Saturday, November 7, 2015

Hacia La Mejorada. 29 de Septiembre de 1953 (I) por Faustino Martínez García***

Llastres (Asturias)
(…) La inminencia del día 29 de Septiembre se aproximaba implacablemente. Yo contaba los días para que llegara aquella fecha pues lo vivía con mucha ilusión y expectación. Andrés Cuevas y el Ángel Llera (“Yondrín”) ya habían adelantado su vuelta al colegio a mediados de Septiembre. Pero para nuestra sorpresa el “fiu” (hijo) de Marianito, Ángel del Valle, no quiso volver al colegio. No supimos la razón. Mi ilusión se acrecentaba conforme se acercaba el día de mi marcha. Ello implicaba una nueva andadura, conocer lo que es vivir interno en un colegio como aquellos de los que yo oía hablar. La curiosidad me atraía pues no sabía totalmente lo que me esperaba, aunque me lo imaginaba aún a riesgo de que luego la realidad con la que me encontraría fuera otra muy distinta.
Yo miraba, abría y reabría mi maleta donde tenía perfectamente y en orden colocadas todas mis ropas. Sabía su colocación de memoria. Durante aquellos días previos las recomendaciones de mis padres dándome consejos arreciaron. Sobre todo, mi madre era la que más me aconsejaba. Insistía en que me aplicase, que fuera muy obediente a todo cuanto me mandasen los frailes, que no protestara, que no fuera rebelde sino dócil, que no me juntara con malas compañías, que fuese amigo de buenos amigos, que no me fiara de cualquiera, que escribiera cartas. Todo aquello lo terminé memorizando pues sabía que mi madre me lo decía por lo que ella consideraba que era mi bien. Ella seguramente hablaba de su experiencia personal, de la “sabiduría” adaptativa del mundo que le había tocado vivir y ver antes y después de la guerra civil.
No discutía en mi interior aquellos consejos, aunque capté que iban muchos mensajes con recomendaciones de que fuera “sumiso” ante los que mandaban, que serían los frailes. Aquella educación en y para la “sumisión” era lo dominante en aquellos momentos de la sociedad derrotada de España, en la Escuela Nacional, en las catequesis y adoctrinamiento de la Iglesia. ¡Pero en aquel contexto histórico no sabíamos defendernos de tal “educación” en y para la “sumisión”, nos faltaban elementos críticos y contrastadores, no éramos todavía adultos con capacidad libre para pensar por nosotros mismos!. Sin embargo, yo siempre descubrí en mi mismo mi rebeldía interior, rebeldía intelectual que me hacía sentirme “rebelde” interiormente, a mi modo, aunque luego en el exterior me “adaptase” a las situaciones y circunstancias. Esta rebeldía interior que siempre tuve nunca la perdí a pesar de saber sobrevivir en medio de circunstancias no siempre fáciles ni cómodas. Pude comprobar que, pasado el tiempo, los “inadaptados” eran barridos. Pero no se trataba de una “hiper adaptación” que podría ser nefasta y autodestructiva, sino un término medio que me serviría de estrategia vital.
Mi hermano me animaba y le veía contento. Por la edad que tenía mi hermano, seis años mayor que yo, estaba sumergido en sus intereses más dominantes de su incipiente juventud, pues había cumplido ya diecisiete años, y en cuestión de poco tiempo tendría que ir para la mili. A pesar de este contratiempo previsible que dejaría a mi padre sin su valiosa ayuda, la determinación de mis padres y hermanos era total.
 Mi padre me encarecía mucho que me aplicara y aprovechara bien el tiempo y todas las oportunidades. Su frase más frecuente era:” El saber no ocupa lugar” animándome a estudiar mucho y recordándome el sacrifico que estaban haciendo para que yo pudiera aprovechar aquella oportunidad. Debo reconocer, como ya he dicho, que aquellas recomendaciones me calaban muy hondo y me hacían sentirme muy responsable ante lo que se me avecinaba.
Los días próximos a mi marcha fueron intensos. Mi madre me mandó que fuera a despedirme de todos mis tíos, de mis abuelos. Recorrí Llastres (Asturias) yendo a casa de mis parientes. Lo mismo hice en Lluces. De todos recibí palabras de ánimo y mucho cariño. Casi todos me dieron algún dinerillo para el viaje, lo que agradecí. También fui a despedirme de Doña Concha y de Don Mariano, que habían sido los maestros que me animaron para ir al Colegio y eran los padres de Mariano Brú que había estado en La Mejorada y en Santa María de Nieva. Igualmente me desearon lo mejor y me dieron sus mejores consejos. A pesar de que mi madre estaba centrada en atender y alimentar a mi pequeña hermanina Sagrario que había nacido veinte días antes, no dejaba tampoco de rematar todo lo que tenía que ver con la ropa que llevaría en la maleta.
Yo pasaba muchas horas contemplando a mi hermanina Sagrario, el regalo que había venido a nuestra familia hacía pocos días. La contemplaba sin cansarme viéndola tan guapa y esperando me regalara sonrisas que le producían los “angelinos” mientras dormía. Metida en su “cunina” la balanceaba lentamente y la “fartucaba” de besinos en sus “papinos”. Quería así despedirme de ella. Tanto la besaba que mi madre me tuvo que llamar la atención para que no la despertara.
Entre sus preocupaciones por mi marcha, “máma” estaba obsesionada por mi “mala comedera”. ¡Siempre había sido mal comedor!. Temía que, lejos de ella, apenas comiera nada y me pusiera enfermo. No cesaba de repetirme que comiera…que comiera. Pero ahora ya no podría controlarlo ni controlarme desde la distancia. Lógicamente ella era más consciente que yo de que mi marcha era para todo un curso y que no volvería hasta dentro de diez meses. A mí me parecía que iba de excursión por unos días. Sin embargo, no vendría en los días de Navidad ni Semana Santa. Y esto para una madre tenía que ser muy duro, pues los lazos afectivos y el instinto de protección se rebelan ante tales circunstancias. En aquellos días aún puso más amor en todo cuanto tenía que ver con mi inminente marcha. Cogió toda mi ropa, la planchó y cosió de nuevo fuertemente todos y cada uno de los botones de camisas, pantalones, pijamas, gabardina, guardapolvos, etc. pues temía se me rompieran y no supiera coserlos pues sospechaba que allí no habría nadie que nos reparase aquellos seguros desperfectos en mis ropas. Se dedicó a ensañarme a coser los botones. Practiqué con ella y me metió en la maleta unas cuantas agujas con hilos para esta previsible emergencia. Con cada botón que reforzaba me llenaba de palabras de cariño y de buenos consejos. Tanto me lo encarecía que no podía menos de retenerlos y memorizarlos, pues venían de ella reforzados con el amor desinteresado de una madre.
Por mi parte notaba que a mi madre le costaba aquella separación más que a mí. Me parecía que le producía un sufrimiento al verme marchar. Y efectivamente supe después que este sufrir por mi alejamiento, siendo yo tan niño, le acompañaría durante años de mi ausencia. Pasado el tiempo lo fui comprendiendo, valorando y admirando, a pesar de que me decía:

-¡Fíu… si tú non llores…. yo tampoco voy a llorar…!  Por el momento yo no sentía ninguna necesidad ni ganas de llorar, pues me parecía que iba de “excursión”. Luego la comprendí.
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*** NOTA DEL AUTOR
Quiero compartir mis recuerdos, desde mi perspectiva, de nuestros primeros días en el Colegio de La Mejorada. Este relato forma parte de otros muchos que describen aquellos años compartidos en La Mejorada, Arcas Reales, Ocaña, Ávila, San Perdo Mártir y que forman ya una serie de innumerables capítulos en unas 1589 páginas que voy escribiendo y archivando en mi ordenador. Pido humildemente perdón por olvidos, por resaltar subjetivamente desde mi perspectiva experiencias personales y no poder recoger otras. Cada uno de nosotros tendrá las suyas muy interesantes de aquellos primeros días que esperamos podáis también compartirlas. Pero el marco, el escenario, el ambiente vivido en aquel lejano horizonte, lo compartimos como “hermanos”, y solo podemos aproximarnos a él, a su recuerdo, con compasión, con reconciliación, con cariño y agradecimiento en un contexto religioso, social y político muy diferente a nuestro presente. Aquí os van unas cuantas páginas.



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