquellos 2 misioneros
de China, el P. Faustino y el P. Gaspar...! Los nombres, las anécdotas, las historias nos
eran familiares y llenas de cariñoso recuerdo, como si hubieran sucedido hacía
poco tiempo. Todo aquel mundo había sido nuestro, y seguía siéndolo muy dentro de
todos nosotros.
Recordamos
y valorábamos las infraestructuras, hechas servicio y oración por aquellos que
las llevaban y sostenían Fr. Nieto, Fr. Fuertes, Fr. Bañares, Fr.
Cáceres, Fr. Ortega, Fr. Rodrigo, Fr. Gerardo, Fr. Fernando, Fr. Antonio
Gutiérrez (¡cuánta espiritualidad y teología hecha canción...!), Fr.
Teodoro, Fr. Paulino Franco, Fr. Aderito, (¡cuánta oración hecha madera,
arte, como la vidriera de San Pedro Mártir...!) Fr. Argimiro, Fr. Ortiz, Fr.
Emeterio, Fr. Pio..., Abascal, Maroto, y nuestro cocinero Manolo (¡qué
bien sabía... gato incluido!)
Todos
nosotros nos interesábamos por la labor pastoral y misionera de otros muchos,
allá lejos en las lejanas tierras de misiones. Muchos de ellos eran y son
conocidos entre nosotros por sus visitas de descanso a España. Sus tareas
pastorales eran seguidas y son comentadas por todos. Reconocíamos también que
hoy, España, es difícil tierra de misión para los que están aquí, entre
nosotros, tanto religiosos como laicos. A todos se le recuerda con especial y
profunda gratitud. Otros ya han fallecido, pero están vivos en el Señor
resucitado, vivos también en nosotros y en nuestro recuerdo. De todos ellos nos
nutrimos material y espiritualmente. Nuestros encuentros, como éste de Madrid,
son una expresión de alegría, de fraternidad, de profundo agradecimiento por
tanto y tanto como sembraron en cada uno de nosotros.
Quizás alguien podrá extrañarse de que recuerde tantos nombres. No están
todos cuantos quisiéramos mencionar, pues han pasado muchos más, antes y
después, haciendo el bien entre cientos de adolescentes y jóvenes de aquellas
décadas, con su testimonio y referencia de servicio. Cada cual ha cultivado lo
que allí se sembró. Cada uno en el sitio que la vida y la vocación le deparó.
Aquella labor no fue una obra baldía. Conscientes o no, dentro de cada uno hay
unas semillas de espiritualidad, un estilo, una formación abierta, integral,
crítica, transformadora, comprometida, una disciplina, una huella dominicana.
En todos se sembraron y cultivaron gratuitamente innumerables valores
humanizadores.
De
vuelta hacia Asturias, con nostalgia, pero mirando al futuro con optimismo y
esperanza -como nos decía el P.
Valero- fui dando gracias a Dios por todos ellos, con los que me encontré
personalmente y en mis recuerdos. Durante todo el viaje de retorno, vine oyendo
las cintas de cánticos de Fr. Antonio Gutiérrez, cantándolas “con él”.
Me prometí incorporarlas al repertorio de mis dos coros.
¡Humanizar
ya es evangelizar!
¡Gracias,
sin fin! ¡Saludos cariñosos a todos los que en la lejanía leáis estas líneas,
pues a todos os recordamos siempre en nuestra conversaciones y oraciones con
infinito afecto y gratitud!
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*** Crónica
del encuentro de ex alumnos dominicos en San Pedro Mártir. 26 de mayo de 2001